martes, 17 de abril de 2012

ISABEL, EXTREMA Y DURA. FANCIC TIERRA DE LOBOS. CRISBEL

ISABEL, EXTREMA Y DURA

1.

Aquel verano había sido demasiado caluroso para que aquella tierra pudiera sacudirse la herrumbre que provocó el extremo clima.

Isabel, exhausta, cabalgaba por aquel lugar que conocía tan profundamente. Sudada, casi sin aliento, esperaba que llegara el atardecer para poder refrescarse y dormir.

Una de aquellos días de verano había decidido adentrase en la sierra extremeña sin pedir permiso a su padre.

Su pretexto era el buscar la alimaña que degolló sin miramientos a las ovejas y cerdos de la poderosa hacienda que regentaba el patriarca. Se exponía a la violencia y poder que su padre ejercía sobre su hermanas, ella y todo ser viviente de Tierra de Lobos. No la importaba demasiado, en su cuerpo aún recordaba los golpes del cinturón del El Lobo; nada comparado con el dolor que le causaba la cantidad de palabras que su padre escupía por la boca.

Lejos de amilanarse, Isabel, seguía desobedeciendo, una y otra vez.

Cansada llegó a un lindero, donde acaba la media montaña y comienza algo de bosque.

La vegetación se ha hecho algo más abundante, entre el atardecer y el anochecer, Isabel busca un rincón donde cobijarse y descansar. La noche traerá algo de frescor.

Está sucia, sudorosa y, por un momento, hecha de menos la tina donde se baña habitualmente. Rápidamente se olvida del lugar donde vive. Ahora está libre, sucia, pero libre, nadie la está juzgando.

Solo una nota dejada en su casa da fe que se a adentrado en la sierra, así no la buscarán, la dejaran sola durante un tiempo, no mucho, pero lo suficiente para sentirse libre y llenarse de la energía de la tierra y de sus elementos.

El castigo no la importa, la sensación de vida que ahora experimenta es muy superior a cualquier castigo o sufrimiento que le pueda acarrear El Lobo.

No es la primera vez que se va de la hacienda, ni será la última, la muerte no la asusta, está demasiado acostumbrada a ella.

Llega a un rellano lo suficientemente plano y rodeado de árboles como para inventar un lugar de descanso.

Su ropa, hecha jirones, nada tienen que ver con la vestimenta con la que se había ido. Siempre le pasaba igual, destrozaba vestidos y los convertía en un tipo de vestuario que nada tenían que ver con el de una mujer.

Simplemente los adecuaba al caballo, al cabalgar sin descanso y a la comodidad para estar en la sierra. Montaña y vestido de mujer estaban reñidos.

Paró su caballo con un solo ademán, el animal obedeció, unas cuantas aventuras con su ama habían educado a la yegua, ésta conocía muy bien los ímpetus de quien cabalgaba sobre ella.

¿Dónde habrá agua? Pensó Isabel. Su montura y ella la necesitaban. ¡Demasiado calor! Exclamo muy dentro de ella.

Media cantimplora, eso es lo que le queda de agua, le dará algo más de la mitad a su preciosa yegua, Aroaki, no sabe de donde ha salido ese nombre, su cerebro un día se lo ofreció. Amaba a la yegua, al principio sufría por ella, cada vez que se escapaba pensaba que azotarían al caballo, pero no, El Lobo sabía que su hija era la total y absoluta culpable.

Isabel baja de Aroaki, se aproxima y la acaricia, busca la cantimplora y un recipiente, da de beber a su preciosa cabalgadura. Quita la silla de montar, la libera de la presión de las correas, la da una cariñosa palmada, el animal relincha satisfecho, empuja con su hocico a su dueña y se aleja.

Isabel prepara fuego, acaba de dar un largo trago a su casi vacía garrafa de agua; mientras que el fuego comienza a crujir y a iluminar la noche, la muchacha extiende su saco y su manta, prefiere la protección de unas rocas próximas.

El lugar se antoja bello, un rellano dentro del frondoso bosque al que llegó al atardecer. Isabel decide que en cuanto amanezca buscará agua, huele la humedad del bosque, el agua no esta lejos. La necesita, la desea. Su cuerpo está sediento de la frescura y la limpieza que el agua le producirá.

Pone a asar un conejo que cazó no hace muchas horas. Tiene hambre. Le queda algo de vino, ese vino duro y con sabor a pellejo de alcornoque de su tierra.

Come, se adecenta dentro de lo posible y se tiende en su improvisada cama, su mente, de nuevo, divaga, ensoñaciones que vienen una y otra vez.

Desde hace algún tiempo, esas ensoñaciones vienen muy a menudo, nunca vivió ni leyó ninguna historia como aquella. Cuando Isabel se relaja, cuando el cuerpo de la joven e intrépida mujer se tranquiliza, al cerrar los ojos, mil misterios entrelazaban su cerebro.

Isabel oye a su yegua como mastica la hierba que, escasa, crece por allí. El silencio se instala en el lugar; de repente, la muchacha se incorpora con una rapidez anormal en una mujer, en sus manos empuña una escopeta. Oye voces y risas, alguien esta por acercase a su improvisado campamento.

La muchacha, ya de pie, espera detrás de las rocas. De nuevo las voces y las risas, de golpe todo enmudece, alguien se da cuenta de resplandor que proyecta el fuego hecho por Isabel; da la voz de alarma, Isabel sale de su escondite empuñando su escopeta.

Si alguien se mueve, muere. –Dice con una voz que no admite sorpresa. ¡Acérquense al fuego! Manda Isabel. Tres sombras se aproximan, no dudan, solo obedecen.

Alguien se atreve a decir: ¡no vamos armadas! ¡Nada podemos hacerle!

Isabel se aproxima un poco mas, divisa a tres mujeres, comprueba alrededor que no haya nadie más. Las mujeres cargan con un petate, visten ropas sencillas. Baja la escopeta. ¿Qué hacen por aquí? Pregunta sin saber que decir.

Vamos de viaje. Queremos llegar a tierras del señor Lobo. Si no nos equivocamos estamos en buen camino.- Dice una de las mujeres. La mujer avanza un pie adelante.

- ¡Quieta ahí! Ordena sin miramientos Isabel. Isabel observa intrigada a la muchacha que tiene delante, no debe ser mucho más mayor que ella. Intuye que es valiente.

- ¿Cómo podría fiarme de vosotras?- Pregunta sin saber porque Isabel.

- ¿Cómo podríamos fiarnos de ti?- Responde la mujer que ha tomado la iniciativa.

El instinto de la moradora de la Casa Grande le dice que esa gente es de fiar, su mirada se centra en la silueta que la habla. La proximidad ya es mucha, el fuego, aún fuerte, es suficiente para que pueda dilucidar las formas de las tres mujeres.

- Mi nombre es Isabel.-

- El mío es Cristina.- Ellas son Lola y Lucia.

Las dos mujeres se miran atraídas por la reacción de ambas, las dos se han sorprendido. No lo entienden, se observan y miran una y otra vez, la sensación es la necesidad de memorizar las líneas de cada una de ellas.

Lola, la mayor, rompe el embrujo. ¡Bueno, Isabel, ya está bien! Somos pacíficas no te vamos a hacer nada.

- No, no. –Dice, dubitativa Isabel. Hay que tener cuidado en la sierra, nunca sabes a quien vas a encontrar.

- Tienes razón, pero con nosotras no viene nadie más, mira, no tenemos nada más que un maldito cuchillo. Tómalo si quieres. – Impone Lola, la más mayor.

Finalmente, las tres mujeres bajan sus petates, Isabel estrecha la mano de Lola y Lucia, Cristina es la última, no sabe porque pero no la saluda como a las otras.

Lucia está avivando el fuego, Lola ha ido por más leña, Cristina está preparando algo de comida, sopa y algo de queso y pan. No hay mucho donde elegir.

Isabel en su rincón observa, todo parece una aparición. No sabe que ha ocurrido en la última hora. Solo comprende que de estar sola está con tres mujeres. No se siente amenazada, quizás, todo lo contrario. Las ha invitado a su espartano campamento, un escalofrío caliente recorre su cuerpo cada vez que se acerca demasiado Cristina, no entiende que pasa, los ojos de la joven…., no comprende muy bien que ocurre, no es capaz de mirarla fijamente.

- ¿Hacia dónde caminas Isabel? –pregunta Cristina.

- Como vosotras, hacia tierra del señor Lobo.

- Sino es indiscreción, ¿cómo es que vas para allá?

- Tengo familia. Responde escuetamente la muchacha. ¿Y vosotras tres? ¿Por qué vais hacia allí?

- Nos han ofrecido llevar la cantina del pueblo. La dueña de la cantina es familiar de Lola, han ampliado el lugar, ya no es solo una cantina, sino un lugar de paso donde personas y ganado descansan. También un lugar donde comer.

La timidez de Isabel sale de golpe, no sabe que decir ni que hacer.

- Gracias por la respuesta, no hace falta que me expliques nada. Estamos como a cinco días de camino del pueblo. Es largo por lo caluroso. No podemos andar mucho durante las horas centrales del día. – Isabel no puede mantener la mirada de Cristina. Calla.

Cristina se aproxima a Isabel. –Muchas gracias, mujer. Uff, perdona, pero te hace falta una buena lavada, jajjaa.

La carcajada de Cristina coge de improviso a Isabel. Lola y Lucia que han estado calladas observando toda la escena, malamente han podido mantener la boca cerrada. Finalmente rompen a reír.

Isabel, sonríe, alza los ojos y se sonroja.

- Las tres mujeres acaban de cenar, el conejo que sobró de la cena de Isabel, ha desaparecido.

- ¿Viajan sin caballo? –Pregunta Isabel algo intrigada.

- Pues sí, bueno más bien, viajábamos en una carreta tirada por dos caballos pero, nos robaron y, o nos violaban o le dábamos todo. Optamos por dárselo todo, nos dejaron con algo de ropa y comida. Por lo demás, ni un real. – Lola contestó con una sonrisa.

- A partir de ahora, no habrá problemas, lo prometo, trataré de protegerlas, soy buena tiradora. –Isabel sigue la conversación sin mirar al frente.

Cristina, un poco intrigada por aquella joven sucia, mal vestida, mal oliente y con unos ojos bellísimos, se va hacia ella, levanta la barbilla de Isabel y le dice: -oye, puedes mirarnos sin bajar los ojos, la situación de sorpresa y peligro ya ha pasado. Ehh, mírame, no puedes esconder esos ojos tan bonitos.

Isabel alza los ojos, se encuentra con los de Cristina, color claro, piel morena, ¡eh! No entiende que la pasa. –Gracias, consigue decir, es que soy un poco tímida, a pesar de verme con una escopeta apuntando hacia vosotras. Solo era para protegerme. Creo que sabéis lo que es la Sierra, te puedes encontrar con cualquiera.

- Vale, no digas más, ahora tenemos que dormir, descansar, es un buen lugar. ¿Te importa que me ponga un poco más lejos de ti? Creo que necesitas agua y limpieza. –Sonríe Cristina sin sorna.

- Sé que estoy maloliente y sucia, pero llevo más de cinco días sin encontrar un lugar donde asearme. Apenas tengo agua. –Responde Isabel con algo de vergüenza.

- Vale, mañana en la mañana te podrás lavar, nosotras acabamos de encontrar un arroyuelo con un agua limpia y clara, toma, bebe de mi cantimplora, está llena, creo que tu yegua ha encontrado el arroyo. Nosotras también nos vamos a asear mañana, ahora a descansar.

Las cuatro mujeres ya descansan dentro de sus mantas. El fuego, ya hecho brasas, se va adormeciendo también.

Mañana será otro día.

Continuará.

Aroaki.

ISABEL, EXTREMA Y DURA.

2.

El amanecer llegó sin avisar, Isabel, acostumbrada a madrugar antes que sonara el canto del gallo, entreabrió sus ojos lentamente, percibió la cercanía de la respiración de otras personas, ¿acaso no estaba sola? No, no, ¡claro que no! La noche anterior había coincidido con tres mujeres, iban en el mismo camino. Aja, así es. En pocos segundos la cabeza se le aclara. Mira a su alrededor y nota los tranquilos y rítmicos jadeos de sus tres acompañantes. Los ojos se detienen en un bulto un poco encogido metido en su saca, sabe quién es, nota su presencia y su calor. ¿Su calor? Isabel piensa que está absolutamente loca. ¿Cómo que siente su calor? Si, se estaba refiriendo a Cristina. Una excitación cruza su cuerpo de norte a sur. El fresco del amanecer se ha vuelto demasiado cálido. Recuerda lo sucia que está. Saca una muda de su petate y se encamina hacia donde se supone está el riachuelo. No tarda más de 10 minutos en divisarlo. Su yegua relincha contenta de ver a su ama, Isabel se acerca, la acaricia y le dice: tu ama está loca, sucia, loca y acalorada. Sabes, Aroaki, es por una mujer. Nunca me lo había planteado pero a las pruebas me remito. No tengo que disimular más, no puedo mentirme más. Siempre lo he sabido y lo he ocultado, mejor, me lo he ocultado.

Pero a nadie miré a los ojos así, nadie con una mirada me hizo abochornarme de esa manera. Soy una tipa estúpida. Ahora me voy al arroyo, me quitaré esta peste y trataré de no estar aquí para cuando vengan las chicas a bañarse, siento cierta vergüenza, seguro que me convierto en una mirona.

Isabel recorrió en poco tiempo el espacio que la separaba del arroyo. Con apremio se quito los trapos sucios que llevaba puesto. Se metió dentro, el frío del agua hace que la muchacha tirite, está helada, poco a poco el contacto con el elemento la relaja. Por un instante la perturbación que le han producido sus propios pensamientos se disipa.

Las primeras luces han despertado a Cristina, toma conciencia del lugar donde se haya y rememora lo acontecido a última hora de la noche del día anterior. Instintivamente voltea su cabeza hacia donde duerme Isabel, no está, su petate sigue ahí. Cristina suspira, pensó que Isabel se había ido. No, pero ¿por qué esa inquietud por aquella muchacha? Nada más verla la interesó, no le pareció la típica mujer, la atrajo de inmediato. A Cristina, la cabeza le da vueltas, la sacude, intenta volver de la locura de aquellos pensamientos.

Se levanta, las otras dos mujeres continúan dormitando, las claritas del día se van imponiendo a la noche.

Cristina oye unos pasos, suaves, andan despacio, como sino quisieran hacer ruido. No se alarma.

- Hola, saluda Isabel.

- Buenos días, Isabel. Contesta Cristina levantando la vista. Y ahí quedan sus ojos, una aparición, eso es Isabel. La joven tiene los pelos mojados, un simple pantalón y una camisa pegada a su cuerpo aún no del todo seco. Alguna transparencia sugiere a Cristina el cuerpo tan magnífico que tiene la muchacha. No es capaz de apartar su mirada de Isabel, trata de desviarlos, lo único que consigue es dejarlos fijos en sus labios, boca carnosa, jugosa.

Isabel percibe la intensidad de la mirada de Cristina. Sólo han sido unos segundos y la ha vuelto a trastornar.

- Cristina voy a hacer café, tengo algo de pan. ¿Gustas?

- ¡Claro, claro! –Responde Cristina. Estoy hambrienta. Te ayudo. Nosotras no tenemos casi nada, se lo llevaron todo.

La situación parece normalizarse, las dos muchachas se afanan en la tarea del desayuno.

El olor a café ha hecho que las otras dos mujeres se despierten; con bastantes aspavientos, Lola, la mayor, dirige su mirada hacia las dos chicas que, en silencio, han reavivado el fuego y tuestan el pan.

Lola sonríe, estira sus brazos para desperezarse. Lucia la imita.

- Ummm, café, pan. Buenos días Isabel, buenos días Cristina. Nosotras no hubiéramos tenido nada que desayunar. – Dice Lola mirando alternativamente a cada una de las muchachas. ¿Algo pasa entre ellas? Lola ya tiene experiencia, mucha experiencia de vida. Se crió en la calle, luego en diversos ambientes, algunos no muy aceptables. Conoce, sabe, ahora calla. Los designios del universo en el amor son muchos.

- Bueno chicas, yo me voy a asear, ¿alguien viene conmigo? Isabel parece que tu ya estás limpia y adecentada, jajá jajá, hueles rico. ¿Verdad, Cristina? Isabel ya huele como una mujer decente. –Lucia habla y habla.

Isabel se sonroja. La timidez la hace retroceder y se pone nerviosa.

- Sí me lavé muy temprano, el agua está fría pero rica, ir a lavaros y yo recojo el campamento. Luego debemos partir, hay que aprovechar estas horas tempranas, a partir de las once de la mañana no podremos caminar. El día va a ser muy duro en cuanto a calor. –La muchacha acierta a decir, baja la vista.

Cristina sonríe, si que huele rica, muy rica. Vuelve a sacudir su cabeza, ¡qué pensamientos tan pecaminosos le vienen!

Las tres mujeres vuelven del arroyuelo. Han tardado demasiado, Cristina ya ha recogido el campamento ha puesto en su yegua todo lo posible. Las pocas cosas de las otras mujeres están también recogidas. Solo faltan algunos detalles, ahora toca acompañarlas, el viaje hasta el pueblo va a ser largo y sin caballos, muy, muy cansado, en realidad no quiere llegar, sabe que una vez en el pueblo y en la Casa Grande, su vida será otra, el castigo de su padre no se hará esperar, esta vez va a ser duro, muy duro, no la importa.

Ahora está más dispuesta que nunca a conseguir su libertad, sabe que si su padre se entera de sus gustos, la matará o algo peor.

Cuatro mujeres andan, sudan, se cubren con pañuelos la cabeza, Isabel tiene un sombrero al estilo del oeste americano. Llevan casi cuatro horas de camino y el sol ya empieza a calentar fuerte, en poco tiempo se hará insoportable. La tierra extremeña es así, extrema y dura, su clima, muy frío en invierno, muy caliente en verano. La sierra marca los extremos más duros. Isabel conoce muy bien su tierra, la ama, quiere a su gente pero en los últimos años se la atraganta, quiere irse para América, desea navegar hacia una nueva tierra donde empezar desde cero, no la importa trabajar duro y las penalidades, solo desea ser libre.

Un sentimiento de soledad le recorre todo el cuerpo, queda un poco paralizada. Sola, está muy sola, la verdad es que desearía compartir ese sueño de libertad y lucha con alguien, de nuevo su mirada se dirige hacia la mujer que va detrás de ella. Hasta ahora nunca se planteó estar con alguien, ni vivir con nadie, pero ese pensamiento se ha hecho añicos, la presencia de Cristina hace volar su imaginación.

¡Calla! Se dice así misma. Una cosa son tus deseos y sentimientos, tus gustos, los de otros, no tienen porqué ser igual a los tuyos. No sabes nada de esa chica. –Isabel se repite ese pensamiento una y otra vez con la idea de alejar de sus pensamientos a Cristina. No lo consigue.

- ¡Chicas, hay que parar! –Dice Cristina en voz alta.

- No te preocupes, Cristina, a quinientos metros hay peñas y rocas con vegetación suficiente para dar sombra, nos servirá para descansar, comer algo y echarnos la siesta. Trataré de cazar algo mientras vosotras hacéis el fuego. Hay muchos conejos por aquí.

Isabel contesta sin mirar hacia atrás. No quiere encontrarse con los ojos de la muchacha que la tiene trastornada, en cualquier momento se le va a notar que algo la ocurre, la van a preguntar y no sabrá que contestar.

- Lola, me adelanto. –Isabel monta por primera vez en el día a su yegua, la lanza al trote y se pierde en el camino. Las chicas observan los movimientos de la joven y ágil mujer. Cristina se ha quedado absolutamente embobada ante la destreza que muestra Isabel.

- ¡Chicas, a qué esperamos! ¡Tenemos que tener listo el campamento para cuando venga Isabel! ¡Qué suerte hemos tenido en encontrarla! Es un cielo, ¿verdad, Cristina? –Manda Lola, no sin una sonrisa.

Las tres mujeres han llegado al lugar señalado por Isabel, sueltan sus petates y se ponen a la tarea de recoger leña, hacer el fuego y tener listo algo de agua y la hoya.

- ¿Me dices a mí? Lola. Cristina encara a Lola con una sonrisa.

- Pues sí, es a ti, esa chica te tiene embobada, la espías a hurtadillas, disimulas tu rubor cuando se acerca o se dirige hacia a ti. Algo pasa, no hay duda. –Replica sin dudar Lola.

Lucia quiere entender pero no comprende. Es la más joven del grupo y está pensando en otras cosas. Al enterarse de la necesidad que tenía la familia de Lola de que alguien les echara una mano en la cantina, ampliada a casa de comidas y lugar para pernoctar, no lo dudo. Lucia se había criado con Lola, ella era su hermana mayor, se conocieron en un hospicio, se escaparon, volvieron, se volvieron a escapar y finalmente, Lola al cumplir la mayoría de edad se fue libre definitivamente y paso a trabajar en una familia de bien, allá en Cádiz, en cuanto pudo cumplió su promesa de llevarse a la pequeña Lucia.

Había pasado mucho tiempo de eso, la vida no les había dado tregua, de casa en casa, de lugar en lugar, de trabajo en trabajo. En ocasiones en la calle. Pero no la había importado, estaba con Lola, se tenían la una a la otra. Un día encontraron a un tipo que llevaba a otra chica y la “iba a colocar en un prostíbulo”. Lola no lo permitió, mató en defensa propia a aquel asqueroso tipo, liberó a aquella joven mujer de un futuro seguro como puta. La joven era Cristina, una más que no recordaba tener padres.

Lola consiguió algunos trabajos en tabernas y las otras dos muchachas ayudaban como podían. Salían adelante malamente. Un día, en una de aquellas tabernas, el destino hizo que Lola reconociera el nombre de un familiar lejano, se llamaba Pedro y regentaba junto a su esposa una taberna en un pueblo perdido de la Extremadura profunda. El tal Pedro contó que había ampliado su negocio. Lola recordó el apellido, Mostazo, lo único que recordaba de su familia.

Hablando y hablando con Pedro, llegaron a la conclusión que eran primos lejanos. Al fin y al cabo familia. Lola contó a Pedro un poco de su historia. Pedro no dudó en ofrecerles el trabajo. Lola no dudó, ese trabajo pintaba muy bien, tenían experiencia y lo más importante, las tres seguirían juntas.

Lucia estaba absorta en todos estos pensamientos cuando un relincho la sacó de ellos. Isabel había vuelto, bajo de un salto de su yegua, la acarició y tiró tres enormes conejos al lado del fuego.

- ¿Quién les quita la piel? –Dijo no con un halo de triunfo en sus labios.

Isabel se sentía diferente, su adrenalina salía a borbotones cuando cazaba, le gustaba, ahora era responsable de que las chicas tuvieran suficiente comida hasta llegar al pueblo.

Cristina y Lola ya habían acomodado todo lo necesario para hacer un guiso con los conejos. Cristina se levantó y se encaminó hacia Isabel, no dudó, se dejó llevar por su instinto. Se aproxima a Isabel la cual queda paralizada.

Cristina abraza sin contemplaciones a Isabel, se acerca a su oído y con mucha cautela le dice, -Eres mi heroína- Gracias por la comida. La besa entre el oído y el carrillo, vuelve a besarla muy cerca de los labios, se separa, sonríe, se aleja.

Lola y Lucia contemplan la escena. Lucia carcajea, conoce bien a Cristina y sabe que es muy efusiva. Lola, sabe que Cristina es muy efusiva pero nunca tuvo esa reacción tan fuerte con nadie. Calla, sonríe y se pone manos a la faena.

Isabel, queda paralizada, un cosquilleo la recorre todo el cuerpo. Está claro, la atracción y el poder que Cristina ejerce sobre ella se confirma.

· ¡Vamos Isabel! Acomódate y toma agua, te la mereces. – Le dice Lola.

Isabel reacciona. Quiere andar tan deprisa que tropieza y cae. Cae justo donde está Cristina. La mira. Se levanta rápido. Las chicas se ríen. Isabel también.

Son las tres de la tarde, el sol, crudo, castiga la dura tierra extremeña, se mete dentro de su arena, de sus rocas, de sus caminos, de sus lagos, de sus ríos, de sus bosques, de sus montañas. Cuatro cuerpos se han tumbado después de una espartana, aunque sabrosa, comida.

Dos cuerpos duermen, la siesta es algo ineludible en estas tierras.

Otros dos cuerpos solo descansan, han cerrado sus ojos pero no han parado sus pensamientos, no pueden. Un cuerpo piensa en Isabel, el otro cuerpo piensa en Cristina.

Hasta las seis de la tarde no se pondrán en camino de nuevo. Así durante los próximos cinco días. Mucho tiempo.

La hora de ponerse en píe se aproxima. El sol se va poniendo de a poco, aún quedan horas de luz. La hora mejor para caminar en la tierra extremeña.

Continuará.

1 de diciembre del 2011

Aroaki

ISABEL, EXTREMA Y DURA

3.

Es el tercer día de camino, las cuatro mujeres están exhaustas, son casi las nueve de la noche, el día toca a su fin, sus fuerzas también.

Isabel que abre la marcha, conoce muy bien el lugar, demasiado bien, la sierra no tiene demasiados secretos para ella. Unos metros más allá sabe de un buena zona para pernoctar, de nuevo necesita lavarse, poca ropa la queda limpia, es suficiente, en dos días más llegará a su casa, su cárcel particular; encontrará a sus hermanas y a su padre, su padre no, su carcelero.

No tienen demasiada comida, aún le queda pan, demasiado duro ya. El día anterior tuvo la suerte de cazar un jabalí pequeño, lo suficiente para alimentar a cuatro hambrientas bocas. Hoy tiene una sorpresa, aún le queda una bota de buen vino.

Después de la inseguridad del primer día, Isabel se siente algo más cómoda, la normalidad y la rutina se han establecido entre las chicas; se mantiene a distancia de Cristina, habla con ella aunque procura mantenerla a lejos.

Quiere pero no puede dejar de mirarla, de escuchar sus historias, de reírse con sus ocurrencias. Está absolutamente loca por esa mujer. El tiempo transcurrido solo ha servido para confirmar sus sentimientos.

Isabel piensa, ahora con más seguridad que nunca. Se irá del pueblo. Sabe como ahorrar algo de dinero, está dispuesta incluso a robarle a su padre. No será un robo es un adelanto de lo que le corresponde en herencia. Tiene que huir, escapar, sabe como llegar a Cádiz y embarcar, Hace tiempo que tiene la información de los barcos que parten de allí hacia América.

Cristina está algo enfadada, Isabel la evita. No puede dejar de mirar a la valiente joven. Cristina también ha vivido mucho la vida en su corta existencia, conoce de amores, de sinsabores y de gustos que la sociedad llama “invertidos”. No tiene que dar explicaciones a nadie, solo sabe que quiere a Isabel, la está volviendo loca. Intuye que a Isabel, ella no le es indiferente.

Tiene que buscar el momento preciso para acercarse a ella. Hoy hay luna llena, el calor es asfixiante, Isabel ha dicho que el lugar de acampada será al lado del río. Necesita lavarse y refrescarse, no solo el calor es el motivo.

Lola y Lucia se afanan en montar el austero campamento y de iniciar el ritual del fuego. Preparan la cena, hay jabalí ya asado del día anterior, con algunas raíces encontradas por el camino van a hacer una sopa dónde picaran el pan duro que queda.

Cristina ha ido en primer lugar a asearse. Isabel está recorriendo el perímetro de seguridad.

El río esta vez no es un arrollo, la sierra media esta llegando a su fin y el río se ensancha en el llano.

Cristina se desnuda, coloca su ropa cerca de la orilla, toma el jabón y sumerge todo su cuerpo en el agua. El calor ha sido devastador durante el día, el agua aún está templada.

El placer que le produce el contacto con el líquido es muy parecido al que le provoca la proximidad de Isabel. Hay solo una diferencia, el agua la refresca, Isabel la perturba, la sonroja. Piensa en ella. La busca con la mirada, sabe que no está, cierra sus ojos, luego los abre y se encuentra mirando al cielo, ni una nube, soberbio universo, oscuridad y destellos luminosos. La luna radiante, espléndida, misteriosa, luna llena. Hay mucha luz, nota el reflejo de la luna en el agua. Cristina se relaja. Enjabona su cuerpo con sumo cuidado. Despacio.

Piensa en Isabel, cierra los ojos y su cuerpo responde al pensamiento.

Aroaki ha conducido a Isabel directamente al río, la yegua necesita beber y refrescarse. La deja libre.

Isabel pasea, alza sus ojos y encuentra a la luna, exultante, poderosa. Llama su atención el sonido del agua, alguien chapotea por allí, será alguna chica que se ha ido a bañar. No puede evitar pensar en Cristina, puede ser ella.

Isabel se ha quedado paralizada, unos metros más hacia adelante, ve la figura que no quería ver, no puede dudar, sabe que es Cristina, tiene memorizado su cuerpo.

Cristina ha oído pasos, se ha esforzado en saber quien es, intuye que es Isabel, es Isabel.

- Isabel. ¿Eres tú? -Pregunta Cristina casi sin alzar la voz. Isabel está tan próxima que la pregunta sobra.

- Soy yo, ya me voy. Perdona, no quería molestarte, sigue con tu baño. –Se apresura a responder Isabel que no se ha dado cuenta de lo cerca que estaba de Cristina. ¡Qué bochorno, pensará que la está espiando! ¿Acaso no es verdad?

Isabel se ha quedado sin habla, paralizada. No sabe como reaccionar. Si hecha a correr, Cristina se preguntará el porqué. Si se queda, también se preguntará que estaba mirando.

No hace nada.

Cristina piensa que ahora es el momento de abordar a Isabel e intentar saber algo más de esa chica.

Cristina comienza a salir del río. Anda despacio hacia Isabel. Solo unos metros la separan de ella.

- Isabel, espera, no te vayas. Ven conmigo, el agua está casi templada. Mira la luna es bellísima. Nada conmigo.

La poderosa figura de Cristina se acerca, su cuerpo se contornea como una diosa. Es una diosa.

Isabel no sabe que hacer, se ha quedado perpleja, Cristina le habla, a sus oídos no llega nada más que un susurro, está absolutamente embobada, Cristina va hacia ella, desnuda, brillante. No puede nada más que quedarse boquiabierta ante tanta belleza.

Cristina llega rápidamente hasta donde esta la muchacha, la coge de la mano. Ven por favor, es una hermosa noche, merece la pena darse un chapuzón.

Isabel no habla, se deja hacer, Cristina la está desabrochando la sucia camisa, se deja; luego el corpiño, sigue el cinturón, el pantalón, los calzones.

Isabel se deja hacer, desea dejarse hacer.

Cristina guía a Isabel hacia el río.

Las dos muchachas van de la mano, se sumergen dentro del agua, solo se miran, sus facciones son iluminadas por la luna, sus ojos brillan.

Cristina se ha puesto algo nerviosa, no sabe como entrar a Isabel.

- Isabel, ¿estás bien? ¿te gusta la temperatura del agua? –Pregunta Cristina.

Isabel, por fin, reacciona, se da cuenta de su desnudez, de la desnudez de ambas.

- Está, está muy buena, está muy buena el agua. –Isabel tartamudea.

Cristina se acerca. Se aproxima, despacio, muy despacio. Toca con sus manos la cara de Isabel y la atrae hacia ella. Mira sus labios, no puede dejar de mirarlos. Isabel cierra los ojos, algo está sucediendo. Las muchachas juntan por primera vez sus labios, un casto beso, un pequeño roce, luego se miran, las dos a la vez han abierto sus ojos. Las dos sonríen. Isabel pierde un poco de su timidez, atrae el cuerpo de Cristina y la estrecha entre sus brazos. Luego, los dos rostros muy próximos, se contemplan mutuamente, se acercan de nuevo, esta vez el beso no es un simple roce. Necesitan reconocerse, explorarse. El beso se intensifica, la pasión de ambas también.

Las dos mujeres salen del agua cogidas de la mano, Cristina seca el cuerpo de Isabel, Isabel seca el cuerpo de Cristina.

No hablan, no dicen, no hace falta, los besos que se han profesado en el río lo dice todo. Lo presentían desde el primer día, la atracción ha sido palpable desde el momento en que se vieron.

No ha habido planes, el destino ha hecho que se crucen, que se conozcan, que se ensamblen.

Las dos muchachas se visten despacio, Isabel abrocha el corsé de Cristina. Se abrazan nuevamente.

Ahora están sentadas contemplando el río y los destellos que provoca la luna en el agua. Juntas, muy juntas.

La mente de Cristina se ha ido lejos, nunca ha sentido la seguridad y la calidez de nadie, así no, así como se siente con Isabel, nunca. ¡Es tan diferente lo que Isabel la transmite!

Se pregunta porqué le ha ocurrido a ella, a ellas. Nunca había tenido en cuenta el destino, ahora está confundida. No sabe si existe, si la realidad es lo que está ocurriendo o es una fantasía provocada por algún tipo de fiebre que se ha instalado en su cuerpo de forma continua.

Isabel no quiere preguntarse nada, está disfrutando de esos momentos, no quiere mirar más allá de un minuto hacia adelante. Tiene es sus brazos a una mujer, a una mujer con todas las letras. La desea, desea a Cristina, la quiere amar ahora mismo. No quiere precipitarse pero el corazón se le sale, le late deprisa, su cuerpo reacciona al mínimo contacto de Cristina. Necesitan algo de intimidad.

Lola y Lucia han terminado con la tarea de hacer la cena. Isabel y Cristina están tardando.

- ¡Lola! – Voy a buscar a Cristina debe haberse dormido dentro del río.

- No, Lucia, déjalas. Era algo inevitable que pasara. –Dice tajante Lola.

- ¿Pasar, el qué? Isabel, Cristina. Cristina, Isabel. Lucia se hace una composición rápida de la situación, intenta adivinar que quiere decir Lola.

- Bien, Lola, no sé que se traerán esas dos entre manos, o tú, pero ya me lo dirás. Algo pasa que no llego a dilucidar. Creo que es algo bueno, en fin, ya vendrán, yo tengo hambre. Voy a empezar a comer.

Lola sonríe y calla.

- Nosotras también tenemos hambre. –Dice Isabel.

Las dos muchachas han llegado sigilosamente, apenas han intercambiado una palabra, no hace falta. Isabel se va hacia su petate y saca la bota de vino.

- Chicas, hoy hay fiesta, vamos a cenar con algo de bebida alcohólica. Es vino extremeño, duro y extremo, de buen gusto al paladar. –Vocifera, Isabel.

- No hace falta que grites. – Contesta Lola y continua: ¿eh, dónde os habéis metido? Parece que tu también te has lavado, Isabel. Por cierto a pesar de que es de noche, tienes los carrillos encendidos. ¿Tienes fiebre?

Lola ha contestado con sorna, sabe que ha ocurrido.

- Lola, deja a Isabel que por una vez sonría, nos ofrece vino y quiere fiesta, pues la va a tener. –Contesta Cristina echando un cable a Isabel que no sabe muy bien que contestar.

Cristina se ha acercado al fuego y mira en la profundidad de las llamas. Rojo, azul, crepitar, chispas que se van, nacen y mueren en el momento. Hay una que no, una chispa esta comenzando a echar raíces en su corazón. La ha puesto nombre, Isabel.

Las cuatro mujeres comen y beben, Lola está contando una historia de algún amigo suyo que se fue “más allá de los mares” (dicho español que significa la gran ola de emigración que hubo desde que se descubrió América de españoles hacia allá).

Lola sabe contar historias, sabe atraer la atención de los oyentes. Las cuatro mujeres terminan riendo. Isabel ha conseguido relajarse. No está muy lejos de Cristina, la mira soslayadamente, está vez no baja la mirada, cuando Cristina la mira, sonríe.

La adora, simplemente no puede dejar de fijar su atención en ella, trata de seguir a Lola en su historia pero alguien tiene la total y absoluta atención de Isabel, es Cristina.

La noche ha llegado y la bota de vino está vacía. Cristina e Isabel han aproximado sus sacas. Se han dormido dándose la mano. No han vuelto a hablar ni a decirse nada. Un beso robado cuando, recogiendo los cacharros de la cena, se han aproximado, solo eso, un casto beso de buenas noches, su primera noche.

El cansancio ha hecho presa en los cuerpos de las cuatro aguerridas mujeres.

Luna llena está alta, dos corazones laten por primera vez sabiendo que se aman, que desean estar juntos. Dos almas perdidas para el resto del mundo, esta noche se han encontrado. Van a luchar, lo desean, quieren conocerse. Saber la una de la otra.

El amanecer del cuarto día está despuntando. Nadie se ha movido hoy en el estoico campamento. El vino de la noche anterior y el trasnoche han hecho mella en aquellos jóvenes cuerpos.

Hasta Aroaki se ha quedado dormida y callada. Silencio, silencio, el sol lucha por vivir un día más, pronto conquistará aquella tierra salvaje. Ojos perezosos tratan de volver a la vida, los pensamiento aún están un poco caóticos. Una mano busca la suya, se entrelazan. Esta mañana no hay sorpresa. Isabel tiene una nueva energía, se siente libre, ahora nadie podrá interponerse en su camino. Nadie, nunca se ha sentido así, nunca ha sido tan feliz, quiere serlo mucho tiempo. Ella sabe luchar, sabe conquistar, ahora sabe amar.

Quizás no sea día de caminar, no, es un día para reposar. Acariciar la brisa de la mañana antes de que se convierta en fuego. Isabel y Cristina se han encontrado.

A 3 de enero del 2012

Aroaki

Continuará.

ISABEL, EXTREMA Y DURA

4.

En el pequeño campamento parece que nadie quiere despertarse. El sol ya está alto, solo unos arbustos dan sombra al lugar.

Hace bastante tiempo que Lola ha abierto los ojos pero no quiere ni moverse, no le va a quedar otro remedio por imperativos fisiológicos. Una mueca de sonrisa en sus labios vaticina lo que está pensando. La vida da mil vueltas y conforma una realidad que, quizás jamás hubiera pensado pero así es la vida, llena de sorpresas que nadie ha planificado. Lola es una mujer temperamental, de carácter muy duro en la mayoría de las ocasiones, eso le ha permitido sobrevivir. También sabe interpretar cuando algo es bueno. Siente debilidad por la pequeña Lucia, es una hermana pequeña para ella, daría su vida si fuera necesario.

Cristina es otra cosa, la muchacha ha sufrido tanto, ha recibido tantos golpes y, a pesar de todo ello, aún tiene capacidad de amar. Es una mujer utilizada desde pequeña por los hombres, ultrajada y violada al antojo de quien la tuviera. Admira sus ganas de vivir a pesar de todo, nunca había visto el brillo de sus ojos al mirar a alguien, ese alguien es Isabel. También sabe que Isabel es una de las hijas del El Lobo.

Cristina aprendió a leer y escribir sola, a ratos, entre paliza y paliza, entre violación y violación.

La encontró un buen día y desde entonces ha visto la evolución de la muchacha, cada vez que podía, si había que robar para comer, robaba, pero seguro que también traía un libro bien escondido debajo del brazo. Ahora ve brillar sus ojos cuando mira a Isabel, fue algo instantáneo. No duda que es correspondida por Isabel, pero es familia de El Lobo. El Lobo esta en boca de gente más allá de aquellas tierras y es conocido como un hombre sin piedad, es temido por su crueldad.

Lola está intranquila por los acontecimientos que sin remedio se producirán una vez lleguen al pueblo. Hablará con Isabel y le pedirá que le diga quien es a Cristina. Si tiene que ayudarlas para que estén juntas, lo hará pero con la verdad por delante.

Lola prepara el café, Isabel se ha levantado y la sonríe.

- ¿Café? No nos queda mucho pero es suficiente. -Dice Lola.

- ¡Claro, me muero por un café! Me ha costado un mundo levantarme. –Contesta la muchacha.

- Isabel, el sol está muy alto, te parece que nos quedemos hoy aquí, hasta que caiga el sol hacia media tarde. –La comenta Lola.

- Eso estaba pensando, por un día que lleguemos más tarde al pueblo no pasa nada, eso sí, tengo una idea: si nos vamos sobre las cinco y media de la tarde en tres horas estaremos en una posada donde podremos descansar en una cama y lavarnos. Podremos tener una comida decente y reponernos. – Habla Isabel.

- No podemos permitirnos ese lujo, Isabel, no tenemos dinero. Necesitamos llegar al pueblo y comenzar a trabajar. –Sentencia Lola.

- Un momento, Lola, no te precipites, sé que os han robado, pero yo si tengo dinero, el suficiente para dos habitaciones y un buen rancho (comida). Por favor permíteme daros y darme ese capricho. Cuando llegue al pueblo las cosas no serán tan bonitas. – Dice Isabel bajando la cabeza.

- Ven, toma la taza de café y vamos un poco más allá, tengo que hablar contigo. –Susurra Lola.

Las dos mujeres se apartan del campamento lo justo para no molestar a las durmientes.

- Tú dirás, Lola.

- Sé quien eres, Isabel, eres una de las tres hijas de Lobo, el cacique del pueblo. –

- ¿Cómo sabes tú eso? Lola yo, yo…………..- Isabel no sabe como reaccionar es como si todas sus ilusiones se hubieran venido abajo de un solo golpe.

- No, no, por favor, Isabel, no me malinterpretes. Tú no eres culpable de la fama de tu padre, de hecho pienso que cuando vuelvas vas a ser castigada de una forma atroz. –No, por favor, Isabel no pienses que quiero reprocharte algo. – Dice Lola con el corazón en un puño.

Isabel no es capaz de mirar de frente a Lola, se viene abajo. Llora. Lola se acerca a ella y le tiende sus brazos, abraza a Isabel, la acuna. Isabel llora, llora quizás lo que no ha hecho nunca ni cuando su padre la azota.

- Toma un trago de café te sentará bien y ahora escúchame, por favor. – Dice Lola levantando la barbilla de Isabel y secando sus lágrimas.

- Isabel me he dado cuenta de los sentimientos mutuos entre Cristina y tu, ha sido tan impactante, tan rápido que es casi irreal. No lo es, lo sé. Sólo te voy a pedir que digas a Cristina quien eres, y a partir de ahí que seáis conscientes de lo que vendrá una vez que estemos en el pueblo. – Concluye Lola.

- Lo sé, lo sé, Lola, eso quiero explicarla esta noche, con tranquilidad, no voy a obviar absolutamente nada. Dame ese tiempo de confianza. No entiendo que me ha pasado con Cristina pero nunca, jamás el corazón me ha latido tan fuerte. Quiero conocerla, saber de ella, intuyo que nada para ella en la vida ha sido fácil. Pero dame esta noche. La fonda no es muy transitada, nadie se fijará demasiado en nosotras, hay demasiada gente caminado sola o familias destruidas como para que hagan elucubraciones. En estos parajes y caminos el tener la boca cerrada es una garantía de vida. –Habla Isabel con las lágrimas a punto de salir de nuevo.

Lola vuelve a llenar de café la taza de Isabel y la vuelve a abrazar. Seguirá hablando con ella. Las ayudará, si ese amor es como intuye no habrá nadie en toda la faz de la tierra que pueda con él.

Todas las chicas ya están activas en el campamento, les gusta la idea de quedarse hasta la tarde, no queda más remedio, andar ahora por el camino hacia el pueblo es sinónimo de quemaduras que pueden llegar a ser graves. No merece la pena arriesgarse.

Lucia y Lola han ido a lavar algo de ropa al río. Isabel y Cristina se han quedado recogiendo el campamento, son más de las diez de la mañana y no hace falta fuego para nada.

- ¿Quieres venir conmigo a cazar algo para comer? –Comenta Isabel a Cristina.

- Si no queda otro remedio. –Sonríe Cristina.

- Espera un momento Cristina. –Dice Isabel acercándose a ella. La coge de la mano, la atrae hacia si y la abraza.

- Gracias por lo de anoche. –Aclara Isabel.

- Gracias, ¡dios mío Isabel! Es lo mejor que me ha pasado en la vida. Si es que no te arrepientes. – Se expresa Cristina con la voz un poco temerosa.

- ¡Arrepentirme! No, eso nunca. Pero tenemos que hablar y mucho. Hay cantidad de cosas que tengo que contarte y tú que contarme. Yo no contaba que me pudiera sentir tan atraída por alguien. Y ese alguien eres tú. –Dice tajante Isabel.

Cristina vuelve a los brazos de Isabel, ahora es ella la que está a punto de llorar. Sabe que cuando le cuente a Isabel los avatares de su vida puede que no quiera estar con ella. Lo de la noche anterior fueron abrazos y besos, llenos de pasión y necesidad, pero nada más. Deberá contarle cosas que, quizás, Isabel no quiera aceptar. Tiene la esperanza de que Isabel sea una mujer muy diferente a todas, a todos, pero no habrá ni una maldita mentira en ella. Se lo jura así misma.

Isabel abraza con ternura a Cristina, piensa en las palabras de Lola, lo hará, no habrá ninguna mentira, si tiene que perder a la mujer que ahora mismo está entre sus brazos, no dudará. Demasiadas mentiras, calumnias, odios, sinsabores en su familia. Esta vez no, sea para bien, sea para mal.

Las dos mujeres se miran a los ojos, se acercan y unen sus labios, no hay duda, la atracción es incontestable.

El resto del día ha sido amable, Isabel y Cristina han traído una codorniz y un conejo, la comida está asegurada.

Las mujeres han contado anécdotas, viejas historias, algunas experiencias, no han profundizado mucho, han hablado de sus planes a corto plazo, Lucia es un poco payasa ha conseguido sonrisas y carcajadas de las demás integrantes del grupo. A veces la vida es muy dura y hay que tener valor hasta para sonreír.

Están llegando a la fonda. La sencillez y humildad del lugar es evidente, pero se nota que se afanan para que el espacio esté limpio y decente. Quien regenta el lugar es una mujer bajita y regordeta, sin llegar a la obesidad. Su cara redonda y siempre sonriente confiere confianza. No piensa quienes serán las forasteras que han llamado a su puerta pidiendo hospedaje.

- Por favor, mesera, ¿podría darnos alojamiento por esta noche y algo de cenar? También necesitaríamos asearnos. –Es Lola la que lleva la iniciativa.

- Lo que necesiten las señoras. ¿Dos habitaciones? –Pregunta la dueña de la fonda.

- Si, es suficiente, pero le pido que haya una tina y agua caliente para adecentarnos, el polvo del camino llena nuestros cuerpos. – Responde Lola.

- Bien, hay cordero para cenar con papas. Si necesitan algo más intentaré complacerlas. –Continua la mesera.

- ¿Hay vino? -Pregunta con una sonrisa socarrona Lucia.

- Pues mira jovencita, así es. Una fonda donde no haya vino es un negocio que no llegará a ningún lugar. Me llamo Petra, ¿y tú?

- Jajajaja, yo Lucia. Perdona era broma. Pero unos buenos tragos de agua y vino nos vendrían de maravilla.

- Entonces pongan sus petates a un lado y les preparo la mesa, así cenan mientras mando calentar agua para que puedan bañarse. –Concluye Petra.

- ¿Cuándo te vas a callar jovencita? – Interroga Lola a Lucia no sin cierta sorna.

- No se, no se. –Responde.

Todas ríen.

Isabel y Cristina van a compartir habitación, Isabel se despide por un rato para ir a atender a Aroaki.

- Cristina, ¿estás segura de compartir habitación con Isabel? -Lola pregunta pero sabe la respuesta.

- En mi vida he estado tan segura de algo. Tenemos que hablar y mucho, aunque no creo que de tiempo en una sola noche. Presiento que tanto su vida como la mía no han sido nada fácil. Todo va a estar bien, Lola, aunque sea una sola noche, necesito estar con Isabel.

Cristina ha respondido no sin cierto dolor.

- Te entiendo, solo con miraros se lo que os pasa, lo que os deseáis, y lo que os necesitáis. Buenas noches Cristina.

- Buenas noches Lola, Lucia.

Cristina sube las escaleras que dan a la parte alta de la habitación, el agua caliente está lista, alguien se ha encargado de llenar la tina. Una tina para dos, agua para dos, jabón para dos, el amor es de dos.

Poco tiempo después Isabel entra en la habitación, Cristina se esta despojando de su ropa, se queda quieta, un poco cortada al ver como Isabel se para y la mira. ¡Dios mío qué mujer! –Piensa Isabel. Petrificada, no puede dar ni un paso, a pesar de la poca luz que dan las velas, intuye el cuerpo de Cristina que la espera.

Cristina se ha quitado la ropa en su totalidad e invita a Isabel a hacer lo mismo. A Isabel le cuesta dar un paso hacia adelante, Cristina tiene que repetir que vaya y pregunta:

- ¿Te gusta lo que ves? Si te acercas verás mejor. –Sonríe pícara Cristina.

- Yo, yo, es que, ¡dios! ¡Universo! ¡Mundo! ¡Yo que sé! Cristina me tienes en tus manos puedes hacer conmigo lo que quieras. –Dice Isabel dando torpes pasos hacia la tina.

Isabel consigue quitarse la ropa, instintivamente cubre con sus manos su sexo y sus senos. Cristina ya está dentro.

- Ven, el agua está caliente, deja tu timidez para otro momento, tienes un cuerpo espléndido, ven, por favor…. Comenta, casi susurra Cristina.

Las dos mujeres ya están dentro del agua, una a cada lado de la bañera, se miran.

- Date la vuelta Isabel, te voy a enjabonar la espalda. –Dice tajante Cristina.

- Isabel obedece, poco después está entre los brazos de Cristina. Las dos mujeres se acarician sin mediar palabra. Algún tiempo después el agua comienza a estar fría.

- Vamos a secarnos. –Dice Isabel que en su fuero interno sabe lo acalorada que está.

Sus deseos son órdenes para mí doña Isabel. –Responde Cristina una vez más con sorna, le resulta algo especial la timidez de alguien que es capaz de montar, vestir, cazar y andar en la montaña en unos tiempos en que la mujer es puta o casada, poca cosa más.

- Tenemos que hablar de bastantes cosas Cristina, necesito contarte quien soy, cuál es el lugar dónde vivo y………….Ssssssssssssssssss, dice casi como un suspiro Cristina, hablaremos luego, ahora necesito y deseo estar contigo con todas las consecuencias…. ¿vienes?

Isabel calla, no dice nada, lo único que desea es hacer el amor a Cristina, tenerla, saborearla, con sigilo, despacio, Isabel se ha acercado a Cristina y la besa profundamente……….

A 14 de Enero del 2012

Continuará….

Aroaki

ISABEL, EXTREMA Y DURA

5.

Las dos mujeres se han abrazo, a Isabel, Cristina le produce una ternura que jamás sintió, mejor dicho, no la dejaron sentir. Se acerca a ella con sigilo, con templanza, tratando de expresar algo más que la tremenda atracción sexual que la produce.

Isabel es ruda, ha querido ser ruda para poder ser un poco libre, a un alto costo, nunca le ha gustado ser como sus hermanas, ni le ha llamado la atención los rituales de los vestidos, la pintura y las conversaciones estúpidas de las mujeres denominadas “normales”.

Ahora, todo ha cambiado, su rudeza se ha hecho añicos, su temperamento se a suavizado, sonríe bobaliconamente al tener ante ella a Cristina, desea hacerle el amor, no tiene mucha idea de como será, pero dejará que su instinto la guíe, siempre la dio buen resultado.

Se han sentado en la cama, Isabel acaricia el rostro de Cristina, se acaban de besar profundamente, la mira a los ojos, solo ve correspondencia de sentimientos. El recuerdo de la conversación con Lola la ha puesto nerviosa y se retira del contacto que la tiene sujeta.

Cristina no ha entendido la reacción de Isabel. ¡La desea tanto! ¡Quiere aprovechar hasta el último momento de tranquilidad que por ahora tienen! Sabe que va a ser corto.

- ¿Qué pasa Isabel? ¿Qué he hecho? ¿No quieres estar conmigo? ¿Todo esto es muy rápido? Yo tampoco entiendo lo que ha ocurrido entre tú y yo, pero es más claro que el cielo de esta tierra en verano, cuando no hay ni una nube y se ven todas las estrellas. ¿Qué ocurre?

Cristina está desconcertada. No sabe que hacer. Isabel se ha levantado de la cama y solo espera su explicación.

- Tenemos que hablar. Necesito decirte quien soy, lo que hago, quien es mi familia, nada es tan simple, Cristina, prometí a Lola que no habrá una maldita mentira entre tu y yo. Sé que has sufrido y no mereces que alguien como yo pueda hacerte daño. –Contesta de una tacada Isabel, que no es capaz de mirar a los ojos a Cristina.

- Yo también tengo que hablar contigo, quizás no te guste oír de mí muchas cosas, mi vida ha sido estúpida, no solo dura sino que hay que tener tiempo para explicarlo. Pero por favor, eso puede esperar unas horas, antes de que termine el día habremos hablado, pero antes quiero estar contigo, lo necesito, así sabrás todo lo que siento por ti en estos pocos días, es extraño, pero ha ocurrido así y se tiene que aceptar así. Por favor, amémonos ahora, no sabemos que ocurrirá mañana, pero hoy somos dueñas de nuestra propia decisión. Ven, por favor, ven aquí, conmigo, Isabel, deja de pensar. Vamos a hacer una promesa, antes de que la luz del sol salga con fuerza, hablaremos. Ahora, ven….

- Cristina ha hablado con el corazón compungido, le duele. ¡Habrá verdad entre ellas! Pero esa noche tiene que ser de las dos. Es una noche de felicidad entre miles de sufrimiento, y desea a Isabel, ¡es tan diferente de otras mujeres! Nadie nunca le llamó la atención, ni hombre ni mujer.

Isabel se vuelve, entiende lo que Cristina le quiere decir, acepta, no es que acepte, es que lo desea. Una noche de felicidad entre miles de amargura. Se lo pueden permitir, cuando amanezca, las cosas pueden ser iguales, cambiar o simplemente todo habrá sido un sueño, pero en ese momento tiene a alguien que la espera a un simple paso. Isabel da ese paso. No necesitan decirse nada más. Ahora es el tiempo de amarse, de tocarse, de sentirse.

La desnudez de las dos mujeres no admite ninguna timidez, unen sus labios, los exploran, van recogiendo en cada beso las exclusivas características de cada una de sus bocas, saborean los pechos de cada una, sus cuellos, miran sus ojos, palpan cada uno de los centímetros de su piel, se están conociendo, poco a poco dan rienda suelta a todo el potencial de sus sentimientos y, las dos mujeres, algo sudorosas, intercambian el cenit de su pasión, de su verdad, ahí no hay mentiras, solo un gesto, solo un sentimiento, amor.

Cristina e Isabel se han quedado dormidas, agotadas, tranquilas. Hoy la luna alumbra especialmente. Aún no ha cantado el gallo, Isabel no ha conseguido conciliar del todo el sueño. Es feliz, pero un halo de tristeza cruza todo su cuerpo. En sus ojos, pocas veces con lágrimas, caen dos gotas de agua salada salidas de lo más profundo de su corazón.

Cristina despierta como si intuyese la tristeza de Isabel, las dos mujeres están totalmente entrelazadas, sus cuerpos solo están cubiertos por una ligera sábana. La última vela aún resiste el paso de la noche. Instintivamente Cristina abraza con fuerza a Isabel. La muchacha da rienda suelta a las lágrimas contenidas durante toda su existencia. Cristina no dice nada, solo la sostiene, la aguanta en sus brazos y sabe de todo lo que lleva dentro esa mujer. Su mujer.

Es hora de hablar, cada una de las muchachas hacen un resumen de sus vidas, se han prometido no interrumpirse. Cristina cuenta lo suyo, deja entrever algunos detalles, no quiere ser demasiado explícita, no hace falta, sabe del entendimiento de Isabel.

Isabel le cuenta quien es, de quién es hija, de lo que hace y de lo que ha hecho, de lo que acontecerá cuando llegue al pueblo y a Casa Grande. No es capaz de decir nada más.

Isabel se ha separado algo de Cristina, aún las sensaciones de su contacto recorren su cuerpo, ahora no es capaz de mirarla a la cara. Solo tiene una cosa clara, lo que le ha ocurrido a Cristina en su vida no la importa, la importa de ahora en adelante. Lo tiene tan claro como que prefiere la muerte a no estar con ella. Enfrentará lo que tenga que enfrentar.

Cristina nota la ausencia de Isabel inmediatamente, sabe que tiene que darle tiempo a asimilar lo que se han contado, ella también lo necesita. Jamás sintió nada parecido a lo que le produce Isabel en su corazón, por lo tanto no importa quien es, lo que hace o lo que tiene que hacer. Isabel es una luchadora, eso es algo que tienen en común.

Cristina se levanta y va hacia Isabel, se han dicho lo que tienen que decirse, ni una mentira, ni un sentimiento que no sea verdad, ni un hecho, ni una palabra de más o de menos.

- Ven conmigo, necesitamos descansar. Al anochecer llegaremos al pueblo, tú te irás a tu casa, yo a mi trabajo, luego ya veremos. –Dice despacio y tranquila Cristina que a abrazado por detrás a Isabel, la voltea y las dos mujeres quedan enfrentadas, juntas sus manos y sus cuerpos, muy cerca, aún su olor y sabor del amor de hace poco tiempo quedan impregnadas en su piel, en su existencia.

Isabel acepta, no quiere pensar y va con Cristina.

La vida de las dos han sido tan distintas, el destino, el Universo, el Mundo, la casualidad, las ha hecho que se encuentren, ahora conocen lo suficiente la una de la otra, mañana entrarán en el pueblo, su suerte, su destino, su futuro o su vida o su muerte, está por llegar, no va a tardar mucho.

………………………………………………………

El atardecer se acerca, cuatro mujeres y un caballo caminan bajo los últimos coletazos de un sol que no perdona. La noche está llegando y el pueblo donde se encaminan se divisa no muy lejos. No más de media hora y abran llegado.

- Isabel, llama Lola. Ven aquí.

Isabel camina de una mano con Cristina, de la otra agarra a su yegua, Aroaki. Las tres encabezan la marcha.

Vira su cara hacia Lola, Isabel suelta su mano de la yegua y se la entrega a Cristina, retrocede y camina junto a Lola, Lucia, se adelanta y conversa con Cristina.

- Dime, Lola, ¿qué pasa? –pregunta sin mucha voz Isabel.

Tú sabes lo que pasa, antes de llegar al pueblo, tú tienes que tomar tu camino y nosotras el nuestro. –Dice Lola sin un ápice de sonrisa.

- Sí, lo sé. Se lo diré a Cristina. No me esperéis en unos días. Mi padre me partirá en dos, cuando me recupere, pasaré por la cantina. Os veré, pero, por favor, Lola, sujeta a Cristina y que no haga ninguna locura, estoy muy preparada para lo que mi padre hará conmigo. A pesar de todo, mis hermanas me ayudaran. De eso no tengo ninguna duda, son tan diferentes a mí, pero estamos muy unidas. Y, luego, no se preocuparan por verme por la cantina, a eso si que está acostumbrados mi padre y el pueblo. El Lobo intentó tanto conseguir que no fuera, me castigó tan duramente, pero no lo consiguió, sigo yendo un par de veces por semana y, o lo aguanta o me mata. Y por ahora, parece que no entra dentro de sus planes matarme. Le gusta más el poder de doblegar que de matar. – Contesta de un tirón Isabel.

- ¿Lo sabe Cristina? –Pregunta duramente Lola.

- Si, lo sabe todo, tanto de quien soy hija, de lo que he hecho, de la relación de mi familia, de El Lobo………. – Ya te dije que no mediaría ninguna mentira entre las dos.

- Y lo que te ha contado ella de su vida, ¿te importa Isabel? Cristina ha estado tocada, sobada, maltratada, violada, por hombres, una y otra vez, dime, ¿te importa? ¿Algún día se lo reprocharás? - Vuelve a pregunta Lola sin miramientos.

- Me importa una mierda, Lola, Cristina me ama, yo no tengo ninguna experiencia, pero no soy estúpida, “nadie me ha tocado como tu me tocas, nadie me ha besado como tú lo haces, nadie me ha respetado como tú respetas”. ¿Contesta esto a tu pregunta? –Isabel responde casi sin aliento y con dureza.

- Tranquila, muchacha, no te conozco mucho, pero la convivencia de estos pocos días me ha dado la clave de como eres. Te ayudaré, contad conmigo para conseguir que vuestra relación salga adelante. Si la muerte acecha, la apartaremos, si los látigos duelen, soportaremos, si nos persiguen huiremos, si necesitáis esconderos, contad conmigo y Lucia. En esto no vais a estar solas, pero habrá un momento en que tendrás que tomar una decisión, intuyo cual, pero no estoy segura de ello. –Diserta largamente Lola.

- Mi cabeza da muchas vueltas, el Universo me hizo lista e inteligente, sabré abordar la solución cuando llegué, pero hay gente que me importa en mi casa, son mis hermanas, eso sí que no puedes olvidarlo, Lola.

- Lo entiendo, pero eso ya es otra historia, ahí está el camino del pueblo, ahí el de tu casa, despídete de Cristina. – Habla Lola sin contemplaciones.

Isabel acepta,

- Cristina, espera un momento, tengo algo que decirte. Deja a Aroaki a Lucia. -Medio grita Isabel.

Las dos mujeres se apartan del camino, se sientan en unas rocas. El anochecer está llegando, Cristina sabe lo que Isabel le va a decir. Lucia y Lola continúan andando, despacio, esperando, entendiendo, Lucia por fin ha comprendido. ¡Quiere tanto a Cristina! ¡Quiere tanto a Lola! Y, ahora, ¡comienza a apreciar tanto a aquella extraña mujer tan diferente a las mujeres de esa época!

- En una semana iré a la cantina, mientras tanto, oigas lo que oigas, digan lo que digan, por favor, ¡no hagas caso de los rumores! En poco podré pasar por la cantina, eso no sorprende en mí, ni a los aldeanos, ni a mis hermanas, ni siquiera a mi padre. Mi padre tiene bastante con el burdel. Para él es suficiente. No armes escándalo, no preguntes por mí, iré. En una semana, iré. Prométeme que harás lo que te pido. – Expresa Isabel sin un atisbo de duda.

- Lo haré, pero ven. Haremos lo que tengamos que hacer. – Te lo prometo, el destino nos ha unido, si nos separamos no será por él, será porque no seremos capaces de andar el camino que el Universo nos ha ofrecido para caminar por él. –Atina a hablar Cristina cuando su garganta no puede decir nada más.

Isabel mira a Cristina, coge su cara y la enfrenta, ojos con ojos, frente con frente, nariz con nariz, finalmente un beso profundo expresa lo que sus corazones anhelan.

El camino se divide, de frente el pueblo, hacia la derecha la Casa Grande, un caballo y un cuerpo que lo monta galopan hacia su castigo.

De frente, tres figuras cansadas por la dureza del camino se dirigen hacia el comienzo del pueblo, la cantina, la fonda no está lejos. Pensamientos y sentimientos están encontrados, se diversifican e intentan comprender, lo auténtico parece que en la vida no es lo correcto. La verdad siempre tiende a estar plagadas de mentiras para poder realizarse.

Isabel es indómita, a Cristina el sufrimiento ya no la importa, Lola y Lucia son luchadoras, no son mujeres idiotas de un tiempo en que las mujeres eran consideras y se lo creían así.

Las tres mujeres están llegando con más rapidez que la que quisieran a la entrada de la amplia fonda, un edificio solitario a las afueras del núcleo de la población. La puerta está entreabierta y se oyen las conversaciones dentro del establecimiento.

Carmen regenta el lugar desde hace un tiempo, su marido Pedro, le ayuda en las labores de todo lo que significa la cantina, la comida, las habitaciones, los animales, la huerta, la limpieza. La antigua cantina ha crecido demasiado para que ellos dos solos puedan con tanto trabajo.

El pueblo ha mejorado la calidad de vida de sus habitantes desde que El Lobo trajo más ganado al lugar, la feria de final de semana hace que bastantes visitantes pernocten en el pueblo. Sin duda se ha convertido en el pueblo más próspero de la tierra de Badajoz, después de la capital y Mérida, el pueblo ha llegado a tener cierto renombre.

El que tenga más renombre no significa que sus habitantes vivan mejor, solo un poquito mejor, todos sus ingresos están para pagar al cacique del lugar, El Lobo, hombre temerario, detenta muy buenas relaciones con el poder establecido en la España de ese tiempo y no duda en el castigo, en la muerte, en el aislamiento o el destierro de quien opte por desobedecer sus órdenes. Se siente muy superior al resto de su congéneres, se cree con derecho a exigir los impuestos a los que trabajan en sus tierras. No es un hombre feliz, ha tenido cuatro hijas, le falta un hijo, el varón que tendría que heredar sus tierras y seguir su estirpe, sus hijas son hermosas, inteligentes, pero eso no es normal en las mujeres, las trata con dureza y cierto paternalismo. Las cuatro son muy diferentes, pero no dejan de ser Lobas, la única que se la escapa del todo es Isabel y, una de dos, o la castiga una y otra vez con la mayor dureza (sabe que volverá a desobedecerlo) o la mata. No la matará, es su hija, pero la va a domar, aunque eso signifique llevarla casi hasta la muerte.

Isabel ha entrando con Aroaki por la parte de los establos, su padre no la espera, nunca sabe cuando llegará, esa noche aún podrá dormir en paz, al día siguiente se enfrentará una vez más al castigo que éste le impondrá.

Deja a Aroaki en los establos, el animal presintiendo el sufrimiento de su ama, la relincha, Isabel se acerca y la acaricia, la yegua parece suspirar. Isabel le habla como a cualquier persona, le comenta, le dice, le abraza y con ello se desahoga- ¡hecha tanto de menos a Cristina! La yegua conoce a su dueña, sabe de todo lo que ha tenido que correr y cabalgar con ella. Solo es un animal, pero presiente. La yegua sabe y espera el día en que trotará con su ama para no volver.

Lola, Lucia y Cristina han sido recibidas con una gran alegría por parte de Carmen. Carmen es una mujer trabajadora que un simple establo ha conseguido poco a poco, día a día que aquel lugar se asemeje a un hogar y no a un establo, eso es lo que era.

Su marido, Pedro tuvo que ir de lugar en lugar para conseguir algo de “perras” (dinero) para ayudar a la manutención de su familia, Carmen mientras criaba a cuatro hijos y atendía la casa y el tugurio que era su antigua cantina. Han pasado casi diez años desde entonces, la cosa ha mejorado. Carmen no da más de si (no es capaz de abarcar todo lo que es el trabajo del lugar), cuando el marido le sugirió la idea de contratar por cama y comida a tres mujeres para ayudar en todo aquello, la sonrisa volvió a su cara, la misma sonrisa que puso al ver entrar a las tres mujeres. No dudó ni por un instante que eran ellas: escuálidas, sucias por el polvo del camino, con ganas de dormir en un catre (cama), hambrientas y con necesidad de limpiar y recoser sus andrajosos vestidos. Eran ellas. No dudo en salir de su barra y abrazarlas a pesar de la suciedad que mostraban.

- No digáis nada. Tú eres Lola, la lejana pariente de mi marido Pedro, tú Lucia la pequeña, y la última en llegar, tú Cristina. ¡Por dios, pasad! Y sentaros, apenas hay tres lugareños ha estas horas, pero hay comida y bebida. –La alegría de la mujer era muy evidente. Es una mujer muy campechana.

- Aja, tu debes ser Carmen, ¡dios Carmen, nos robaron!! ¡Sentimos no haber llegado ayer! Gracias por tu acogida y disculpa nuestro aspecto. –Comenta, Lola con resignación.

- Naaa, pasar, mira sentaros en aquella mesa, yo no he cenado todavía, hoy nada que hacer, mañana a trabajar, pero hoy sois mis invitadas. Ale a comer y beber y contarme….

En la Casa Grande Isabel ha escalado hasta su habitación, su hermana mayor está en su cuarto, no lo espera, ¿o si? -Se pregunta Isabel.

- Hola, Almudena, soy yo. –Dice con una media sonrisa Isabel.

- Sé que eres tú, estaba paseando y oí a tu yegua relinchar, despacito, pero la conozco, sin duda habías llegado. ¡Maldita seas, Isabel! Sabes que mañana padre te va a azotar hasta que caigas desmayada. ¿Lo sabes? –Grita despacio Almudena.

- ¡Claro, si te parece no lo voy a saber! Pero hermana mayor, ¿no me has echado de menos? ¿No das un abrazo a tu andrajosa hermana antes de que sea una simple yaga de sangre? -Contesta no sir cierta sorna.

¡Cuántas veces! Almudena ha escondido a su hermana y la ha justificado, no la entiende, pero la quiere y para ella eso es suficiente.

La abraza, poco tiempo después Isabel se quita el polvo del camino y se viste como una mujer de su tiempo. ¡Joder! No está a gusto con esa ropa. Su padre siempre suaviza su castigo cuando la ve vestida así. Es peor cuando la ve llegar montada en su caballo, con aquel masculino sombrero y con los andrajos en los que ha convertido su vestido de mujer para poder montar y andar como cómodamente (como un hombre) en la sierra.

La hermana pequeña de Isabel, Nieves, entra en la habitación de Isabel, las tres hermanas están, de nuevo, juntas. Isabel cuenta, solo detalles de su internamiento en la sierra y de la caza de la alimaña que atacaba la ganadería de su padre. Isabel omite el resto de vivencias. No es momento de contar. Primero debe asumir el castigo de su padre, luego hablará a sus hermanas. Sabe que no comprenderán nada, pero lo aceptaran.

ISABEL, EXTREMA Y DURA

6.

Las tres hermanas están hablando en la habitación de Isabel, Almudena cuenta los últimos acontecimientos de La Casa Grande. Todo sigue normal excepto el enfado del padre por la partida de Isabel. Nieves comenta que unos días después de partir Isabel del pueblo hacia la sierra, las muertes de animales propiedad del terrateniente dejaron de producirse.

- ¿Cómo reaccionó padre? –Pregunta sin mucho interés Isabel.

- Padre mandó una cuadrilla para acabar con la alimaña que atacaba a los animales (grupo de trabajadores de su hacienda). Los obreros regresaron y le dijeron que no habían encontrado nada. Padre entonces pensó en ti y que habías sido tú la que había matado a la alimaña. ¡Maldijo una y mil veces tú nombre! Luego se calmó y volvió a sus quehaceres. Nada nos dijo, solo los hechos estaban claros: tú habías acabado con el problema. – concluyó de contar Nieves.

- En realidad le has hecho ahorrar mucho dinero y quebraderos de cabeza, pero no te vas a librar del castigo, recuerda hermana, que padre no perdona que desobedezcan sus órdenes. – Sentenció Almudena.

- Ya sabéis que asumo mis actos, prefiero mil latigazos y disfrutar de algo de libertad, hermanas. –Concluyó Isabel.

Isabel intenta dormir y descansar después de tanto tiempo fuera de casa. Solo consigue cerrar los ojos, su mente piensa a una velocidad de vértigo. Han ocurrido muchas cosas en las últimas semanas, solo una ocupa su mente, Cristina.

Recuerda cada momento vivido con ella, tiene metido su olor y sabor muy dentro de ella, sin apenas darse cuenta su cuerpo se excita, el corazón le late deprisa, su respiración se agita, su mano se encamina hacia la necesidad recién nacida con solo pensar en Cristina.

La mañana ha llegado prematuramente, Isabel ya está aseada y vestida, unas pocas horas de sueño y la posibilidad de ver a Cristina en unos días la dan fuerzas para afrontar aquella mañana.

Su padre va a decidir el castigo que le impartirá. Ella asumirá y callará.

No comprende a su padre, lo ha intentado tantas veces. Su madre murió demasiado pronto, su vida tiene cierto halo de misterio, nadie sabe la verdad sobre su progenitora. Le gustaría querer al Lobo pero solo siente por él desprecio. Siempre pensó que era su héroe, su modelo a seguir. La vida y el tiempo dejaron ver la verdadera esencia de su padre.

Isabel entra en la cocina, como siempre, Almudena ya está, Nieves llegará la última.

Un momento después aparece su padre, Isabel enfrenta su mirada y no baja los ojos, hace mucho que es capaz de aceptar el castigo mirándolo de frente.

El Lobo la mira con cierto desprecio, luego da media vuelta y se sienta en la mesa para desayunar.

- Siéntate, Isabel. –ordena el padre.

Almudena está sirviendo el café al patriarca.

- ¿Todo bien en la sierra? ¿Te has divertido? Enhorabuena por dar caza a la alimaña que atacaba nuestros rebaños. –Dice el padre en un tono que no admite ni un ápice de agradecimiento.

- Parece que he criado a un hombre en vez de a una mujer. ¿Es así, Isabel? ¿Desde cuando tienes polla (pene)? –Esta vez el Lobo ha alzado la vista y mira directamente a su hija. Hace mucho tiempo que no sabe como mirarla, desea matarla, acabar con la pesadilla que representa tener a un marimacho en casa. No puede, es su hija, ¡es tan bella! ¡Es tan inteligente! Pero, ¡es una mujer! No puede consentir su actitud, es el hijo que le hubiera gustado tener. No es así.

El todo poderoso terrateniente de la comarca es un hombre frustrado por no haber tenido un heredero macho.

Ha castigado a Isabel de mil maneras, rudas, psicológicas, ha llegado a azotarla casi hasta matarla. Isabel no cede, sigue haciendo lo que quiere. Ha pensado en recluirla en un convento, no lo hará porque sabe que su hija se escapará una y mil veces. No tiene mucho donde elegir, o la mata o la deja. Ésta vez la dejará, está cansado de ver la espalda de su hija llena de marcas de su látigo; al fin y al cabo no ha hecho nada que no hiciera antes: escaparse, solucionarle un problema que otros trabajadores suyos no han sido capaces, vivir en libertad, tomar copas en la taberna como uno tío (hombre) más, vestir ropas no acordes con su condición femenina, no se parece en nada a sus hermanas.

Isabel no contesta, Almudena viendo el silencio final de su padre, se acerca a él y trata de desviar su atención hacia otra cosa.

- Padre, quiero ir la ciudad, necesito ropa, deseo ver tiendas y charlar con algunas amigas, ¿Podría ser? –pregunta con cierto apuro Almudena.

- Sí, Almudena, puede ser, yo también debo ir un par de días para solucionar algunos negocios, podría llevarte. ¿Dónde está Nieves? - termina diciendo el padre.

- Padre, aún duerme, déjela, es la más joven y los jóvenes duermen más. – Concluye Almudena.

Isabel está muy lejos de la conversación mantenida por su hermana y su padre. No sabe que castigo le caerá hoy, está esperando pero mientras, piensa en Cristina, su cuerpo responde inmediatamente al estímulo de su recuerdo.

- Padre, ¿me puedo levantar? – pregunta con cierto recelo Isabel.

- ¡Claro! –dice El Lobo, pero no saldrás de esta casa hasta que no limpies a fondo ésta cocina, sino me vales como hija, me valdrás como criada. – Habla el hombre sin alzar la voz ni los ojos.

- Bien padre, voy a cambiarme de ropa para la faena. – Responde Isabel algo sorprendida de la amabilidad del castigo. Tiene que terminar la tarea lo antes posible, al día siguiente su padre y su hermana pasaran dos días fuera de La Casa Grande y ella podrá ir a la cantina, coincide con el viernes y el sábado.

Isabel tiene muy claro que hará.

En la cantina las nuevas trabajadoras se afanan por aprender rápidamente todo lo relacionado con el establecimiento. Lola cocina bien, Lucia es simpática y puede perfectamente servir las mesas además de ayudar a Cristina con adecentar las habitaciones. Mucha tarea incluso para la nueva ayuda.

- ¡Chicas, parad un momento! - Grita Carmen.

Las tres mujeres se vuelven sorprendidas ante el grito, cada una estaba metida en su mundo mientras terminaban de recoger (el trabajo). Acaban de servir las últimas comidas y solo hay un par de clientes. Hasta bien entrada la tarde la taberna no se animará.

- ¡Vamos, a comer y descansar un rato! - Ordena amablemente Carmen.

Las cuatro mujeres comen, Carmen cuenta historias y habla de lo contenta que está, hoy es viernes y en la noche, la taberna se llenará de clientes, los hombres regresan del trabajo y necesitan divertirse.

- Muchachas, aquí todo hombre que entra respeta a las mujeres que sirven en la barra o en las mesas. Si quieren otra cosa, para eso está el burdel. Es vuestro primer viernes y muchos hombres se sorprenderán de ver a tres guapas jóvenes atendiendo este lugar. Lo haremos por turnos, para que no se acostumbren. Mi marido se encargará de la barra y observará como se comportan. Los hombres que vienen beben hasta reventar y cuando se pasan no se sabe como pueden actuar.

- Termina de decir Carmen en su largo discurso-.

- No te preocupes, Carmen, sabemos como tratar a los hombres, precisamente eso lo sabemos hacer muy bien, y mis chicas y yo no somos putas, como tu bien dices si quieren algo así que se vayan al burdel; también comprendemos que hay que tener cierta flexibilidad, la amabilidad y la simpatía no está reñida con el respeto. –Habla Lola sonriendo.

- Ahhh, una cosa, hay algo curioso que puede ocurrir. Pedro, mi marido, ya os ha contado los pormenores de la convivencia en este pueblo, de quien es el dueño absoluto y de que no es muy bien parido (no es de fiar). El Lobo tiene mucho poder y es cruel. Hay algo de todas formas que se le escapa, es su hija Isabel. – Carmen continúa la conversación.

- ¿Isabel? –pregunta Cristina, solo el nombre de Isabel ha hecho que su corazón se vuelva totalmente loco, su cara se sonroja, sus gestos se tornan extrañamente nerviosos.

- Sí, Isabel, una de las cuatro hijas de El Lobo, ¿te pasa algo Cristina? –pregunta sorprendida Carmen. Nota a la chica algo asustada. ¿Has oído hablar de ella?

- No, no, bueno, sí, estos días que llevamos aquí ha habido comentarios, pero es por curiosidad, tuve una amiga que se llamaba igual. –responde Cristina sin saber muy bien que decir.

- Así es Carmen, hay comentarios sobre el Lobo pero también de sus cuatro bellas hijas, se dice que cada una es muy diferente a la otra y parece que la tal Isabel se las trae, es la única que se enfrenta a su padre. –Lola ha salido en ayuda de Cristina.

- Bien parece que esta vez, El Lobo no ha castigado muy duramente a su hija, la joven se suele escapar a la sierra de vez en cuando, parece un chico, su padre no soporta esa forma de vivir, es una Lobo, pero o la mata o la deja, esta vez parece que la ha dejado en paz. –Cuenta finalmente Carmen.

Lucia anda entretenida con un apuesto joven que acaba de entrar, le ha pedido un café.

Las mujeres han terminado de comer y están hablando de la organización del negocio para que mejore el rendimiento. Cristina está totalmente ausente de la conversación de Lola y Carmen.

Cristina piensa en Isabel, todavía no se cree lo que ha pasado en los días anteriores. El trabajo la ha mantenido ocupada de cuerpo pero no de mente, sus pensamientos han estado una y otra vez en la última noche con Isabel, en su olor, en su sabor, sus caricias, su pasión, su placer; jamás, jamás había sentido nada por nadie, nunca su cuerpo había respondido a las caricias de nadie, Isabel le ha descubierto un mundo que quiere volver a probar una y otra vez.

Almudena, Nieves y El Lobo han partido ese viernes por la mañana hacia la ciudad, no volverán hasta bien entrada la tarde del domingo.

Isabel ha terminado su tarea hacia el mediodía, la cocina está esplendida, su tata (la mujer que gobierna La Casa Grande y ha criado a las cuatro hermanas) acaba de entrar.

- ¡No es posible! Isabel has dejado la cocina tan limpia, hacia mucho tiempo que no estaba así. –Dice la mujer.

- Es la primera vez que mi padre me castiga dulcemente, -comenta con ironía la muchacha.

- ¡Y todavía te ríes! Algún día tus escapadas terminarán en tragedia niña malcriada. – Dice el tata algo preocupado.

Isabel se acerca a la mujer, hace intención de besuquearla, la mujer trata de pegarla en el culo. Isabel sabe que es broma.

- Voy a descansar tata, esta noche tengo muchas cosas que hacer. – Isabel sale por la puerta hacia su habitación, quiere estar lo más descansada posible, hoy va a ir a la taberna.

Son cerca de las nueve de la noche, la taberna está repleta de hombres ansiosos por beber y hablar. Las taberneras no dan abasto para servir tanta petición.

El olor a alcohol y tabaco es intenso, las conversaciones son gritos, las risas ensordecedoras.

Cristina está atendiendo la barra, Pedro ha tenido que ir a por otro barril de cerveza.

La puerta de la taberna se abre, alguien entra, pantalón, botas, camisa, chaleco, sombrero, parece un chico joven; uno de los hombres mira al recién llegado, su cabeza queda girada hacia la entrada, todas las miradas se dirigen hacia el mismo sitio, las conversaciones callan, el silencio se establece como por arte de magia.

Carmen sabe que ocurre, ese ambiente solo lo consigue una persona, y no es un hombre, es una mujer. Lola y Lucia quedan perplejas ante la estampa sonriente de la muchacha que acaba de entrar.

Cristina en ese momento está sirviendo en la barra una copa de vino, está tan inmersa en sus pensamientos y haciendo su faena tan rutinariamente que no se ha dado cuenta de lo ocurrido, ¡claro que, el silencio es tan profundo que..!

Cristina levanta los ojos, Isabel va directa hacia la barra, alza un poco su sombrero, no hay duda, es ella, la mirada de las dos mujeres se encuentran. Cristina no sabe si es un fantasma lo que ve o es una aparición. No piensa, no reacciona.

Hace ya algunas semanas que Isabel no aparecía por la taberna, siempre sorprende, pero los hombres se han acostumbrado a ella, después de la primera impresión las conversaciones vuelven, el ambiente retorna a su normalidad.

Lola y Lucia han quedado tan paralizadas como Cristina, es Carmen la que les dice:

- Veis, qué, ¿alguna vez habéis presenciado algo así? ¡Imposible! Os advertí, esa muchacha es algo diferente; viste como un hombre, no obedece a su padre, y consigue su libertad, hace lo que quiere. –Comenta Carmen.

- ¡Chicas! Dejar de mirar a la joven. ¡A trabajar se ha dicho!

Lola y Lucia dirigen su mirada hacia Cristina y vuelven a llenar los vasos que los hombres vacían rápidamente.

- Tabernera me pones una jarra de cerveza, por favor. –Dice Isabel que no ha despegado su mirada de la de Cristina desde que entró.

- ¡Isabel! ¿Eres tú? – Cristina reacciona como puede, habla bajito a Isabel mientras le sirve la cerveza.

- ¿Ya no te acuerdas de mí? ¿Tan pronto me has olvidado? Pensaba que mi atractivo es tan intenso que te tendría a mi merced (a mi disposición). –

Cristina disimula como puede, ¡qué guapa está Isabel con esas pintas (así vestida)! Se la comería enterita ahora mismo pero, tiene que disimular.

- ¿Qué haces tú en un sitio como éste? –Acierta a comentar la muchacha.

- Vengo a verte, a tomar una cerveza y a estar contigo esta noche. ¿Puede ser?

Isabel habla bajito, como un susurro, no quiere que Carmen sepa nada de su relación con Cristina, Lola y Lucia.

Cristina no sabe donde meterse (ocultarse), su cara es todo un poema: roja, sorprendida, nerviosa, alterada...

Isabel sabe que debe dar tiempo para que Cristina se tranquilice. Lola y Lucia tratan de ayudar a Cristina para que las dos jóvenes puedan hablar y que nadie perciba lo que ocurre en realidad.

Cristina no sabe que hacer, trata de tranquilizarse, debe pensar rápido.

Dame un segundo. Tengo que hablar con Lola y Lucia, a Lola le han dado una habitación para ella sola, Lucia y yo compartimos una. –

Bien, yo voy con mis compañeros, suelo jugar a las cartas con ellos, ahora vengo.

Cristina se dirige hacia dónde está Lola y la susurra algo, Lola sonríe, sabe lo que tiene que hacer.

Isabel se ha acercado a la mesa donde habitualmente juega a las cartas, los hombres la reciben con saludos amistosos. La conocen, la admiran porque en muchas ocasiones los ha defendido de la crueldad de El Lobo.

Isabel no deja de observar a Cristina mientras juega unas partidas con sus amigos. La jarra de cerveza está vacía.

- Chicos, voy por otra cerveza, me la tomaré fuera de aquí, jugar una partida sin mí, necesito salir un poco fuera de este olor a hombre, -dice Isabel riéndose sonoramente. Los hombres ríen a pleno pulmón.

Cristina ha estado observando toda la noche a Isabel, ¡universo, mundo, qué hermosa es, qué diferente es!

Isabel ha perdido algunas partidas (juego de cartas), no suele perder casi ninguna, pero esa noche está ausente, disimula, pero mira de reojo una y otra vez el ir y venir de Cristina, ¡está absolutamente enamorada de ella! ¡Necesita con desesperación verla, sentirla, hablarla, acariciarla…!

- Tabernera, ¿cuál es tu nombre? – Dice Isabel.

- Mi nombre es Cristina, ¿qué desea? –contesta Cristina siguiendo el juego de la joven.

- Otra cerveza, bien fría, la noche esta caldeada, ¿no crees? –Isabel se ha acercado todo lo posible a Cristina, su mirada lo dice todo, es seducción pura.

Cristina le devuelve la mirada, esta vez no está nerviosa, el deseo se hace ver en los ojos de la muchacha, Isabel cae presa en ellos.

- Como no dejes de mirarme así todo el mundo sabrá lo que pasa. –Dice sonriendo Cristina. Sal a la parte de atrás de la taberna, por el callejón, te veo allí en un par de minutos. – Dice Cristina lo más bajito posible.

- Bien, responde sin más Isabel que se retira hacia la salida de la taberna.

Poco tiempo después Cristina pide permiso a Carmen para descansar un rato, la muchacha se dirige hacia la salida de atrás del establecimiento, su corazón comienza a latir sonoramente.

Continuará

Santa Cruz de Tenerife, a 3 de febrero del 2012

ISABEL, EXTREMA Y DURA

7.

Isabel hace unos minutos que espera a Cristina, la noche es cálida, las estrellas lucen, la luna brilla especialmente hoy, ella es la protagonista.

El único candil que ilumina el callejón hace que el lugar esté, habitualmente, en penumbra, hoy no, la luna casi encandila y eso que no es luna llena.

La muchacha se ha apoyado en un saliente enfrente de la puerta de atrás de la cantina, oye a lo lejos las voces y risas de los hombres, observa la ventana que está cerca de la puerta, intuye acercarse una sombra, pone su jarra de cerveza en el saliente y se incorpora, está expectante, ansiosa, su vida ha girado totalmente en unos pocos días.

La puerta se abre sigilosa, silenciosa, con cuidado, una figura se asoma con cierto recelo, casi con miedo.

- ¿Isabel? -llama con voz emocionada Cristina-.

- ¡Cristina, aquí! –una voz contesta su llamada.

Cristina ha cerrado la puerta rápidamente, la respuesta ha hecho que su cabeza gire en esa dirección.

- ¡Isabel! –Cristina expresa ese nombre con un suspiro.

Isabel se ha acercado y las dos muchachas se abrazan sin mediar ni una sola palabra, dos corazones latiendo al unísono, dos mentes unidas en un momento y unos sentimientos que han cobrado una intensidad que ninguna de las dos es capaz de apaciguar.

Felicidad, extrañeza y temor, son sensaciones que embargan a las personas en algunas ocasiones, son impresiones raras, difíciles de entender, ellas dos lo saben.

Isabel coge la cara de Cristina entre sus manos, acerca sus labios a los de Cristina, Cristina responde con pasión, no es un beso tierno, es necesidad, es tensión, es querer no perder ese beso nunca, acapararlo, agarrarlo y encauzarlo en el tiempo y el espacio.

Parece que han pasado mucho tiempo pero solo han sido unos momentos, ahora Cristina trata de calmar el ímpetu desbocado de Isabel.

- ¡Para, para, Isabel, tenemos que hablar! –dice Cristina mientras separa un poquito su cuerpo del de Isabel y alza su vista,

- ¡Mira que estás guapa con ese atuendo, y yo sudorosa y con la ropa de faena, ¡no es justo! –continua la joven.

- No me importa, estas aquí y ahora, conmigo, en mis brazos, te he extraño demasiado, no he dejado de pensar en ti ni un momento. –responde con una sonrisa bobalicona Isabel.

- Escucha, recuerda que nadie debe vernos, y menos así. Tengo presente lo que me contaste sobre tu padre, estaba muy preocupada por lo que podría hacerte, cuéntame, -dice con un deje de preocupación Cristina-.

- Nada, no ha pasado nada, por una vez, algún insulto, ironía, solo tuve que limpiar a fondo la enorme cocina de La Casa Grande. – Contesta Isabel volviendo a besar una y otra vez a Cristina.

.

- ¡Loca, estás loca, nos pueden ver! ¡Escucha! Esta noche cuando se cierre la taberna te espero en la habitación, aquella. –Cristina alza su mano y señala la habitación cuya ventana da al callejón.

- Trataré de irme lo antes posible, creo que me podré escapar sobre las doce, Lola y Lucia me cubrirán, y tú, ¡apáñatelas como puedas! Creo que serás capaz de escalar un poquito, un chico tan joven, ágil, fuerte y hermoso como tú no tendrá problemas en hacerlo. –

Cristina bromea con sus palabras, da un paso atrás tratando de quitarse a Isabel de encima, sonríe, la da un casto beso y se dirige de nuevo hacia la cantina.

- ¡Cristina! – llama bajito Isabel, pero Cristina ha sido rápida, sonríe, en un instante ha desaparecido de su vista la persona que ama.

La cantina está en su máximo esplendor sonoro, las camareras están cansadas, Carmen está muy satisfecha de este primer viernes con las chicas, es hora de que alguna de ellas se vaya, la primera en comenzar a trabajar ese día fue Cristina.

- ¡Cristina! Deja ya el trabajo por hoy, son casi las doce de la noche y comenzaste muy temprano, un baño y a la cama.

- Gracias patrona. Cristina se quita el delantal y se acerca a Lola, Lola asiente. La joven se apresura a entrar en la parte privada de la cantina, unas escaleras conducen a las habitaciones. La joven va pensando, está muy, muy cansada e Isabel en pocos minutos estará arriba, la desea, la necesita, quiere hablar con ella, conocerla, saber de sus ideas, de sus sentimientos, ambiciona todo de ella.

Abre la puerta, enciende el par de velas que tiene en la habitación, luego un candil.

- ¡Hola! – Alguien dice.

- ¡Dios! Isabel, ¿ya estás aquí? ¡Qué susto! – No, no te acerques a mí, huelo mal, deja que me bañe. –Pide Cristina casi suplicando.

- La bañera está llena, el agua caliente y el jabón a su lado, solo falta tu cuerpo y yo voy a ser la espectadora que mirará y te enjabonará, si tú quieres, -responde Isabel respetando el deseo de Cristina. No se acerca.

Cristina no da crédito a lo que ve, Isabel le ha preparado la bañera, está en el cuarto y se ofrece a enjabonarla. La muchacha se pregunta como demonios……..

Isabel intuye los pensamientos de su amante. No me preguntes, yo te respondo, conozco muy bien esta cantina, estuve con los obreros que hicieron la ampliación de la parte de arriba, la taberna no se parece en nada a la de hace un par de años, es toda una fonda. Carmen y Pedro no han regateado nada para que esto pareciera algo más que una sucia taberna. Aquí arriba, a este lado, es la parte privada, hay una cocina pequeña y una chimenea, ¿verdad? Al otro lado está las habitaciones de los huéspedes, que no suelen ser muchos, hay como cinco habitaciones, no más. –Contesta Isabel mientras mira como Cristina va hacia la tina.

Si quieres me doy la vuelta, no quiero molestar tu baño, tienes derecho a tu intimidad, luego, cuando te sientas cómoda, será otra cosa. –Continua Isabel.

Gracias, acierta a contestar Cristina que si admiraba antes a Isabel, ahora sabe que el respeto es otra de sus virtudes. La muchacha suspira, se quita la ropa de trabajo, la deja colocada en una silla y se introduce en la bañera; se sumerge entera en el agua, hasta su cabeza necesita ser lavada, olor a tabaco, sudor y alcohol, a Cristina no le gusta demasiado trabajar en la cantina, pero es un trabajo, el primer trabajo digno que tiene.

Isabel se ha dado la vuelta, entiende a Cristina, le seguirá contando cosas del pueblo hasta que la chica se bañe.

- Sabes, Cristina, este pueblo era más bien una humilde aldea hasta hace dos años, desde entonces ha crecido mucho, sobre todo gracias a la feria del ganado. Pedro y Carmen cuando ampliaron el negocio también adecentaron toda esta calle. Mi padre quiso comprarlos de alguna manera dándoles dinero, ellos no aceptaron, desde entonces de vez en cuando los molesta, pero es el único lugar donde no es el dueño y señor. –Sigue comentando Isabel.

- Ven aquí, la llama una voz tranquila, te has ofrecido a enjabonarme la espalda, ¿puedes?

Isabel se vuelve y mira hacia donde está la bañera, una de las velas está al lado, la imagen de Cristina se distorsiona por momentos o es su imaginación: la cabeza mojada, el agua corriendo por su cara, su cuello, sus pechos apenas quedan tapados por el líquido elemento. No es capaz de reaccionar, la imagen que descubren sus ojos es tan seductora que la deja sin habla, sus movimientos se hacen torpes, quiere avanzar y no puede….

- ¿No quieres venir? –Pregunta despacio Cristina. Le gusta los estragos que hace en Isabel, la gusta provocarla, ¿Isabel? –vuelve a llamar, ¡Ven!

- Sí, perdona, es que me has dejado paralizada, esa imagen tuya en el agua me tiene trastornada, estás bellísima, -acierta a decir Isabel.

Isabel se ha acercado más despacio de lo que pensaba, ha tomado el jabón que le ofrece Cristina, no dice más palabras solo pasa el jabón por la espalda de la mujer que, finalmente comienza a relajarse; esas manos, ¡benditas manos de mujer que la acarician!

Isabel se afana en enjabonar a Cristina, poco a poco la espalda va quedando atrás y sube hacia su cabeza, lava su pelo. Cristina no ha dejado de percibir ni un solo momento los movimientos de Isabel, sus miradas se han detenido la una en la otra, Isabel aclara el pelo de Cristina con un cubo de agua templada que vacía sobre su cabeza, luego se acerca y besa los labios húmedos de su acompañante, los labios de Cristina se han abierto para ella, Isabel profundiza su beso. Necesita ese beso, se estaba volviendo loca de deseo pero ahora, la gustaría continuar y….

- Me das la toalla, -pide Cristina.

- Claro, -responde un poco defraudada Isabel, quería continuar…

Isabel da un paso y recoge la toalla, Cristina se está levantando para salir de la bañera, una vez más Isabel se queda atontada al ver como una diosa morena sale de su trono, sugestiva, ojos brillantes, boca entreabierta, gotas de agua cayendo por su rostro, pezones erizados, esperando….

Isabel da la toalla por fin a Cristina, la muchacha se seca despacio, muy despacio, con suavidad,

- ¿me secas la espalda, por favor? – le pide a Isabel.

- ¡Claro, perdona! –contesta.

Isabel no puede más, envuelve con la toalla a Cristina y la abraza, un instante después los labios se han juntado en un estallido de pasión descontrolada. Cristina la responde, quita su chaleco, su camisa, pugna por quitarle el cinturón para que caiga el pantalón.

- Isabel acaricia los pechos de Cristina, los toma en su boca, vuelve a besarla.

Las mujeres han ido hacia la cama, Cristina para un momento la actividad frenética de ambas.

- ¡Para, para un momento! Nos vamos a volver locas, mejor dicho esto es una locura. –Acierta a comentar Cristina.

- Es cierto, estoy loca por ti, y no quiero parar, no lo deseo y creo que tú tampoco. – Habla entre suspiros Isabel.

Cristina ha conseguido ponerse encima del cuerpo de Isabel, a ella también le gusta estar encima, saborearla y ver como se excita con sus caricias. El semblante de Isabel lo dice todo, su cara es la viva expresión del amor y el deseo, es una mezcla explosiva que las ha atrapado.

Las dos mujeres reposan, Cristina tiene entre sus brazos a Isabel, las dos mujeres están calladas, solo disfrutan de su recién nacida intimidad.

Isabel ha cerrado los ojos y se deja llevar por la ternura del momento, estar tan tranquila después de la pasión es una sensación que jamás ha vivido, es la primera vez, es con Cristina.

Es feliz, eso es todo, es feliz, levanta sus ojos queriendo transmitir esos sentimientos a su joven acompañante, Cristina está profundamente dormida. Comprende el cansancio de la bella mujer que la sostiene en sus brazos, con sumo cuidado aparta sus manos, se recoloca, arropa a Cristina y ella se queda, poco después, también dormida.

Cristina acaba de despertar, algo avergonzada por quedarse dormida sin decir ni buenas noches, son las cuatro de la mañana, se ha desvelado, los pensamientos han vuelto con fuerza, muchas cosas que hablar con la mujer que tiene a su lado.

Cristina se levanta, tiene algo de aguardiente en la alcoba, necesita tomar algo y tranquilizar su mente. Pone en su vaso un poco de licor, se sienta y mira la figura que hay en la cama. La luz de la luna entrando por la ventana hace que pueda observar con algún detalle la cara de Isabel.

Isabel, adormecida, se despierta al echar de menos el cuerpo de su amante.

- ¿Cristina? ¿Dónde estás? ¿No te vayas? – Pregunta temerosa Isabel.

- Aquí estoy, no me voy a ningún lado, solo me he desvelado y no puedo volver a dormir, me estoy tomando un trago. –contesta Cristina.

- ¿Un trago? Seguro que es de aguardiente, el de esta taberna es muy rico, ¿te importa que te acompañe con otra copa? –Dice Isabel mientras se incorpora.

- Lo siento no quería despertarte, y también perdóname por haberme quedado dormida, - comenta Cristina poniéndola una copa de aguardiente.

Isabel se ha levantado de la cama y se sienta sobre ella, Cristina ha ido a su encuentro y la abraza, las dos miran la luna.

Cristina da un sorbo a su copa, Isabel hace lo mismo.

- Tenemos que hablar antes de que te vayas mañana. –Dice Cristina.

- Lo se, pero ahora no, mañana nadie te echará de menos, creo que hasta mediodía no abren la fonda, hay que descansar, ¿verdad?

Cristina se ha dado la vuelta y se ha sentado a horcajadas frente a Isabel, la mira directamente a los ojos, en ellos refleja el amor que siente.

- Lola nos traerá el desayuno tarde. Isabel, ahora dime, ¿qué vamos a hacer? Tú y yo, cómo y cuando vamos a vernos, esto es una locura, si nos pillan nos matan, -termina de decir atropelladamente la muchacha.

Isabel calla, no responde, baja sus ojos y la incertidumbre se instaura en ellos.

- Te dije que ahora no es momento de hablar, -replica Isabel.

Es el momento y tú lo sabes, por ello no terminamos de conciliar el sueño. No exijo ninguna respuesta ni solución, nena. – intenta suavizar Cristina su pregunta, acepta el silencio de la joven y la abraza con toda la ternura de que es capaz.

Isabel está repasando su vida en La Casa Grande, siempre, siempre la correa del cinturón de su padre detrás de ella, luego fueron las bofetadas, más tarde el látigo; no era agradable su vida allí pero estaban sus hermanas, su tata y los trabajadores del latifundio (lugar rural muy extenso dónde las formas productivas suelen ser la agricultura y la ganadería, el “señor” suele arrendar en parcelas la tierra para que campesinos la cultiven en un régimen de semi-esclavitud ya que, los arrendatarios deben pagar al señor una precio muy alto por la tierra labrada, las ganancias apenas dejan para sobrevivir).

Isabel piensa y sabe que para que haya un mínimo de futuro para las dos, ellas deben irse muy lejos; teme que El Lobo pueda enterarse de su relación y entonces no va a dudar en matarla a ella y a Cristina.

Necesita tiempo, siempre se le ocurre alguna salida, ¡la sierra! ¡Esa es la solución! Isabel quiere esbozar una sonrisa ante este pensamiento pero sabe que la sierra es algo provisional, un refugio para un tiempo determinado pero no para mantener una relación con Cristina; siempre se le ocurre algo, por ahora, se tienen que conocer, luego actuar.

Finalmente Isabel alza los ojos, separa a Cristina de ella y la mira sin titubear.

- Sé que tenemos que pensar algo, hay tiempo, cuidado sí, tenemos que tener y mucho, vamos a conocernos un poco más, yo trataré de ahorrar algo de dinero. Cristina, mírame bien, lo que nos está pasando es tan hermoso que aún mis neuronas no pueden asimilarlo del todo, no es un espejismo pero parece irreal. –Dice Isabel con un brillo muy especial en sus pupilas.

Cristina sigue callada, asimilando las palabras de su “amiga”, “novia”, “amante”; está confusa. Plantearse ahora el futuro es algo irreal, en una sociedad en que la mujer está depreciada no se puede plantear alegremente el ir más lejos. Ha visto la espalda de su amante, el primer día no preguntó mucho, fue todo tan rápido y casual que no quiso plantearlo. Las señales de la vejación de El Lobo está bien representada en esa espalda, la espalda que tanto ha besado y acariciado en los últimos días.

- Tienes razón, primero vamos a ver si esto, -dice Cristina señalando su corazón-, si los sentimientos que creemos tener son verdad, hablar, conocerse, luego decidiremos, pero no quiero que te vuelva a lastimar ese hijo de puta. –Termina diciendo la muchacha mientras sus ojos se humedecen.

- Escucha, Cristina, -Isabel agarra con sus dos manos la cara de Cristina- no lo volverá a hacer, te lo prometo, si lo hace huiré, no volveré; no llores, las señales de mi espalda ya están sin dolor, sin sentido. La primera vez que lo hizo es como si mil puñaladas me dieran en el corazón, las bofetadas eran una cosa, pero el látigo y ver el odio en sus ojos, eso me destruyó durante mucho tiempo, pero El Lobo ya no tiene poder sobre mí. - Isabel atrae hacia sí a Cristina, ahora ya no es deseo o ansiedad, ahora es la amiga, la cómplice, la que intuye que si ella ha sufrido, Cristina debe haberlo pasado mil veces peor, estará ahí para ella, para escucharla cuando quiera hablar, para animarla cuando la tristeza se vea reflejada en esos ojos que adora.

Las dos mujeres permanecen abrazadas, callan durante un largo tiempo. Hay mil preguntas sin respuestas.

- Isabel, -comenta Cristina tan cerca del oído de la chica que Isabel nota el cosquilleo que le produce el aliento de su amante, la excitación vuelve- Lola y Lucia nos van ayudar, me lo han dicho, serán nuestra confidentes y protectoras, al menos por un tiempo.

- Lo sé, es tú familia, te quieren, te necesitan, -contesta Isabel aparentando seguridad, tiene miedo, temor de involucrar a aquellas hermosas almas en una aventura que es de ella y de Cristina, solo de ellas dos. Las consecuencias son imprevisibles.

- Bien, ya veremos la forma de estar juntas. Ahora, es suficiente. El amanecer se aproxima y mis pensamientos están aquí, mis manos también.

- Isabel acaricia con lentitud la espalda de su acompañante, ¡que suavidad!

- ¿Sabes lo hermosa que eres? –Susurra Isabel. ¿Sabes que me enervas al máximo, me tienes poseída desde hace una semana, poco tiempo para que me hayas conquistado de esa manera, ¿verdad? ¿Por qué tienes ese poder sobre mí’? – pregunta y pregunta bajito.

- Vale, deja de hablar, se te va a secar la boca. -dice tajante Cristina con una sonrisa provocadora- esa boca y esos labios tan, tan….

Entre caricia y caricia, entre beso y beso, entre placer y placer, ha transcurrido su primera noche juntas en tierra peligrosa. El tiempo dirá que hacer, ahora en ese amanecer que anuncia un nuevo día, dos cuerpos se aman, dos mentes se complacen, dos mundos diferentes se han unido.

El peligro acecha en Tierra de Lobos, no es una tierra para amar, es tierra de sufrimiento. El Señor Lobo está sediento de sangre, hace bastante tiempo que no tiene algún divertimento a la vista, él sabe esperar, el depredador necesita ir de caza.

Llaman a la puerta, dos jóvenes mujeres tratan de despertar sus cuerpos.

- ¡Cristina, Cristina! Abre, soy Lucia, traigo el desayuno. – Dice de forma sigilosa la muchacha.

Cristina ha abierto la puerta, entra su compañera de trabajo, ésta la sonríe, Cristina no puede evitar la cara de boba.

- Habla bajito Lucia, Isabel está muy dormida todavía, ¿qué hora es? –Pregunta un poco preocupada.

- Tranquila, es pronto, son las once, creo que no has dormido mucho, - dice Lucía mirando hacia dónde está la cama- ¿noche particularmente ajetreada, amiga mía?

- Sí, muy intensa, Lucia, hemos dormido poco, estoy colada por esa mujer que ves ahí, ven, vamos hacia la mesa, dame un poco de café, lo necesito, ¿todo bien, nadie ha sospechado nada? –pregunta ansiosa Cristina.

- Cerramos muy tarde, casi a las dos, los patrones están muy contentos con nuestro trabajo, todos terminamos muy cansados -la muchacha hace una pausa, luego continua- y, todo está bien, Carmen y Pedro aún están acostados, Lola está desayunando en la habitación y yo acabo de darme un baño. No tienes de que preocuparte estamos contigo y con Isabel, nos ayudaremos entre nosotras, ya lo sabes.

Cristina abraza a Lucia y le da las gracias. Piensa que tiene mucha suerte en estos días, ha encontrado el amor de su vida y tiene a dos grandes amigas, un trabajo. ¡Jamás ha sido tan feliz, jamás ha tenido tanto! No quiere perderlo.

- ¿Qué ocurre, Cristina? ¿He dicho algo malo? –Pregunta Lucia tratando de adivinar lo que pasa por cabeza de su amiga.

- No, no, solo que soy muy feliz, pero a la vez está la situación entre Isabel y yo, os puede hacer mucho daño. –Contesta triste Cristina.

- Cristina piensas demasiado, el tiempo nos marcará la pauta que debemos seguir, no te adelantes, ahora despierta a tu nena, ese café esta muy calentito, el pan también, ahí tienes aceite, tomate, sal y azúcar, alimenta a la mujer que te hace feliz, hablar, disfruta de este momento, no siempre va a ser así.

Lucia se levanta, da un beso a Cristina y se va, no hay prisa hasta bien entrada la tarde, aún tienen mucho tiempo, el suficiente para hablar y conocerse un poco más.

- Hola, dormilona, - Cristina acaricia suavemente el rostro de Isabel, la va a cuidar, la va a dar todo lo que necesita-.

- Buenos días, nena, ya voy, ummm, huele a café, que rico. ¡Dios quien lo ha traído! ¿Nos han descubierto? –Isabel se incorpora de la cama precipitadamente.

¡Tranquila, nadie nos ha descubierto, Lucia nos trajo el desayuno! –Cristina se ha alarmado por la reacción de Isabel, la entiende. Trata de serenarla.

Poco tiempo después, dos mujeres, una mesa, dos sillas, un desayuno, dos miradas se cruzan, dos sonrisas se juntan, dos manos se entrelazan y acarician.

- Nuestro primer desayuno frente a una mesa. Me gusta, -comenta Isabel- quiero muchos de éstos, es lindo. Me gustaría salir ahí fuera y pasear contigo, tu al lado mío, de mi brazo.

- En estos tiempos, Isabel eso no es posible, tú lo sabes. No te quiero desilusionar pero la realidad se impone y sí queremos estar juntas, tenemos que usar la inteligencia no el deseo. –Concluye demasiado tajante, Cristina.

- Vale, Cristina, con una simple frase me has quitado toda la ilusión, solo trababa de animarte, de olvidar por unos momentos nuestra situación, parece que no lo he conseguido, ¡maldita sociedad!

Isabel se ha levantado de forma ruda de la mesa, se da media vuelta y se asoma a la ventana que da al callejón. La otra muchacha se asusta, la reacción de Isabel no le gusta.

- ¿Qué ocurre Isabel? Nadie intenta desilusionarte, pero la verdad es la verdad y con ella tenemos que vivir. ¿No estás dispuesta a luchar por nosotras? Siento que te hayan molestado mis palabras. – Dice Cristina dando la espalda a Isabel, recoge el desayuno y lo coloca a un lado.

Isabel se da cuenta de la situación, su corazón ha comenzado a latir con desasosiego, la punzada de dolor que le ha causado las palabras de Cristina la han devuelto de un puñetazo a la realidad, su puta cruda realidad.

Cristina no tiene la culpa de lo que ocurre, solo es una mujer muy práctica, con los pies en el suelo, también ella ha sido muy brusca levantándose de la mesa. Trata de analizar las palabras de su amante, lo entiende, se tranquiliza y busca con la mirada a Cristina.

- Lo siento, Cristina, me dejo llevar algunas veces por las ganas de ver otra realidad, -Isabel se ha acercado y abraza a Cristina por detrás, la hacer dar media vuelta. Las dos mujeres están frente a frente.

- Se lo que me quieres decir, tratas de advertirme de lo que realmente ocurre, lo entiendo pero ahora estoy contigo, ésta noche te volveré a ver, ¿puedo? – pregunta Isabel con temor.

- Sé que lo comprendes, no he querido hacerte daño, solo que tenemos que tener los pies en la tierra. Isabel, yo, yo, te amo, estoy enamorada de ti, quiero estar contigo.

Cristina termina de decir las palabras con cierta angustia en su garganta, Isabel lo percibe, la atrae hacia si y la besa. Cristina la recibe, su angustia se detiene, ahora no, la tristeza a un lado, la realidad es lo que está sucediendo en ese momento, tiene los labios de Isabel acariciándola, sus manos rozando cada centímetro de su piel. Todo lo demás puede esperar.

Tenerife a 10 de febrero del 2012

Aroaki.

ISABEL, EXTREMA Y DURA

8.

Isabel acaba de irse después de haber pasado la noche y parte del día siguiente con Cristina, en su cabeza hay un solo pensamiento, quiere a esa mujer, la ama, la desea.

La Casa Grande un sábado, a esas horas, está tranquila, solo estará la tata y la servidumbre, algunos trabajadores están terminando su labor, descansaran y luego irán al burdel o a la taberna.

Isabel llega sin armar revuelo, deja a Aroaki en los establos y trepa por la ventana hasta su habitación, últimamente trepa mucho, piensa con una sonrisa en sus labios. La muchacha se lava, se cambia de ropa, tiene hambre, se dirige hacia la cocina, la tata no hará preguntas, sabe de dónde viene, no hay muchos lugares a los que vaya Isabel, o perderse en la sierra, pasar la noche allí o en la taberna.

- ¿Tienes hambre Isabel? ¿No has comido? –pregunta sin mucho interés la tata.

- Si, tata, ¿hay algo de comer para esta muchacha hambrienta? –contesta sin dar ninguna explicación.

- Has aprovechado que no está tu padre ¿verdad? Mejor así, sino te degüella, tantos días en la sierra y en cuanto se da media vuelta vuelves al lugar dónde menos quieres que vayas, a la taberna y, de la taberna seguro que pasaste la noche contemplando la luna y las estrellas.

Tata no lo dice en forma de reproche, se preocupa por Isabel y las consecuencias de sus acciones, la ha visto herida por los latigazos de su padre y estar muy próxima a la muerte. Admira su valentía, es la única en todo el pueblo que encara a El Lobo. Tata sabe de secretos inconfesables de La Casa Grande, calla porque en ello le va la vida, también la vida de sus seres queridos, la mujer calla pero no otorga.

-Tata eres pitonisa, creo que me conoces muy bien, padre no creo que se sorprenda que haya ido a la taberna, tampoco me castiga por ir a la sierra y pasar allí la noche, hace mucho que no se ensaña conmigo por esas dos acciones, -contesta Isabel sin dar mucha importancia a la observación de la mujer mayor.

- Isabel tiene mucha hambre y da buena cuenta de la comida, luego vuelve a su habitación y se echa sobre la cama, sus pensamientos divagan y siempre terminan en el mismo sitio, con la misma persona. Esa misma noche volverá a verla, a estar con ella, sentirla y desearla, hablaran, se conocerán un poco más. El cansancio hace mella en la muchacha que, agotada, se queda profundamente dormida.

El sábado en la noche, en la taberna, lo que menos hay es tranquilidad, hay más clientes que nunca, Lola no da abasto en la barra. Lucia y Cristina sirven las mesas sin parar. Carmen en la cocina, hace “tapas(referido a una forma de aperitivos más sustanciosos)” a toda prisa.

Cristina por unas horas no tiene tiempo de pensar en nada solo en trabajar, anda cansada pero feliz, una sonrisa se ha posado en su boca desde que comenzó la jornada.

- ¡Estás con una cara de boba, Cristina! –dice pícaramente Lola. Hace tanto tiempo que no ve a Cristina así. La verdad es que jamás la ha visto así, llena de vida y alegría. Lola quiere a su amiga, han pasado muchas cosas juntas. Piensa que es una relación muy difícil la que tiene su amiga con Isabel, difícil y peligrosa, pero la ayudará. La vida puede acabar en un solo instante, hay que vivirla cuando se tiene oportunidad.

Cristina no responde sólo mira a Lola y sonríe, ahí está su respuesta.

Las horas pasan rápidamente, Isabel no pasará esa noche por la taberna, ha quedado directamente en la habitación con Cristina.

Pedro y Carmen no pueden cerrar la taberna ningún día pero reconocen que les ha ido muy bien gracias a las chicas, éstas merecen descansar algún día. Por sorteo se decide que la primera en librar al día siguiente será Cristina.

Las doce de la noche dan rápidamente, Cristina habla con Lola como la noche anterior, ésta asiente.

- Sé que estás aquí, -dice Cristina nada más abrir la puerta de la habitación.

- ¡Claro! ¿Cómo voy a hacer esperar a la mujer que me tiene idiotizada? –comenta alegremente Isabel, abrazando sin remilgos a su amante.

Cristina sonríe, está feliz, su corazón late aceleradamente demostrándola cuanto se alegra de volver a estar con Isabel.

- ¡Mira que eres besucona! – Cristina intenta distanciar a la impulsiva Isabel pero no obtiene demasiado éxito, finalmente, consigue apartarla un poco, la toma de la mano y la lleva a la mesa.

Las dos mujeres están sentadas frente a frente con las manos entrelazadas y mirándose profundamente.

- ¿Algún problema en La Casa Grande? –pregunta con un atisbo de preocupación Cristina.

- No, nada, todo bien, mi padre y hermanas hasta mañana no regresan, no hay peligro. –No hay peligro por ahora, piensa Isabel, no lo dice, pero el gesto se hace serio por un momento.

- ¿Qué pasa, y esa cara tan seria? –Interroga Cristina.

- No pasa nada, te vuelvo a repetir, Cristina, todo bien. –Repite Isabel.

El silencio se ha instaurado por un momento entre ambas mujeres. Cristina lo rompe cambiando totalmente la conversación.

- Isabel, ¿por qué no me cuentas cosas de esta tierra? Yo no la conozco demasiado. Seguro que hay leyendas interesantes. –Dice con una sonrisa.

Isabel cambia su semblante, también sonríe:

- Bien, dicen que en esta tierra había hace varios siglos una familia que vino de más allá de los mares e hizo una cabaña y un molino, el viejo molino, ya te lo mostraré. Y…

Isabel habla y habla, cuenta hechos imposibles de reconocer en el tiempo si fueron verdad o mentira. Ella, tan parca en palabras no ha parado en las últimas dos horas. Las dos mujeres se han puesto un par de copas de aguardiente, han templado sus almas y disfrutan del momento.

El cansancio ha podido finalmente con Cristina, Isabel lo entiende, después de un rápido aseo las dos mujeres reposan en la cama, abrazadas la una a la otra, el sueño es el amo y señor de esa noche, el descanso necesario les lleva a las dos mujeres hacia un nuevo día juntas.

El domingo se abre en la vida de estas dos jóvenes mujeres. Isabel ha propuesto a Cristina un amplio paseo con un pequeño picnic al lado del viejo molino, allí le seguirá contando antiguas narraciones que aún pululan en las mentes de viejos ancianos.

- Es hermosa esta tierra, -comenta Cristina mientras ayuda a Isabel a poner el mantel y preparar la pequeña comida.

- Si, muy hermosa y, muy dura, de gentes muy aferradas a un pasado que no les deja ver un poco más allá de sus narices, -contesta Isabel fríamente.

- Ya, entiendo, tú eres una mujer adelantada a su tiempo en una tierra que no admite ni el más mínimo de cambio, -le dice Cristina.

La conversación una vez más se vuelve espesa y seria. Ambas mujeres se dan cuenta, se miran, sonríen y se besan. Algo más tarde…..

- Vamos a comer, a ver que ha puesto Lola en la cesta, tú amiga es increíble, la estoy cogiendo mucho cariño, a ella y a Lucia, umm, tortilla de papas, ensalada de tomate y una botella de vino, ¡madre mía que pinta tiene, me la voy a comer de un solo bocado!

- Y a mí… ¿no piensas comerme? –comenta de forma intrascendente Cristina.

Isabel no lo piensa dos veces, deja a un lado la cesta con la comida, la tapa y se acerca sin disimulo a la mujer que está a su lado, extiende su mano y la acaricia con una mano, con la otra baja el tirante de su vestido, ahora el otro tirante, lentamente…

La tarde se va sin remedio, Cristina vuelve a la taberna sola, ha dejado a medio camino a Isabel que ha tomado la senda que lleva hacia La Casa Grande, su padre y sus hermanas si no han llegado estarán a punto de hacerlo.

La taberna a esas horas del domingo está con muy pocos parroquianos (dicho arcaico referido a gente que vive en un lugar y pertenecientes a una “parroquia”, en esa época cada pueblo o aldea o región pertenecían a una congregación eclesiástica católica determinada, parroquia es el término, que da nombre a una de las particiones más pequeñas en que se dividía territorialmente la Iglesia católica española).

Lucia ve venir a Cristina.

- ¿Qué ocurre Cristina, y esa cara tan seria y preocupada? ¿No lo has pasado bien?

- ¡Claro que lo he pasado bien! Isabel se ha tenido que ir a La Casa Grande, hoy cenará con su padre y hermanas, -comenta la muchacha sin más.

- Ya, y tu crees que le pasará algo, Cristina, Isabel sabe cuidarse solita, acuérdate que es una persona que además, sabe cuidar a las demás. Tienes que tener paciencia. –contesta Lucia con determinación.

- Y tú, ¿dónde vas tan limpita y aseada? Creo que la pequeña Lucia se nos ha enamorado, dime ¿es aquel chico que anoche no le quitabas la vista de encima y ha estado viniendo a diario desde que comenzamos a trabajar aquí?

Cristina ha preguntado con mucha ironía, la sonrisa ha vuelto a su cara. Lucia y Cristina comienzan a jugar y a hacerse cosquillas, un tiempo después, Lucia sale por la puerta de la habitación y mira escaleras abajo, un joven, algo nervioso, la está esperando.

Cristina ha ido a su habitación, la suya de verdad no la que ha compartido con Isabel, poco tiempo después, alguien llama a la puerta, es Lola.

- Pasa, me voy a asear, el polvo del camino y el campo ensucian, -comenta de forma intrascendente Cristina.

- Ya, el polvo del camino, y algo más. Tú cara cansada no solo es de trabajar. Imagino que Isabel ha vuelta a su casa y con su familia. Dime Cristina, ¿Cómo ha ido todo?

Cristina sonríe a Lola, la invita a sentarse y sirve dos copas de aguardiente.

- Estoy viviendo en una nube, en una realidad desconocida para mí, un momento casi irreal, una historia de amor ¡con una mujer! ¿Te das cuenta, Lola? Con una mujer. Algo tan poco normal en esta época que nos ha tocado vivir que ni siquiera se plasma en los cuentos, ni la mayor parte de la gente sabe que puede ocurrir, -dice Cristina después de tomar un largo trago de la bebida.

- Pues así es, mi querida amiga, te has enamorado de una manera pasional e increíble de Isabel, pero déjame que te diga, que si Isabel hubiera sido un hombre te hubiera pasado lo mismo, tú te has enamorado de una persona, de una identidad única, de una forma de ser y de sentir, todo ello tiene puesto un nombre, Isabel, -contesta animadamente Lola.

- Yo he conocido casos, sobre todo en mi época de señoritinga, hubo una época en que robaba, conseguí ahorrar bastante dinero y tuve un momento de gloria, pasé a formar parte de la “alta sociedad”. Me inventé un nombre, una vida y alternaba en los mejores garitos de la ciudad, fue una época loca y divertida. Precisamente durante ese tiempo conocí a mucha gente, entre ellas a un grupo de mujeres algo diferentes, a los ojos de los demás eran mujeres normales, con apariencia normal y con “ideas normales”, pero durante algunas tardes y algunas noches se reunían y daban rienda suelta a su personalidad real. Eran mujeres que les gustaban las mujeres. No tengo que decirte que se escondían, que estaban bien ocultas a ojos de la gente, habían conseguido crear algo así como una hermandad de mujeres con “un gusto en común”, -prosiguió hablando Lola.

- Y tú ¿cómo sabes de ello? – pregunta intrigada Cristina.

- Bueno, mira querida, ya sabes que, aunque soy algunos años mayor que tú no estoy nada mal de ver, vamos soy una chica resultona y atractiva. Te contaré que hubo una mujer encantadora que se fijó en mí. Tuvimos una amistad muy agradable pero no era mi tipo, lo entendió, le ayudé a conquistar a alguien y, entonces me contó muchas cosas, le prometí discreción absoluta y así fue. Un día tuve que desaparecer deprisa y sin más, alguien a quien había robado me identificó, no sé muy bien como, pero se debía mover en los mismos ambientes que yo frecuentaba en aquellos días, -termina de contar Lola.

- ¡Aja! Es decir a ti no te ha sorprendido nada el enamoramiento entre Isabel y yo. Sé que tú has corrido muchas aventuras, nos has contado muchas pero otras por lo visto no, -contesta la joven.

- Te vuelvo a repetir que yo cumplo mis promesas prometí ser discreta y lo hice, ahora no es el caso puesto que tú estás en las mismas circunstancias. Por cierto, aparte de estar en una nube, como tú bien dices, cosa normal en los primeros tiempos de un amor. Pero, ¿habéis hablado de futuro inmediato? –pregunta Lola sin dejar de sonreír.

- Ha salido la conversación más de una vez, pero decidimos darnos un tiempo para conocernos mejor, disfrutar de los momentos que estemos juntas y, luego veremos que decidimos, -Cristina para de hablar, se recompone, la sonrisa se fue de su cara, sus ojos caen y unas arruguillas de preocupación han comenzado a poblar su frente.

- Lola se levanta, va hacia la muchacha, levanta su barbilla y nota como los ojos de Cristina están llenos de lágrimas que pugnan por no salir. Lola abraza a Cristina, ésta rompe a llorar, la tensión de los últimos días y sus acontecimientos hacen que no pueda evitar el llanto.

Isabel lleva a Aroaki a los establos, ¡qué linda es su yegua! ¡Qué inteligencia animal!

- Mi querida Aroaki, es hora de descansar, y gracias por tu compañía, sabes, -sigue hablando al caballo-, me sentiría muy sola si tú no estuvieras ahora conmigo, no ha pasado más de una hora desde que dejé a Cristina y noto su ausencia, de nuevo se ha apoderado de mí la incertidumbre, no quiero ponerme triste, he de hablar con mis hermanas, ellas, no se.., espero que lo entiendan, por lo menos que me apoyen. Sabes Aroaki, ellas me quieren mucho, nos hemos ayudado desde niñas a protegernos de nuestro padre. –concluye su solitaria deserción Isabel.

La potra relincha como si comprendiera la preocupación de su ama. Finalmente pone comida fresca para que se alimente Aroaki, luego acaricia a la yegua y se va camino de su destino.

Isabel se ha cambiado de ropa y se ha aseado, oye a lo lejos el relincho de varios caballos, sabe que son sus hermanas y su padre que acaban de llegar. La Tata ha salido a recibirlos, ella también va.

- Padre, -Isabel saluda espartanamente a su progenitor. ¡Hermanas, que gusto el que volver a verlas! Las hermanas se abrazan como si hubiera transcurrido una eternidad desde su partida.

. ¿Cómo os ha ido? Me tenéis que enseñar vuestras compras, espero que hayáis traído lo que os encargué para mí. Os he echado de menos, - Isabel abraza impetuosamente a sus hermanas y las hace cosquillas, las dos hermanas no paran de reír ante la actuación de Isabel.

- ¡Vale, vale! ¡Por favor Isabel, para, para de una vez! – dice Almudena tratando de quitarse a su pegajosa hermana de encima.

El Lobo ha entrado a la casa, mira de reojo la escena que transcurre un poco más allá, no entiende a sus hijas, a pesar de ello, siente cierto orgullo de tenerlas, si alguna hubiera sido un varón todo cobraría sentido, -el patriarca saluda a la Tata y resopla. ¡Mujeres! -Dice mascullando.

Mientras las hermanas se asean, Isabel abre las bolsas con el contenido de las compras del fin de semana, busca afanosamente lo que encargó.

¡Aquí están! Mis pantalones, mi camisa, mi sombrero, mi cinturón, mi chaleco, ¡todo está como lo pedí! Las amo muchachas, -piensa atropelladamente la joven.

- Almudena, ya cambiada se sienta sobre la cama donde su hermana ha formado un estropicio. Todo liado, todo mezclado. ¿A quién habrá salido esta mujer? Se pregunta sin encontrar ninguna respuesta.

Nieves, también ha terminado de lavarse y las tres hermanas están hablando en la habitación de Almudena, ésta cuenta todo lo acontecido en el fin de semana en la ciudad. Lo que han comprado, con quienes han estado.

- Y tú, mi querida hermana, imagino que te lo has pasado en grande haciendo lo que has querido sin tener a padre vigilándote, -asegura Nieves.

- Sí, he estado haciendo lo que deseaba, pero ni siquiera me he emborrachado un poquito, no he estado hasta altas horas jugando a las cartas. Nada de nada. He sido buena chica, -dice con un halo de misterio la joven.

- Ahh, o sea que tus costumbres han cambiado, no me digas que te has vestido de mujer y has ido en busca de novio, hermana eso no me lo creo, -comenta Almudena dirigiendo su mirada a Isabel.

- Me conoces bien hermana, además de pasar algunas horas limpiando la cocina, he hecho otras cosas muy placenteras y diferentes, -Isabel dice estas palabras con un brillo en los ojos que no pasa desapercibido para las hermanas que cada vez están más intrigadas.

- Bien, desembucha, habla, cuenta, nos tienes intrigadas. ¿Te has ido a la sierra de nuevo? ¿Hay alguien que te interesa? ¿Estás planeando tu escapada de La Casa Grande? ¿En qué estás metida pequeña traviesa? –termina preguntando una y otra vez Nieves.

- Vale, vale, chicas por partes, no es el momento de hablar demasiado, padre nos espera para la cena, pero sí que tengo que hablar con ustedes y no espero que lo entendáis, solo que me escuchéis. Lo necesito, ya no puedo más, pero ahora no, vamos a cenar antes que comience con sus voces, no lo soporto, -Isabel se ha puesto seria, sus hermanas no entienden que ha pasado, algo la pasa, desde luego, pero efectivamente no es momento de hablar, lo harán después de la cena.

Las tres hermanas, el padre y la Tata están sentados a la mesa, les están sirviendo la cena. El padre observa a sus hijas una vez más.

- Isabel, ¡qué raro, ya estabas aquí esta tarde! ¿Te has cansado de la taberna o de jugar a las cartas? –pregunta el progenitor de forma algo malintencionada.

- Sí padre, estuve en la taberna un rato el sábado pero no me quedé mucho tiempo, hoy estuve paseando con Aroaki por los alrededores del pueblo, -contesta brevemente la muchacha.

- Nosotras si que lo pasamos bien, pero gastamos mucho dinero, lo sentimos padre, -comenta Almudena.

- Eso no tiene importancia, las jóvenes como vosotras tenéis la necesidad de estar bien vestidas, que noten de que clase sois y de quienes sois hijas, -dice el patriarca con cierto orgullo.

La conversación se desvía hacia la ciudad y las personas que han visto. Isabel tiene la mente lejos, apenas interviene en la conversación, de vez en cuando pregunta cosas intranscendentes.

Isabel pide permiso para subir a su habitación, con una mirada asiente a sus hermanas, las espera dentro de un rato.

Isabel está doblando la ropa que sus hermanas compraron para ella, la guarda en el armario, de paso lo organiza un poco, mientras tanto, como ocurre en los últimos días, sus pensamientos siempre se encaminan hacia la misma persona. Ahora trata de reflexiona como decírselo a sus hermanas.

Nieves y Almudena dan las buenas noches y se dirigen a la parte de arriba de La Casa Grande, están algo ansiosas, algo le pasa a su hermana. Intuyen que es algo muy importante.

- Hola hermanas, ¿ya habéis cenado? Os esperaba, dice con cierta solemnidad, Isabel.

- ¡Qué tienes que contarnos! Nos tienes preocupadas, nunca te habíamos notado tan preocupada, no, esa no es la palabra, mejor tan enigmática, - comenta Almudena.

- ¡Venga dispara! Insiste Nieves.

- Bueno, sentaros, os voy a poner una copa, creo que padre tiene un buen coñac, le quité una botella, solo para las grandes ocasiones y ésta lo es. En realidad no se como empezar y no se como explicar lo que me ocurre, lo único que se es que sucede, no quiero que digáis ni preguntéis nada mientras lo digo. Tengo que buscar las palabras aunque, en realidad, solo hay una forma de decirlo, -Isabel está un poco abochornada por lo que debe decir, es algo tan inusual que no tiene ni idea de como responderán.

Almudena y Nieves están algo aturdidas, debe ser grave lo que ocurre o si no es grave es algo muy importante, nunca han visto así a Isabel, ni dar tantos rodeos, siempre ha sido una muchacha directa y parca en palabras.

- Bien, pues creo que lo que tengo que decir no se puede decir de otra manera, hermanas, me he enamorado, dice Isabel dando la espalda a sus hermanas.

Las dos hermanas se han quedado un poco paralizadas por las palabras de Isabel, pero a la vez sorprendidas, no terminan de creerlo, Isabel se ha enamorado, ¡con lo difícil que es la muchacha para esas cosas! El hombre que lo haya hecho será muy, muy especial.

- ¿Es verdad, te has enamorado? Eso no es nada malo, hermana, -comenta Nieves.

- ¡Quién lo iba a decir, la traviesa Isabel, enamorada!, ahora viene la otra parte, nos tienes que decir quien es el hombre que ha enamorado a mi hermana, ¿es de aquí? ¿Es un viajero que has conocido? ¿O alguien de la sierra? –pregunta Almudena.

Un momento, un momento, no me avasalléis, os lo contaré todo, pero hermanas, no es lo que pensáis, me enamorado, es cierto, pero el nombre de la persona que amo es, es Cristina…

Continuará….

Aroaki

18 de febrero del 2012, Santa Cruz de Tenerife.

ISABEL, EXTREMA Y DURA 9.

- ¡No me miréis así! Ya se, ya se, es extraño, raro, increíble, pero sí, estoy enamorada de una mujer, -confirma Isabel.

Isabel ha aprovechado que sus hermanas se han quedado boquiabiertas y no han acertado a decir nada para que no quepa duda de lo que ha dicho y evitar un tremendo interrogatorio a la que se vería expuesta.

Almudena y Nieves miran con los ojos abiertos a su hermana, si les hubieran pegado un mazazo en la cabeza no estarían tan sorprendidas como ahora. Saben que su hermana fue siempre diferente pero sus mentes no quieren asimilar lo que Isabel ha dicho.

- ¡Dejar de mirarme así, ya sé que soy un bicho raro, pero decirme algo, hermanas! -comenta con cierto nerviosismo Isabel.

- No, no, entiendo, bueno sí, está claro lo que dices, pero….¿una mujer! ¿Te gustan las mujeres? –acierta a decir Nieves.

- ¡Loca, loca, estás como unas castañuelas (dicho popular para afinar y afirmar la locura de alguien)! No quiero pensar nada, no deseo pensar nada, ¡cuéntanos todo ahora mismo! ¡Oh dios, mi corazón va a explotar y no va a quedar nada! –finalmente habla Almudena atropelladamente.

Nieves asiente con la cabeza pues de la boca no le sale nada. La cara de las dos hermanas es un poema (dicho español que significa más o menos “cara incrédula” de no querer creérselo).

Isabel comienza su relato desde el principio, trata de explicar todos los detalles posibles para intentar que sus hermanas entiendan cómo y porqué se ha enamorado (¡claro que si a ella le cuesta comprender imagina lo que le costará a sus hermanas!).

- No puedo dejar de pensar ni un minuto en ella, supe que algo pasaba cuando me ruboricé cuando me habló la primera vez, luego al bañarnos. …, siempre que se aproxima a mí me empiezan a sudar las manos, tartamudeo y el corazón se me sale del cuerpo. No soy capaz de pensar cuando ella está cerca, solo deseo tocarla y be….¡dime si eso no es estar enamorada!

- ¡Basta, hermana! No entres en detalles. Siempre sabía que eras muy diferente y que teníamos más a un hermano que a una hermana pero ¿tú te ves? ¿Eres preciosa? A cualquier hombre le gustarías, - por fin habló Nieves.

- Bueno, hermana eso es lo que hay, espero vuestra comprensión, sé que no podéis entenderme, ¡pero son mis sentimientos, soy así, y esa es mi opción! ¿Me ayudaréis? –pregunta con cierto temor Isabel.

La cara se le ha vuelto muy seria, ha tratado de contar las cosas con un poco de humor, pero el rostro de sus hermanas no le da muchas opciones.

- Un momento, Isabel, -dice con voz autoritaria Almudena. Creo que has pensado, pienso que no has valorado muy bien las consecuencias de tu actitud, por qué…imagina por un solo momento que padre se entera, o solo lo intuye. Hasta ahora has escapado más mal que bien de todas tus locuras pero de ésta no te salvaría ni la virgen maría en persona, sería tu fin. Y no quiero decir nada más porque me estoy poniendo mal, -sentencia Almudena, unas lágrimas pugnan por salir de sus lindos ojos.

Isabel se acerca a su hermana, la abraza, la acuna. Sabe los quebraderos de cabeza que siempre ha dado, pero ella es así. Ahora tratará de calmar a sus hermanas.

- Almudena, lo se, se todo lo que os habéis preocupado y sufrido por mí, pero padre es así, yo soy así, ya os he dicho no trato que me entendáis, solo que me aceptéis. Yo, yo os prometo que si hay un solo indicio de que padre se entera, me iré, huiré, sé que mi vida no valdría absolutamente nada. No quiero causaros problemas, pero…Nieves, Almudena, os quiero, no tengo a nadie más en quien confiar, - dice Isabel con un hilo de voz.

Nieves se ha acercado a Isabel y Almudena, las tres hermanas se abrazan.

Nieves y Almudena se han tranquilizado, un silencio se ha apoderado de las tres mientras toman un sorbo, bien largo, de coñac.

- ¿Qué piensas hacer? Parece por tu reacción que estás muy enamorada aunque, hermana, es muy poco tiempo el que llevas con, con Cristina, -comenta Almudena.

- Tienes razón, por ello vamos a esperar a conocernos más mientras, la única forma que tenemos de vernos es a escondidas, - Isabel ha dicho estas palabras bajando la cabeza, los acontecimientos de la última semana y media empiezan a pasar factura, su mente está cansada, su cuerpo también solo el amor recién nacido es capaz de sortear todas las dificultades que vengan, por lo menos, por ahora.

Nieves, comprendiendo la situación por la que pasa su hermana, se levanta y se acerca de nuevo a Isabel.

- No tienes nada que temer de nosotras, te queremos, no entendemos nada, pero siempre nos hemos apoyado y lo seguiremos haciendo, solo una cosa, hermana, ¡asegúrate que tus sentimientos son reales, que amas de verdad a esa mujer! Asegúrate que todo el riesgo que corréis ella y tú, merece la pena; por lo demás, el tiempo dirá que hacer, -concluye Nieves, abraza de nuevo a su hermana.

Isabel se ha quedado sola, intenta dormir pero no puede, sabe que sus hermanas la aceptan tal y como es, siempre lo han hecho. Repasa una y otra vez la conversación con ellas. Tienen razón hay que dar tiempo al tiempo para saber hasta donde llegan tanto sus sentimientos como los de Cristina, ¡dios, Cristina! No tiene demasiadas dudas, sabe lo que su corazón siente, sabe que nunca le ocurrió nada igual, siempre sintió diferente al resto de las mujeres que conoce. Eso es seguro, su gusto por las mujeres está muy claro.

Una sombra cruza el bello rostro de la muchacha, una duda se establece en su cabeza. Ella tiene claro que le gustan las mujeres pero, ¿y Cristina? Isabel se lo pregunta, ¿puede ser un simple capricho? No le ha parecido ni un solo momento que para Cristina ella fuera un capricho. No lo ha sentido así.

Isabel respira hondo, el cansancio está llegando a su clímax, su cuerpo se rinde a la evidencia, el sueño viene, una última imagen llega a su consciente, la sonrisa de Cristina, su sonrisa, su alegría, su amor….

……………………………………………………………

Han pasado casi dos semanas desde la conversación que mantuvieron las hermanas.

La relación entre Isabel y Cristina sigue su curso, se ven a escondidas, el viernes es el día que Isabel va a la taberna, juega a las cartas con sus amigos y se divierte. Cuando llega la noche se transforma en la más apasionada y tierna de las amantes.

Isabel espera a Cristina en esa habitación que se ha convertido en una extensión de su cuerpo.

Durante el resto de la semana Cristina atiende junto a sus amigas en la taberna, los dueños están muy contentos del resultado del trabajo de las tres.

Isabel, sigue con su actividad normal en La Casa Grande, no quiere cambiar mucho su rutina para no levantar ni la más mínima sospecha.

Miradas furtivas, sonrisas escondidas, un beso robado al aire. El mercado se ha convertido en la “otra forma de verse, mirarse, sentirse”.

Cristina está más bella que nunca, la felicidad ha llegado a su vida a pesar de la circunstancia tan complicada en la que se ve envuelta. Lucia y Lola son sus cómplices, eso si que no ha cambiado, se animan, se protegen, se quieren.

Almudena y Nieves ven el cambio en el semblante de su hermana, en su forma de actuar, notan día a día que el amor de Isabel y Cristina es verdad. Conocen a Cristina, la vieron un par de veces en el mercado, no hay ninguna duda de la belleza y gracia de la joven.

Fueron testigos de un par de miradas que se encontraron en el camino entre un puesto de mercancía y otro.

Almudena quiere conocer personalmente a Cristina, Nieves apoya esa iniciativa, saben donde encontrarla.

El Lobo tiene una actividad frenética, es el dueño y señor de una gran cantidad de terreno y ganado. Utiliza el temor y el miedo camuflado de “respeto” para controlar al pueblo.

Cuando llega la noche, su distracción favorita es tomar una copa en el burdel y follarse a alguna de sus putas, también las posee.

Es el dueño y señor de aquella tierra de la Extremadura profunda.

A El Lobo le ha llegado el chisme de lo bien que va el negocio en la taberna, le comentan que han contratado hace casi un mes a tres mujeres, son bellas y trabajadoras. Los hombres van primero a la taberna antes que al burdel solo por el hecho de contemplar tales bellezas.

Esa noticia ha sorprendido a El Lobo, la taberna-fonda y sus dueños son casi los únicos que se atreven a cuestionar su autoridad. Hasta ahora no ha conseguido doblegar a Carmen y Pedro. Tarde o temprano lo conseguirá. El malestar que le produce el matrimonio no es demasiado, quizás se divierte poniéndolos en apuros alguna que otra vez. Siente cierta curiosidad por conocer a las muchachas.

El Lobo sonríe, el viernes irá a la taberna antes de ir por el burdel.

Finales de agosto de aquel duro y extremo verano, el calor ha mitigado las fuerzas de labradores y ganaderos.

Es jueves, un día intermedio entre semana, es mediodía, unos pocos lugareños comen en la fonda, Cristina sirve la comida, el gazpacho es lo más fresco que tienen, los comensales lo piden en grandes cantidades, fresco, nutritivo y barato.

El gazpacho es la estrella de la cocina veraniega de Carmen.

Almudena y Nieves no es la primera vez que van a la taberna. Alguna que otra vez fueron a comer y conocen a Carmen desde la infancia, Carmen, su madre y la Tata eran amigas de juventud.

Entran, se sientan en una de las mesas. Carmen ha salido un momento de la cocina llevando un plato de comida en cada mano. Ve a tan singular visita. Se dirige directamente hacia ellas; mientras Cristina ha volteado su vista hacia las recién llegadas, va directo a atenderlas pero Carmen se la adelanta,

- Espera, Cristina, ya las atiendo yo, son amigas. –Dice Carmen.

- Almudena, Nieves, ¿cuánto tiempo sin veros? ¿Qué os trae por aquí? –pregunta como si tuviera prisa la tabernera.

- Hola Carmen, solo es una visita, pero no podemos olvidar tu gazpacho, ni tu conejo al ajillo. Es un pecado no comer cada temporada tus delicias, -contesta obligadamente Almudena.

- Os veo bien, me alegro, ¿y vuestro padre, le va bien? Hace tiempo que no tenemos noticias suyas, ¡claro que mejor así! –habla Carmen sin titubeos.

- Tienes razón Carmen, es mejor así, ya lo conoces, nosotras te tenemos en estima, a ti y a Pedro. Nuestra hermana nos cuenta como estáis, ella suele venir, lo sabemos, -continúa la conversación Nieves.

Una vez pasada la sorpresa de la visita, las tres mujeres conversan de forma amistosa.

Cristina trata de pasar desapercibida y continua con su tarea. No puede dejar de estar nerviosa ante la presencia de las hermanas de su amante.

- ¡Cristina, trae un par de tazones de gazpacho! –grita desmesuradamente Carmen.

Cristina, extrañada ante el vocerío inusual de su jefa, sirve rápidamente el pedido, quiere marcharse lo más rápidamente de esa mesa.

- ¿Tú eres Cristina, verdad? Perdona que te entre así, nuestra hermana nos ha hablado de las chicas nuevas de la taberna y os ha descrito con detalle, -Almudena ha hablado directamente sin medir sus palabras.

- Sí, soy, soy Cristina, conozco a tu hermana, suele venir por aquí, ¿algún problema? -responde la mesera, tratando de aparentar una serenidad que no tiene.

- Perdona a mí hermana, es demasiado directa algunas veces, es que nos han hablado tanto de vosotras que tenemos cierta curiosidad por conoceros, -trata de conciliar Nieves ante el arrebato de su hermana.

- ¡Vamos Cristina! No te enfades, Almudena es así, no me extraña que la gente quiera conoceros, ¡sois muy guapas y trabajadora! – dice Carmen encantada que la fama de sus chicas haya llegado hasta La Casa Grande.

- ¡Venga Cristina, te toca comer! Siéntate con las chicas y así os conocéis, te aseguro que son buena gente. Te voy a traer la comida, bien ganada la tienes, -continua Carmen con una sonrisa muy especial.

- Yo, no hace falta que coma con las señoritas, Carmen, puedo hacerlo en la cocina, no quiero molestar, dice Cristina mientras Carmen hace que no la oye y se encamina hacia la cocina.

- No molestas, siéntate Cristina, por favor, es un placer conocer a la persona que tiene encandilada a mi hermana, - habla bajito Almudena.

- No sabía como entrarte sin llamar la atención de Carmen, perdona, -queremos conocerte, hablar contigo y decirte que por nosotras todo está bien, si mi hermana es feliz nosotras también, -continua Almudena.

- Cristina, algo sorprendida por la actitud de las mujeres, se sienta mientras que aumenta su nerviosismo. No le sale palabra alguna, es Nieves la que continúa hablando,

- Tranquila, solo queremos hablar contigo, nuestra hermana solo tiene un nombre en su boca desde hace días y es, Cristina. Necesitábamos tomar contacto contigo. Es hora de hacer algo.

- Bueno, comencemos desde el principio, me llamo Cristina y soy, soy amiga de tu hermana, -tartamudea Cristina.

- Jajajaja, Cristina “lo sabemos todo”. No hay problema, queríamos asegurarnos de que mi hermana después del susto que nos dio al contarnos vuestra historia, que merecías la pena, -dice riendo Almudena.

Cristina está algo perpleja con la situación, no acaba de creerse lo que está pasando.

- Tranquilízate Cristina, mira si te sientes más cómoda, dinos cuando podemos vernos, tenemos que hablar, hay algo que tenemos que decirte, termina diciendo Nieves.

- Al anochecer tengo un tiempo libre, si queréis nos vemos en, no sé en algún lugar discreto, - comenta Cristina algo desconcertada, le preocupa lo que tienen que decirla.

- Al final del pueblo en dirección a nuestra hacienda, saliendo a la derecha hay un camino, cógelo, te llevará en no mas e 15 minutos hasta una casa de unos amigos nuestros que ahora no están, no se llevan muy bien con mi padre, allí estaremos sobre las nueve de la noche, ¿de acuerdo? – habla Almudena.

Las dos hermanas miran esperando la afirmación de Cristina. No desean preocupar a la chica pero tienen que hablar.

Cristina asiente, irá, hará lo que sea por Isabel, siempre la habló de lo unida que estaban las tres.

Finalmente las tres mujeres hablan de cosas intrascendentes mientras comen, Cristina quiere aparentar una tranquilidad que no tiene. Hasta ahora han podido ocultar su relación, ahora ya no es cosa de dos, más gente está implicada, con ello, el peligro aumenta.

Isabel ha salido con Aroaki a cabalgar por la dehesa, el noble animal de un color negro azabache trota elegantemente, la amazona y la yegua forman un tándem único. Isabel orgullosa y altiva se siente libre, se tranquiliza, disfruta en el contacto con la naturaleza.

Las últimas semanas han sido diferentes para ella, ésta noche sus hermanas la han citado en la casa de sus amigos. Se encontraran para hablar y estar más libres del control de su padre.

La noche del jueves llega rápidamente, Cristina se dirige hacia el lugar acordado, en la casa las hermanas ya han llegado, las tres toman una taza de café.

- Isabel tenemos que hablar claro, hasta ahora no ha ocurrido nada que tengamos que temer pero hemos oído a padre hablar de las “tres chicas nuevas de la taberna”. Parece intrigado, pienso que mañana viernes va a echar un vistazo por allí. Te queríamos advertir no solo de que lo puedes encontrar allí. Puede intentar meterse con alguna de las chicas para hacer daño a Pedro y Carmen, - Almudena termina de hablar mirando fijamente a su hermana.

- ¿Qué me queréis decir? ¿Qué mañana no vaya a la taberna? Hermanas la presencia de mi padre no hará que yo no vaya, no es la primera vez ni la última que nos encontramos allí, -dice Isabel casi con una sonrisa en su boca.

- ¡A veces eres una inconsciente hermana! ¿Te da lo mismo lo que le puede ocurrir a Cristina? Imagínate padre pidiéndola que sirva una copa, Cristina va a saber de quien se trata y puede que los nervios le traicionen, -argumenta Nieves.

La sonrisa ha desaparecido de la cara de Isabel. La muchacha se queda pensativa, las palabras no salen de su boca.

- Qué, hermana ¿ya has tomado conciencia de la situación? Al mediodía estuvimos en la taberna comiendo, visitando a Carmen y de paso hemos conocido y hablado con Cristina, vendrá en un rato, la citamos aquí para advertirla, -continua Nieves.

- ¿Habéis ido expresamente a hablar con Cristina? No os entiendo hermanas, hace rato que propuse el presentarla, -habla Isabel, su expresión denota algo de tristeza.

- Tú tienes que entendernos a nosotras también, no es fácil asimilar que mi hermana está enamorada de una mujer, hemos tratado de entenderte siempre, difícil ¿no crees? Necesitábamos tiempo, pero ahora no lo hay, todo este período hemos vivido con el temor de que padre se enterara o alguien se lo dijera. Si te sirve de algo Cristina nos pareció una chica además de hermosa, buena gente. Sé que le importas, -Almudena expresa estas palabras con determinación, conoce a su hermana, sabe que es muy impulsiva, podría reaccionar de cualquier manera ante algún gesto obsceno o despectivo de su padre hacia Cristina o hacia alguna de las chicas.

Isabel calla, un golpeteo discreto en la puerta anuncia la llegada de Cristina. Isabel rápida abre la puerta. Cristina se retira hacia atrás, se ha asustado, no esperaba encontrarse con Isabel.

- Te estamos esperando, pasa Cristina, mis hermanas me dijeron que vendrías yo no sabía nada, siento haberte asustado, -se atreve a hablar Isabel.

Cristina sigue parada sin atreverse a dar un paso hacia adelante, es Nieves la que se levanta de la silla, se acerca a Cristina,

- Pasa Cristina, ven dentro, perdona no haberte dicho que estaría mi hermana, lo hemos decido a última hora, por favor, pasa, siéntate, te explicaremos.

Almudena ha puesto una taza de café para Cristina y ha rellenado las demás. Suspira, vivir en una continúa tensión no es nada bueno.

Isabel no se ha atrevido a saludar un poco más afectivamente a Cristina, la realidad se ha estampado de golpe en su cara. Ahora entiende la preocupación de Cristina cuando le advertía de las posibles consecuencias de su relación. ¡Estúpida se llama así misma! Ha vivido en una nube hasta ahora, pero ¡es tan feliz al lado de Cristina! Su vida es tan diferente.

Almudena es la primera en hablar.

- Cristina primero quiero que nos disculpes por hacerte esta medio encerrona, no nos ha quedado más remedio. Los acontecimientos a veces corren demasiado. Mira acabamos de hablar con mi hermana sobre lo que puede ocurrir mañana o el sábado en la taberna.

- No importa, ya está, ahora contarme lo que tenéis que contar, -responde Cristina aún un tanto perpleja por la situación. Mira a Isabel con algo más de tranquilidad, ¡cómo la quiere! También sabe lo tozuda que es, hay que pararla alguna vez. Quisiera darle un beso que la tranquilice, nota su nerviosismo. No se atreve por las hermanas, no las conoce todavía a pesar de lo que le dice Isabel.

Nieves expone las sospechas que tienen de lo que su padre puede hacer y toda la intención de ella y de su hermana es advertirla para que estén preparadas ella y sus compañeras de trabajo. También alude a la reacción que podría tener Isabel ante la actuación de su padre.

Un espeso silencio se establece en el lugar, la mente va deprisa tratando de asimilar las palabras. Cristina consigue reaccionar y habla:

- Bien, gracias chicas por vuestra advertencia, hablaré con Lucia y Lola. Carmen y Pedro ya nos alertaron que podría ocurrir algo así, El Lobo les molesta de vez en cuando. Ahora tiene más motivos que nunca, la taberna tiene más clientela, como consecuencia más dinero, eso atrae a vuestro padre, la mejor forma de molestar a Carmen y Pedro es metiéndose con sus trabajadoras.

Cristina ha conseguido encadenar un buen montón de palabras, ha sido capaz de alzar la vista y hablar serenamente a las hermanas. Forman un trío curioso, una mueca que parece el inicio de una sonrisa destensa un poco el ambiente. Isabel sigue callada.

- ¡Vamos hermana, espabila! Tienes aquí a tu novia y no eres capaz ni de darle un beso, apenas le has dirigido la palabra, -dice sonriendo Almudena.

Es Cristina la que se levanta y se acerca a Isabel, coge su barbilla, la mira a los ojos,

- Hola, ¿estás bien? –Le pregunta.

La besa suavemente en los labios, Isabel reacciona, la hace sentarse en sus rodillas y la abraza. Las dos hermanas se miran a los ojos evitando mirar directamente a la pareja, sonríen, perciben el amor de ambas mujeres.

El tiempo pasa demasiado deprisa. Las chicas han acordado que Isabel no vaya esa noche a la taberna, irá directamente a la habitación de Cristina. Por otro lado Cristina, además de advertir al resto de chicas y a sus jefes, tratará de mantenerse en un segundo plano para que el Lobo no se fije demasiado en ella.

Trataran de evitar quizás, algo que es inevitable.

Continuará.

25 de febrero del 2012.

ISABEL, EXTREMA Y DURA 10.

Cristina vuelve a la fonda, entra por la parte de atrás, se dirige hacia su habitación, antes de llegar pasa por la puerta donde duermen Lola y Lucia (su habitación de amor), toca suavemente, Lucia abre la puerta, la muchacha entra.

- Lucia, ¿dónde te has metido esta noche? Son casi las doce, nos tenías preocupadas –, dice suavemente Lola.

- Fui a dar un paseo, pensaba hablar con vosotras mañana en la mañana pero necesitaba veros – contesta la joven.

Cristina cuenta todo lo acontecido desde el mediodía, la cara de Lucia y Lola reflejan intranquilidad.

- Bien, no sé que decirte, lo más importante es mantener la serenidad y tratar de pasar lo más desapercibida posible, sobre todo tú. Está bien lo que han dicho las hermanas, es lo mejor, tipos de hombres como El Lobo son predecibles en cuanto a como actuará pero no sabemos hasta dónde puede “molestar”; por la mañana hablaré con Carmen y Pedro, ellos sabrán aconsejarnos – Lola habla mirando alternativamente a sus dos amigas.

- Cristina, si ves que llega El Lobo yo trataré de que centre toda su atención en mí, soy la más joven y a los hombres mayores, ya sabes, le atraen especialmente las niñatas como yo, --comenta Lucia dirigiéndose a Cristina.

- Gracias Lucia, la relación entre Isabel y yo está creando muchos problemas. Pone vuestra vida en peligro y tensión constantes, no puede continuar esta situación, le daré solución, lo prometo –, dice cabizbaja Cristina.

- No tienes que hacer nada, ¿te acuerdas? Las tres nos protegemos y ayudamos, ¿tengo que recordarte todo lo que has hecho tú por nosotras? Estaremos contigo hasta el final. Si deseas darle una solución para que vuestra relación cuaje, bien, pero no porque tengas que renunciar ni a un poquito de tu felicidad con Isabel –, termina diciendo sin dudas Lola.

Lucia asiente. Unas lágrimas pugnan por salir de los bellos ojos de Cristina. Lola y Lucia abrazan a su amiga.

La mañana llega firme como todos los días, el sol ya está en lo alto, cierto frescor se notó de madrugada, septiembre anuncia el paso intermedio hasta llegar una nueva estación.

Durante el desayuno, antes de abrir la fonda, Carmen y Pedro están con las chicas en la cocina desayunando, hablan sobre El Lobo.

Los dueños no tienen mucho más que decir sobre cómo se debe actuar en caso de que aparezca El Lobo en la noche de ese viernes o al día siguiente.

- Solo una cosa más –, dice Pedro con determinación, –dejadme a mí toda la acción, no es la primera vez que paro al El Lobo, ni será la última.

El día avanza, las chicas trabajan en la fonda sin descanso, solo paran a mediodía para comer, el trabajo ha sido la mejor medicina para no pensar en lo que puede ocurrir.

En La Casa Grande, El Lobo no ha dado señales de vida, salió temprano con varios trabajadores hacia un lugar no determinado de su vasta posesión.

Isabel no ha vuelto a hablar con sus hermanas, está preocupada, no sabe si será capaz de no pasar por la taberna esa noche. No soporta la idea de que Cristina y las chicas puedan ser molestadas de forma obscena por su padre. Sabe el desprecio que siente El Lobo hacia las mujeres.

Después de realizar sus actividades habituales, a mediodía Isabel cabalga hacia la sierra, su lugar preferido para pensar y leer. Intenta relajarse sin mucho éxito.

La tarde da paso a la noche, la taberna va aumentando su número de clientes, por ahora, la calma es lo que predomina.

Algunas risas, conversaciones que van alzando su tono conforme los clientes van llegando y toman su bebida favorita. Muchos observan a las chicas que les sirven, les agrada ver caras jóvenes y bellas después de una dura semana.

El humo puebla el local, la noche ha entrado de lleno, olores indescriptibles se mezclan, las velas y candiles ayudan a crear una atmósfera espesa, casi delirante. Conforme la bebida cala en las gargantas y cerebros de los hombres, las risas y gritos se convierten en protagonistas de la noche. Nadie se oye, nadie se escucha, ¿de qué se ríen? Nadie sabe nada solo es el momento que han estado esperando para olvidar la dura realidad de cada día.

No hay una sola mesa libre en la taberna. Pedro, desde la barra, espera, observa y calcula. Carmen comanda a las tres mujeres que la ayudan a servir. Un vaso, una jarra, una y otra suenan y se juntan en una danza maldita.

Alguien abre la puerta de la taberna, entra, mira, nadie lo ve, nadie se ha percatado de su presencia, cierta sorpresa se establece en la cara del hombre. Apenas unos pasos detrás, un par de hombres le acompañan, uno a cada lado de él, son sus subordinados, él los manda.

- ¡No hay una maldita mesa libre para El Lobo y sus amigos! –, el hombre a gritado bien alto. Él está por encima de todos, quiere hacerse oír, El Lobo ha llegado.

Silencio, un silencio que se corta a cuchillo. Nadie es capaz de conseguir ese efecto, solo él. Silencio. El miedo danza entre las mesas, los hombres han volteado sus caras hacia el sonido de la voz. El efecto deseado se ha conseguido.

Unos hombres han reaccionado levantándose de una de las mesas, de forma inmediata El Lobo y sus hombres la ocupan.

El Lobo ocupa una silla, queda enfrente de la barra, al fondo, Pedro, espera.

Carmen se ha asustado en un primer momento, pocos segundos después, ha tomado la iniciativa y se acerca a la mesa de El Lobo.

- ¿Qué quieres beber Lobo? –, pregunta la mujer. Carmen no tiene miedo, lo conoce.

- ¡Vosotros! ¡A seguir consumiendo y hablando! ¿O es qué os ha comido la lengua el gato? (refrán castellano queriendo decir algo así como “¿os habéis quedado mudos?”) –, Carmen grita alto señalando con su dedo al resto de espectadores.

Alguien reinicia las risas y las palabras, pronto los ruidos vuelven a la normalidad.

- Quiero beber ese vino y comer esas tapas tan especiales de esta casa. Carmen, ¿cómo estás? ¡Cuánto tiempo sin verte! –, sonríe irónico El Lobo.

-

Tienes razón, mucho tiempo, pero no eres dado a estar por este lugar, creo que prefieres a las rubias –, sonríe, también irónicamente Carmen.

- Tienes el humor de siempre mujer, ahora, lo que necesito es ver a tu nuevo ganado, haz que sirvan el vino y las tapas una de tus chicas, a ti te tengo ya muy vista, aunque no puedo obviar que sigues estando encantadora –, dice de un tirón El Lobo.

Carmen se traga la indirecta. La mujer no replica, mira de reojo, se encamina hacia la barra, Pedro la espera.

Lola, Lucia y Cristina están concentradas en su trabajo pero han observado los movimientos de Carmen, no parece que haya salido muy airosa de su conversación con El Lobo.

Lola se adelanta, habla con Carmen. Pide ser la encargada de servir a El Lobo y sus acompañantes.

Lo pedido está preparado, Lola se aproxima a la mesa de El Lobo.

- Buenas noches, aquí está la bebida, enseguida estarán las tapas –, dice sin tapujos Lola.

- Ahh, buenas noches ricura, ¿tú eres una de las nuevas? Vaya, vaya ¡qué ganado tiene la Carmen y el Pedro! ¡Qué! ¿Les conseguís muchos clientes a vuestros patronos? ¿Cómo lo hacéis? Jajajajajaja.

El Lobo y sus secuaces rompan a reír estrepitosamente. Lola lo mira despreciativamente.

- Enseguida le traigo su comida, señor –, dice Lola sin hacer caso a las insinuaciones obscenas del cacique.

La gente mira de reojo, en algunas pupilas están reflejados el odio y el temor.

- ¡Carmen! –, grita de nuevo el cacique. –¡Quiero conocer a otra de tus sirvientes! Aprovecharé para que se recree la vista, jajajajaja –, vuelven las carcajadas estrepitosas.

Pedro habla con Carmen, parece que no se va a librar ninguna de las chicas de ser insultadas por el cabrón del cacique. Mientras que solo haga eso.

Isabel no ha podido esperar a las doce de la noche, ya está en la habitación de Cristina, tampoco se está quieta ahí. Busca un lugar en la escalera dónde no sea vista y pueda observar casi toda la taberna. Pedro pensó en una forma de construir que le permitiera vigilar en todo momento el lugar desde los aposentos privados.

Isabel ha oído todo lo que ha pasado hasta ahora, en realidad todavía no ha pasado nada, la forma de actuar de su padre con las mujeres es lo habitual.

Isabel está vestida como siempre que va a la taberna, botas, pantalones, camisa, chaleco, cinturón y sombrero. Esta noche lleva algo más en la mano, su látigo. Es muy hábil con el látigo; más de una vez le ha salvado la vida, otras veces ha demostrado su pericia y hecho huir a posibles agresores. No quiere utilizarlo esa noche, solo observará la actuación de su padre, los insultos son lo de menos, pero si osa tocar a alguna de las chicas o algo peor, no dudará en utilizarlo contra su propio progenitor.

Ha prometido a sus hermanas y a Cristina no intervenir pase lo que pase, pero hasta ahora es la única en toda la comarca que se ha enfrentado a El Lobo, lo volverá a hacer si es necesario. Solo hay una diferencia, esta vez ella no va a recibir los latigazos, los dará. Si tiene que esconderse y huir, lo hará. Si tiene que desaparecer definitivamente, lo hará. Otra diferencia, sabe que alguien la va a acompañar.

Isabel tiene un plan.

Pedro habla con Lucia mientras Carmen pone las tapas en la bandeja que la joven llevará. Le pide tranquilidad y que no conteste, diga lo que diga El Lobo. La muchacha asiente.

Cristina está medio escondida, no es una mujer miedosa, nunca lo ha sido, ha sabido batallar en mil peleas, conoce muy bien a ese tipo de hombres. No puede evitar el temor que le infunde, hay algo más que ha visto en los ojos de ese hombre: la crueldad. No solo es poderoso, no solo es el dueño y señor de todo el lugar y de su gente. Es cruel. La maldad ocupa todo el cuerpo del hombre. Cristina lo percibe. No entiende como Isabel y sus hermanas pueden convivir con él. Suspira profundamente, piensa en la valentía de su novia al enfrentarse a él, una y otra vez. La ama desesperadamente. No dudará ni un instante en irse con ella a cualquier parte del mundo. Quiere vivir, desea hacerlo, con Isabel.

Lucia se aproxima con la bandeja de comida a la mesa del cacique.

- ¡Vaya, vaya! ¡Qué joven eres! ¿Has aprendido bien el oficio para seducir a los hombres? Tú haces que los dueños ganen mucho dinero. Dime, ¿dónde has aprendido ehhh? –, comenta despectiva y de forma altisonante El Lobo.

Lucia no entra al trapo, sonríe y sirve la comida, solo mira en general a los hombres de la mesa. Hace ademán de irse pero…

- ¿Dónde vas tan de prisa, muchacha? ¡Siéntate con nosotros un rato y diviértenos! ¿Sabes? eres muy guapa, ¿verdad muchachos? –, ordena el hombre.

- Lo siento señor pero tengo que seguir sirviendo a los clientes, cuando desee más bebida o comida volveré.

- Ahh, ¿no quieres acompañarnos? Jajajajaja –, las carcajadas vuelven de forma más agresiva que antes. El resto de los clientes ha callado nuevamente.

La tensión vuelve como un cuchillo bien afilado cortando el hielo.

Pedro se aproxima rápidamente.

- ¡Lobo! ¡Deja en paz a la muchacha! No es su cometido divertir a los clientes, solo servirles lo que pidan –, dice Pedro con voz de mando.

- Pedro, buenas noches. Pensaba que no me ibas a saludar. Es increíble lo que has progresado, te has rodeado de fieles sirvientas, guapas y jóvenes. ¿Dónde has encontrado este ganado tan fresco y barato? Por cierto, dices que su cometido es “servirnos” pues una forma de hacerlo es agradando la clientela, dime ¿cuánto dinero quieres para que la muchacha se siente con nosotros y nos divierta? –, dice El Lobo levantándose todo lo largo que es.

Los ojos reflejan tal superioridad que Pedro da un paso atrás, pero respira y se aquieta, pasan apenas unos momentos y responde,

- Lobo ¡vasta ya! ! ¡No me amedrentas! Te conozco muy bien, tú lo sabes, es tu forma de intimidar. ¿Qué pasa tienes envidia de que me gane la vida honradamente fuera de tu entorno? ¡Deja en paz a las chicas, vete donde puedas comprar sus servicios! ¡Este no es el lugar! ¿Qué vas a hacer delante de todos los clientes? Sacarás tu pistola y empezarás a tiros, violarás aquí a las chicas, ¡dime! ¿Qué piensas hacer?

Pedro lo conoce muy bien, es la forma de parar al cacique, enfrentándolo con sus propias armas. El arma más poderosa es no temerle.

A El Lobo se le revuelve el estómago, también conoce a Pedro y sabe que no le teme, algún día le matará de un tiro. Ahora solo quiere divertirse, ya le llegará su hora.

- Bueno, bueno, Pedro, tranquilo, solo buscamos diversión, dime, ¿es malo querer conocer a tus chicas? No creo, verdad, aquí todos los parroquianos vienen a verlas, ¿por qué yo no? No voy a tocar a tu sirvienta, jajaja, no. Pero ahora quiero y deseo hacer lo que el resto, conocer y ver a todas, me falta una. ¡Mándamela con más bebida! – contesta

El Lobo se aproxima, los dos hombres se miran. El Lobo acerca su boca al oído de Pedro y le dice bajito:

- De ésta te libras pero tengo algo preparado para ti muy pronto. Ahora solo quiero divertirme. Haz lo que te digo o lo que tengo preparado lo haré antes de tiempo.

Pedro le da la espalda, llama a Cristina y habla con ella, la muchacha asiente. Pedro espera que con su intervención el cacique se relaje y deje a la tercera muchacha en paz.

Los clientes ya no charlan tan animadamente, el vocerío se ha calmado, muchos quieren irse pero la curiosidad es más fuerte. Quizás si se marchan pueda molestar a El Lobo y provocar que se fije en ellos dando rienda suelta a su rabia.

Isabel aprieta la boca y agarra con fuerza el sujeta-manos de la escalera. “¡Hijo de la gran puta!” No puede aceptar ni comprender como ese ser es su padre. Observa como Cristina se acerca a la mesa. Puede que no haya sido una buena idea dejarla para lo último. Ahora su padre estará más rabioso que nunca, su agresividad sube muchos enteros con la bebida. Pedro lo ha parado solo por un momento.

Isabel baja un par de escalones, prepara su látigo. Espera que no la toque, no puede soportar la idea de que ese baboso pueda manosear a Cristina.

Lola y Lucia siguen sirviendo otras mesas pero no pueden dejar de fijar su mirada de vez en cuando en el lugar dónde está ese mal-nacido.

Pedro vuelve a su lugar detrás de la barra, ésta vez coge la escopeta y la deja preparada. Si tiene que pegarle un tiro a El Lobo, lo hará.

- Aquí tiene señor, su bebida –, dice educadamente Cristina. Deja la bebida y hace ademán de

irse pero alguien la sujeta por la muñera. Es uno de los acompañantes de El Lobo.

- ¡Espera muchacha dónde vas! Nadie te ha dicho que te vayas. Señor mírela, ¿es linda, verdad? ¡Qué hembra! ¡Es ideal para hacer sentir a un hombre más hombre! ¡Muchacha dime cuanto dinero quieres por sentarte a esta mesa y luego nos divertiremos juntos! –, el hombre ha escupido las palabras con una rapidez que ha dejado desconcertada a Cristina, ella ya se iba. El Lobo no ha comentado nada, solo la ha mirado, Cristina no había tenido en cuenta que sus secuaces podían ser más asquerosos que el propio cacique. La muchacha no sabe que hacer ni responder solo,

- Yo solo sirvo las mesas, señor, ¡suélteme! – dice con aprensión Cristina.

El Lobo ríe divertido. ¡Esos son sus chicos, muy hombres y con agallas!

- ¿Dónde vas tan deprisa? Te he hecho una pregunta y por lo menos merezco la respuesta. ¿Acaso no te gusto? –, continúa hablando el hombre. La muñeca de Cristina sigue sujeta por la manaza del hombre.

- No estoy en venta, no necesito divertirme con ustedes y no deseo sentarme a su mesa, ¡suélteme! –, esta vez Cristina ha gritado. Nuevamente todas las miradas se vuelven hacia la misma mesa protagonista de la noche.

El hombre se levanta, asquerosamente rechoncho y baboso, el secuaz tira de ella aproximando a Cristina a su cuerpo.

- Tú no vas a ningún sitio, te quedas aquí, quiero tu compañía y la voy a tener –, el hombre escupe por su boca las palabras. Cristina enfrenta su mirada, El Lobo y el otro acompañante ríen a carcajada limpia, la escena les divierte. Pedro ha empuñado su escopeta. Carmen ha cogido un palo. Lucia y Lola han agarrado una botella.

- ¡Quita tu cerda mano de encima de la chica, cabrón! –. Una voz grita alto y fuerte desde el fondo de la taberna, la voz que se oye proviene de la escalera. Una figura sale de entre las sombras. Los ojos de quien llega arden en llamas, su odio se refleja en cada uno de ellos. Con una rapidez inaudita se ha acercado a pocos metros de la mesa.

- ¿Quién eres tú para ordenarme? Jajajajajaja. Esta mujer será mía esta noche, jajajaja –, responde el tipo.

Algo cruza con una velocidad endiablada el aire, llega súbitamente al brazo del hombre. Un latigazo acaba de apartar su mano de la de Cristina. El hombre grita, saca su pistola con la otra mano.

- ¡Maldito hijo de puta! ¡Quién coño eres, te voy a matar! –. Otro latigazo separa de su otra mano la pistola. El hombre grita de dolor.

Cristina ha corrido y se refugia con sus amigas. Pedro apunta con su escopeta.

- Me llamo Isabel y tú no eres ni medio hombre para tocar a esa chica. Si no te vas en tres segundos de aquí, el próximo latigazo irá a la cara, el siguiente al cuello. ¡Largo! –, habla Isabel, ni un atisbo de duda en su cara.

El hombre mira a El Lobo y ante una mueca de éste corre hacia la salida. La clientela no puede dejar de reír.

El Lobo ha observado la rápida escena que se ha producido en cuestión de segundos. Está divertido, esas agallas no podía tenerla nada más que una mujer, su propia hija. Se levanta. La distancia que lo separa de su hija es muy corta. En seguida está frente a ella, muy próximo.

Mirada con mirada se enfrentan en un duelo de titanes. Un padre y su hija cruzan sus caras, el semblante lo dice todo. El resto del mundo ha dejado de existir para los dos, son ellos nadie más.

- Isabel, hija, bien hecho, dime ¿ahora eres la defensora de jovencitas extraviadas?

- Padre, ¿tú por aquí? Yo no sabía de la cobardía de tus hombres que quieren comprar la compañía a fuerza de dinero. Tú sueles conseguir las cosas por tu encanto. No creo que mi padre sea tan poco hombre para consentir que sus muchachos actúen así.

Toda la soberbia, la rabia y el odio que El Lobo siente por su hija se manifiesta en su rostro. El Lobo, esa noche, tiene sentimientos encontrados, soberbia, rabia y odio por su hija, por otro una admiración enfermiza. Terminará matándola.

Sabe que está siendo observado por toda la taberna. No puede dejar que su hija consiga humillarlo delante de todos. Sabe que ella no utilizará el látigo contra él, tampoco puede dar la imagen de un cobarde, por ello, se traga las palabras de Isabel.

Cristina, junto con las demás chicas, Carmen y Pedro, observan la escena desde un rincón, mil demonios están poblando su mente en ese momento, el peligro y el miedo que tanta tensión y ansiedad le producía se ha manifestado en menos de un minuto.

- “¡Dioses, diosas, que todo termine ya, que a Isabel no la pase nada!”, casi reza Cristina.

- ¡Hija mía, que gusto verte por aquí!, esta es una actuación digna de ti, como buen marimacho que eres. La vergüenza es que eres mi hija, pero me ha impresionado tu acción, has hecho que uno de mis hombres se meta el rabo entre las piernas (dicho español para corroborar la cobardía, normalmente de un hombre haciendo alusión a sus atributos específicos masculinos), tienes razón es un cobarde. Ni medio hombre comparado contigo, dime, ¿te has convertido en varón, serás capaz tú de follar a una mujer? ¡Sabes hija mía, aunque quisieras tú no tienes lo que una mujer necesita por muy hombre que quieras ser! –. El Lobo ha dicho las palabras bien alto para que todo el mundo las oiga, poniendo suavemente una mano sobre el hombro de su hija.

Isabel sigue enfrentándolo, no le da miedo, nunca se lo dio. El desprecio que siente es suficiente para superar las obscenas palabras que pronuncia su progenitor.

El Lobo se separa, va hacia la barra, saca dinero y con una despreciativa mirada, lo pone en la encima, dando media vuelta va hacia la puerta y se va. El otro secuaz lo sigue. Sabe que sus palabras han sido oídas, así nadie puede decir que no ha enfrentado a su hija. La ha querido dejar en ridículo, por lo menos eso piensa él.

- ¡Vamos todo el mundo a beber, la casa paga una ronda! –, Carmen vocifera intentando que la taberna vuelva a la normalidad.

La gente suspira quitándose la tensión de encima. Las conversaciones vuelven poco a poco, de la boca de los consumidores solo salen palabras sobre un hecho, lo han vivido en directo.

Lola y Lucia miran a Isabel, ésta se da media vuelta, su mirada y la de Cristina se encuentran.

Los ojos de Cristina reflejan todo, absolutamente todo, le cuesta reaccionar. Sólo acierta a hacer una señal a Isabel indicándole que vaya al cuarto.

Isabel sale por la puerta de la taberna, se asegura que su padre se ha ido. Gira hacia el callejón y sube una vez más hacia la ventana que la llevará hacia la habitación.

- ¡Vamos chicas, Lola, Lucia, Cristina! Servid las mesas, rellenad los vasos hasta que la gente olvide lo de esta noche. Rápido, cuando terminéis la ronda venid hacia la barra, Pedro quiere hablaros.

Las tres chicas, Carmen y Pedro, hablan entre ellos.

- De buena nos hemos librado, sino llega a ser por Isabel, no sé que hubiera ocurrido aquí esta noche. ¡Hijos de puta! Pero, ¿cómo llegó Isabel aquí sin ser vista? ¡Bajó por la escalera! ¿Nadie se dio cuenta? –, comenta Pedro de un tirón.

Las tres mujeres niegan con la cabeza. Carmen sí da una versión de lo ocurrido, casi acierta,

Pedro, escucha. – Isabel conoce muy bien la taberna y los aposentos de arriba, para mí que ha entrado por la parte de atrás. Sabe como abrir una puerta al revés o ha escalado y subido por una de las ventanas. Como lo haya hecho no importa, ella jamás nos hará daño, siempre nos ha librado de alguna. Dioses, ¡que valiente es!!

Lola interviene, no es bueno que la patrona sospeche que Isabel haya subido por la ventana.

- Yo creo que sabe abrir puertas al revés, Carmen. Es una mujer muy inteligente, no ha perdido la calma ante la cantidad de insultos que ha recibido de su propio padre.

Finalmente, la normalidad ha llegado a la taberna. Los hombres, con la bebida, pronto olvidan lo pasado. La tensión que se ha vivido solo es muestra de lo que El Lobo es capaz de hacer. Carmen y Pedro saben que en algún momento la suerte no será tan buena para ellos, el cacique es vengativo, no tiene escrúpulos, hoy solo ha sido una noche de diversión.

Isabel se ha puesto una copa de aguardiente mientras espera a Cristina. Piensa en el mal-nacido de su progenitor. Trata de calmar su corazón, “nadie va a hacer daño a Cristina, ni a la taberna, ni a las chicas”. Si tiene que matar a su padre, lo hará, “¡jamás El Lobo se saldrá con la suya!” La muchacha suspira, poco a poco su corazón vuelve a bombear con normalidad.

Cristina, abajo, trata de disimular su nerviosismo, sabe que Isabel la está esperando. Pide permiso a Carmen para retirarse. Al fin y al cabo la que lo ha pasado peor es ella. Carmen lo sabe,

- Ve, muchacha, tú también has sido muy valiente. Descansa, mañana tómate todo el día libre. Siento lo ocurrido, a lo mejor no queréis seguir trabajando aquí, lo entenderé –, dice bajando la mirada Carmen.

Carmen tú no tienes la culpa, nosotras ya hemos pasado cosas peores, en lugares peores. Estamos contigo y Pedro. Ya hablaremos, pero vamos a defender nuestro trabajo pase lo que pase.

Cristina abraza a la mujer. –Ve Cristina, tómate un baño, coge la cena, aliméntate y descansa. Gracias.

Cristina obedece pero toma dos raciones, apuesta lo que sea a que Isabel no ha comido nada en todo el día.

Cristina llama a la puerta, Isabel se levanta rápidamente de la silla y deja su copa al lado, en la mesa. Abre la puerta no puede ser otra que Cristina.

Cristina está frente a ella, con la bandeja repleta de cosas, Isabel le cede el paso. Cristina entra, no se han dicho nada, no hace falta, el anhelo que refleja sus miradas es suficiente para entenderse.

Cristina deja la bandeja en la mesa. Las dos mujeres quedan frente a frente, se funden en un pasional abrazo, el ansia con que se besan lo dice todo. Estos no son besos de placer, son besos de necesidad, de saber de la existencia de cada una de ellas, están vivas, absolutamente vivas. Labios con labios, una vez más abiertos para el amor. Los corazones bombean sin cesar la sangre que necesitan para dar rienda suelta a su deseo. Dos almas incontroladas, inmersas en un mundo lleno de peligros, de incomprensión, de dificultades…, no quieren separarse.

La muerte acecha en cada esquina en esta tierra, ahora la vida se abre para dos jóvenes que luchan por su amor.

Aroaki a 3 de marzo del 2012

ISABEL, EXTREMA Y DURA 11.

Isabel cabalga hacia Casa Grande, ha estado todo el fin de semana con Cristina.

En la comarca no se habla de otra cosa que de lo ocurrido el viernes en la noche en la cantina.

Nieves quedó con ellas el domingo en la mañana. La muchacha contó que su padre no había comentado nada de lo acontecido.

Silencio, solo silencio. El Lobo no habla, actúa, al acecho, espera el mejor momento para degollar a sus víctimas.

Las hermanas lo saben, Isabel no va a salirse con la suya esta vez. El Lobo atacará cuando menos lo espere.

Isabel tiene un plan. Hay poco tiempo para llevarlo a cabo. Los acontecimientos pueden precipitarse tan rápidamente que les puede ir la vida en ello.

Hablará sin tapujos con sus hermanas. A Cristina no sabe si decírselo. Si sabe algo su vida puede correr peligro.

Isabel ha bajado de Aroaki, le apetece caminar, la noche ha llegado sin avisar, el fresco de septiembre se hace sentir en la tierra extremeña. La brisa le despeja la cabeza. La muchacha piensa.

Almudena y Nieves han cenado. Su padre no está. Las muchachas están preocupadas, esperando. Conversan.

- ¡Qué solas estamos esta noche! Espero que Isabel este a punto de llegar–, comenta Nieves.

- ¿Qué hablasteis esta mañana?– pregunta Almudena.

- Le dije que ayer padre no hizo referencia para nada a lo acontecido el viernes. Isabel está muy preocupada–, responde seria Nieves.

- Es hora de tomar una decisión. La vida de Isabel no ha sido nada fácil desde que comenzó a ser diferente, la nuestra es complicada pero la suya no tiene ningún futuro aquí–, dice con contundencia Almudena.

- Me dijo que esta noche la esperásemos en su habitación, hacia las once, tiene que hablar con nosotras, mucho me temo que Isabel tiene un plan y lo va a llevar a cabo. Veremos que nos cuenta–, concluye Nieves.

Las dos chicas están en la habitación de Isabel. No mucho más tarde de las once Isabel aparece, como siempre por lugares imprevistos, ¡esta vez ha sido por la puerta! Las hermanas esperaban que entrase por la ventana.

- ¡Buenas noches!– dice Isabel abriendo la puerta de la habitación de golpe, ¿sois un poco asustadizas, ehh? Aquí estoy, enterita–, Isabel abraza a sus hermanas, las quiere y las respeta, lo que tiene pensado hará que se separe de ellas quizás para siempre.

- ¡Isabel, hueles a mujer! ¡Qué rico olor tiene Cristina!– dice con cierto humor Almudena. Nieves e Isabel sonríen.

Isabel está encantada con la naturalidad con que sus hermanas han aceptado su relación con Cristina. Está orgullosa. Haría cualquier cosa por ellas. Nadie la ha ayudado ni la ha curado como ellas. Si no hubiera sido por su apoyo ya estaría enterrada, habría huido o estaría condenada. Las ama, le duele lo que les va a plantear, solo espera entendimiento, como siempre.

- La noche va a ser larga, poneros cómoda, hoy necesito un whisky. ¿Os acordáis cuando lo robe sin que nadie se diera cuenta? Robo el coñac… el buen vino… ¡vuestra hermana es una ladrona! Jejejee–. Isabel sonríe, Almudena y Nieves ponen las copas, se sientan y…

- ¡Isabel desembucha! Dinos lo que tienes planeado sin omitir nada, ¿vale?– dice Almudena con voz grave y dura.

- Eso voy a hacer. A ver no tengo que decir que mi situación en esta casa se torna cada vez más dura e insostenible. Estoy esperando cualquier reacción de padre, reacción que me puede costar muy caro–, dice Isabel. Sus hermanas asienten. –Me voy a ausentar durante unos diez días, me tenéis que cubrir y decir a padre que me he vuelto a perder en la sierra, él lo interpretará como que “le tengo miedo por lo que pasó en la cantina”. Espero que así no sospeche la verdad–, cuenta Isabel.

- ¿Dónde irás ? Si no vas a la sierra, ¿dónde irás?– pregunta con intranquilidad Nieves.

- A Cádiz, me informaré cuando sale un barco hacia América, hacia Argentina exactamente. Es el único futuro que le veo a mi relación con Cristina, abrirnos a nuevos mundos, conocer nueva gente y aparecer como hermanas. Una nueva identidad, una nueva vida. Le he estado dando muchas vueltas y es lo único que veo con posibilidades de éxito. Aquí me espera la muerte, – dice de un tirón Isabel.

La realidad ha estallado de golpe, la situación no admite muchas dudas. Isabel tiene razón, vivir bajo el yugo de El Lobo no tiene muchas alternativas, ninguna.

- Pe… pero eso significa no verte más Isabel–, dice Almudena con un nudo en la garganta.

Nieves mira cara a cara a Isabel, sabe que está sufriendo, observa como Almudena se ha dado media vuelta ocultando las lágrimas que pugnan por salir de sus bellos ojos. Ella es la más joven de las tres, la preferida de su padre, es la única capaz de frenarlo en contadas ocasiones. No sabe que decir ni que hacer. Un silencio se ha establecido en la alcoba. Las tres mujeres beben de sus respectivas copas, no les queda mucho para estar juntas.

- ¿Lo sabe Cristina?– pregunta Almudena cortando el duro silencio, tratando de reponerse de la tristeza que siente.

-No. Esta noche dormiré aquí, mañana desayunaré con vosotras y padre. Necesito saber como reacciona ante mi presencia. También necesito demostrar tranquilidad, normalidad. No quiero que padre sospeche lo más mínimo adonde voy. Tiene que estar totalmente convencido que estoy en la sierra. Es la única posibilidad que veo para que salga bien lo que tengo que hacer–, vuelve a decir con convicción Isabel. –Mañana por la noche iré a ver a Cristina, hablaré con ella y.., he dudado en decirle todo o contarle a medias, por una parte pienso que si sabe algo su vida correrá peligro. Tengo miedo hermanas.

- Por otra parte tiene todo el derecho a estar alerta y saber a lo que voy a Cádiz y porqué estaré diez días sin verla. Es por ello que se lo voy a decir. También tengo que contar con ella para saber si está dispuesta a irse conmigo–, continua Isabel.

- No dudo que se irá contigo, esa mujer te ama. No llego a entenderlo del todo pero es una gran mujer y te va a hacer feliz. Eso es lo que importa–, acierta a decir Almudena con cierta angustia.

Almudena, la hermana mayor, es la más responsable. Ha visto casi todo en ésta vida, se acostumbró pronto a la falta de la madre y a la crueldad de su padre. La Tata ha tratado de suplir a su madre, pero no lo ha conseguido, guarda demasiados secretos de La Casa Grande, tiene demasiado miedo a descubrir verdades, verdades que atañen a El Lobo, verdades que si salen a la luz pueden producir mucho sufrimiento; no, La Tata no ha podido suplir a la madre.

Ahora tiene la oportunidad de ayudar a que Isabel consiga su libertad. Es la que más tiene que temer, tanto porque siempre ha sido la más rebelde, tanto por su opción personal. El Lobo ha podido consentir relativamente todo los desmanes de Isabel, pero que “ame a un mujer”, por ahí no va a tragar. El Lobo siempre ha pensado que Isabel se casará con quien él diga y entonces se le quitaran todas las “tonterías de la cabeza”. Por ello no la ha matado todavía, El Lobo cree que la domará y la podrá utilizar en sus planes de conseguir más tierras a través del casamiento. Es un hombre cruel pero práctico, sabe de la belleza y el valor que tiene su hija mediana.

Almudena comprende todo esto, lo sabe, Isabel solo tiene un camino, huir. Le partirá el alma, pero también sabe, cuando pase el tiempo, que solo con recibir una carta de su hermana diciendo que es feliz, ella también lo será.

Como siempre está dispuesta a ayudar a Isabel, también a Nieves. Son tres hermanas unidas por la crueldad de un padre sanguinario, corroído por el poder, podrido de soberbia.

Nieves, la pequeña, tiene ansias de libertad, de vivir una vida fuera de aquella casa, pero sus planes no son huir. Ella quiere casarse con alguien que tenga poder y dinero, con capacidad de llevarla a la corte, a Madrid. Sueña con bailar en los mejores salones del reino, conocer a la nobleza más influyente, en lucir los mejores vestidos. Nieves quiere eso, lo conseguirá, hace mucho que no cree en el amor, nunca lo ha hecho pero algo ha ocurrido. El amor que se profesan Cristina y su hermana se lo han demostrado. El amor esta ahí. Ello no cambia ni un ápice sus planes. Es la mejor opción que tiene, si tiene suerte se casará con alguien que por lo menos le guste, pero no quiere andar huyendo de nada ni de nadie. Se siente hermosa y con ello puede aprender a defenderse en un mundo de poder y corrupción.

Si tiene sentimientos por alguien es por sus hermanas, no solo quiere a Isabel, la admira.

El Lobo no ha querido ir a cenar a La Casa Grande, no desea ver a su hija Isabel. Si la mira a los ojos puede que se levante y la azote hasta la muerte. No es el momento. El Lobo está intrigado. Nunca su hija se le había enfrentado tan abiertamente. No entiende todavía por dónde apareció en el momento preciso para intervenir sin ser vista.

El Lobo piensa mientras pasea por sus tierras. La noche es clara, hay buena visibilidad, montado en su caballo observa todo lo que le pertenece. Masculla un plan para averiguar todos los pasos de su hija.

Por lo pronto asustará un poco a Carmen y a Pedro. La forma será atacando a una de las muchachas, la tal Cristina es muy bella, diferente y le produce cierto morbo.

El Lobo sonríe. Sí, esa Cristina tiene algo diferente a las otras dos trabajadoras de la taberna. No notó miedo en sus ojos. ¿Otra Isabel? Vaya, otra mujer que se le enfrenta, eso le divierte.

En cuanto a su hija, hará que alguno de sus trabajadores la siga. Quiere averiguar cada uno de sus pasos, se ha vuelto demasiado resbaladiza. No puede consentir tanta libertad. A Isabel le ha llegado el momento de casarse, El Lobo tiene sus planes, quería esperar un poco más pero la acción de Isabel le ha demostrado que cada vez la muchacha le tiene menos respeto y eso le enerva, no lo va a consentir. Isabel aceptará lo que él diga, lo que él mande, lo que él decida.

El Lobo sabe que su hija para enfrentarlo tan abiertamente tiene que estar planeando algo, o le ha pasado algo muy especial. Él sabe de los buenos sentimientos de la chica, ¿Isabel se ha enamorado? Si es así, ¿de quién? Algo muy importante le ha pasado, y no puede ser nada más que el amor. El Lobo sonríe. Él es un hombre muy inteligente. Conoce a cada una de sus hijas, las ha consentido demasiado, ahora han crecido, él tiene planes para cada una de ellas.

Ellas lo harán más poderoso, piensa también en que alguna de ellas le dará un heredero, un niño que se convertirá en hombre, él lo educará personalmente. Necesita un varón en la familia para completar sus planes, es lo que le hará definitivamente poderoso y feliz.

El Lobo suspira, a la mañana siguiente planeará como “asustar” a Carmen y Pedro. Decididamente su objetivo será Cristina, quizás, quizás… piensa El Lobo, ¡no esta nada mal! ¡Le gustan esas mujeres! Quizás, quizás,…¡un poco de dinero lo arregle! El hombre mira a la luna, aprieta sus ojos, le brillan, es un hombre listo y duro, por eso es El Lobo. Se divertirá en los próximos días.

La mañana ha llegado, finalmente Isabel se quedó dormida muy tarde, preparó una saca con las cosas más necesarias para el viaje. Alguna muda y ropa cómoda. Un poco de dinero. Solo le falta comida para el camino.

Almudena y Nieves están sentadas junto con su padre, la Tata pone el desayuno. El Lobo sonríe a sus hijas, está de muy buen humor.

- Chicas, ¿habéis visto a vuestra hermana? No ha aparecido en todo el fin de semana. Espero que esté bien–, pregunta irónico, como siempre, el padre.

Isabel aparece de improviso.

-Estoy bien padre, cansada de cabalgar por esos mundos, pero ya sabes de mi gusto. Ahora estoy aquí, estoy muy bien–, dice tranquilamente Isabel.

Frente con frente, mirada con mirada, sonrisa con sonrisa. El Lobo no puede enfrentarse así a su hija, no puede ir como ella, no puede enfrentarla honradamente.

Es superior a ella. ¡Qué pena que no sea macho! Maldice al universo por ello. Tiene todo lo que un hombre debe tener solo le faltan los atributos masculinos.

No consigue odiarla del todo. Hay algo que lo paraliza, ¿su hija consigue que él se paralice? El Lobo amedrentado por su propia hija.

El hombre vuelve a sonreír, ¡menos mal que sus pensamientos no están al descubierto! ¡Maldita hija! Aprieta los puños.

- Siéntate y desayuna, debes estar exhausta, mi querida hija–, termina por decir.

- Gracias padre, tienes razón, tengo hambre. Por cierto, tengo algunos asuntos que realizar en la sierra, hay algunas trampas para lobos que tengo que terminar. No necesito tu permiso, pero me gustaría que aprobaras mi trabajo–, dice Isabel. El comentario toma por sorpresa a sus hermanas. El Lobo sonríe a su hija,

- ¡Claro! ¡Qué mejor que tú! Ningún hombre puede hacerlo mejor que mi hija Isabel. Hazlo. No tengo duda que lo harás bien, después tendré que hablar contigo–, comenta sin dar importancia el padre.

- Me adentraré en la sierra por diez días, haré mi trabajo y luego hablaré contigo padre, por supuesto, será un placer oír tus palabras–, termina hablando Isabel.

Las dos hermanas observan sin dar crédito a lo que ven, padre e hija conversando, ¡claro que con mucho doble sentido! En fin…

No hay más acontecimientos ese día. A la noche Isabel se dirige a la cantina. Es martes, entre semana la hora de terminar el trabajo se adelanta bastante, apenas son las diez y media de la noche y las chicas están en sus habitaciones. Esta noche, Cristina no espera a Isabel, está en su pequeña habitación, una cama pequeña, una mesa redonda, la chimenea y la bañera conforman el mobiliario.

La muchacha acaba de lavarse. No ha querido cenar con el resto, se ha llevado algo de fiambre, pan y vino a la habitación, necesita estar sola.

- No he cenado todavía, ¿hay algo para mí?–, alguien habla bajito desde la ventana, una sombra aparece a la luz del candil,

- ¡Maldita sea! ¡Me has asustado! ¡Diosas, Isabel! ¿Qué haces aquí? No te esperaba–, suspira Cristina.

- Lo sé, pero no puedo dejar de pensar en ti y aquí estoy. No pretendí asustarte, no tengo muchas más formas de avisar que vengo. ¿Puedo o me quedo a medio camino y mi trasero medio afuera de la ventana?–dice cómicamente Isabel.

- Entra, entra, ya, venga. ¡Isabel, eres incorregible!–. Finalmente Cristina sonríe, en realidad le gusta la forma de aparecer de su amante, ¡cuánto la ama! Ha trastocado su vida por completo. Va hacia la ventana, coge la mano libre de Isabel, tira hacia ella y la besa de forma absoluta.

No hay palabras, solo la acción del amor. Ropa fuera, manos que se entrelazan en movimientos de caricias y sensaciones, ojos que se cierran para apreciar cada uno de los roces. El placer llega una y otra vez, el fuego de dos almas se manifiesta en sus cuerpos. Las bocas de las dos muchachas se expresan en mil besos.

Poco tiempo después la cabeza de Isabel descansa sobre el abdomen de Cristina. La muchacha trata de que su respiración vuelva a la normalidad. Cristina suspira. Momento de aquietarse después de la tormenta y el placer.

- Ven, Isabel sube hacia aquí, necesito sentir todo tu cuerpo–, habla con un susurro Cristina.

La muchacha se ha dado media vuelta, la cama es estrecha, se acomoda para que Isabel pueda quedar frente a ella. Los dos cuerpos se han juntado y abrazado firmemente. Una mirada absolutamente llena de amor se posa sobre Isabel. La joven responde a esa mirada, la eclipsa, nunca ha sido tan feliz. No puede dejar de pensar que cualquier esfuerzo que realice para estar con Cristina, merecerá la pena. Está valiendo la pena. Por un momento no le importa la muerte, luego reflexiona y sí le importa; le importa porque quiere vivir, amar y sentir cada uno de los días a Cristina. Isabel rectifica inmediatamente sus pensamientos. Quiere vivir, desea amar y luchará para conseguirlo.

Las dos mujeres están sentadas cenando algo a la luz de las velas. La tranquilidad se ha instaurado por un momento en la habitación. Cristina toma un largo sorbo de vino:

- Cariño, dime, no es normal que tú un martes en la noche vengas aquí, te arriesgues a venir sin más. ¿A qué has venido? ¿Qué tienes que decirme que no puede esperar al viernes en la noche?– pregunta sin titubeos la joven.

- Tienes razón, no voy a andar simulando nada ni dando rodeos. Espera me has llamado cariño, ca-ri-ño. Me gusta, es muy lindo. Es algo íntimo. Cristina…yo, yo cada día estoy más enamorada de ti, lo pasaría muy mal si te pasara algo. Yo…

- Shhhh, no tienes nada que temer, no pasará nada. Voy a estar contigo el resto de mi vida, lo conseguiremos sea como sea, ¿entiendes Isabel? Sea como sea–, Cristina toma la mano de Isabel una vez más aquella noche, la besa y la mira profundamente a los ojos.

Isabel acaba de encontrar el momento justo para explicarle porqué está allí esa noche y sus planes.

- Bien esté es el plan, Cristina. La información que ha llegado a mi padre de mi propia boca es que me adentraré en la sierra, unos diez días. El trabajo de terminar unas trampas para los lobos, es mi excusa. Bajo ningún concepto debe saber que mi camino es otro. Voy camino a Cádiz. Cristina, allí me informaré y compraré pasajes en un barco para cruzar el océano hacia Latinoamérica. Conozco algunas familias que ya están establecidas allí. Tengo que averiguar su dirección–, habla largamente Isabel.

La muchacha para un momento, ha hablado sin mirar a Cristina a los ojos. Espera su reacción, algo de incertidumbre se establece en su cabeza.

Cristina calla, espera a que Isabel termine de hablar.

- ¿Vendrás conmigo Cristina? Yo no puedo seguir en Tierra de Lobos, mi vida aquí ha terminado, dime ¿vendrás conmigo?– pregunta nuevamente Isabel.

La joven al decir sus últimas palabras se levanta de la mesa, da la espalda a Cristina, se acerca a la ventana, necesita aire. No ha entrado en detalles con su amante, no es necesario, solo hace un falta un sí, y todo estará en marcha.

- Siento no poder ofrecerte algo mejor, Cristina yo…– Isabel no es capaz de articular más palabras.

Cristina también se ha levantado, no ha contestado inmediatamente, se acerca por detrás a Isabel, la abraza y le dice:

- ¿Acaso lo dudas? Iré contigo a donde haga falta, caminaré a tu lado, las dos juntas. Entiendes Isabel, las dos juntas–, dice de forma categórica Cristina.

Isabel da media vuelta y envuelve estrechamente a Cristina en un abrazo. Poco tiempo después un beso sella el futuro que han decido ambas jóvenes.

En Casa Grande El Lobo habla con uno de sus hombres más duros y fieles,

- ¡Carlos! Te voy a encargar un trabajo muy especial, durante unos días quiero que sigas a mi hija Isabel allí dónde vaya y me digas cada uno de los pasos que dé. ¿Has entendido? Ese es tu cometido. No la pierdas de vista. No sólo es una orden, cumple a rajatabla con lo que te digo o no vuelvas por aquí–, dice el Lobo ordenando.

- Bien patrón, como usted diga. Acabo de verla entrar en la casa, creo que anda recogiendo algo de comida, lo que lleva en su yegua es lo mismo que cuando se va para la sierra–, dice el hombre con cierto temor.

- Si, eso me ha dicho que estará ausente como diez días. Su objetivo es terminar algunas trampas para evitar que los lobos nos diezmen el ganado. ¡Carlos! No la creo, algo se trae entre manos. No tengo que darte más explicaciones, solo que la sigas y me informes. Solo eso–. El Lobo da por terminada la conversación.

- Bien patrón, así se hará. Por cierto, señor, los dos hombres que pidió le esperan esta noche en la taberna, a las nueve estarán por allí–, afirma el hombre.

- No, no Carlos, dentro de la taberna no, detrás de la iglesia, allí nos veremos y ya les diré lo que tienen que hacer. No se te olvide recalcarles donde. ¿Has entendido?–, El Lobo mira duramente al hombre.

- Entendido patrón, les diré que estén a las nueve detrás de la iglesia y que no llamen la atención–, el hombre se va diciendo estás últimas palabras. El Lobo mira de reojo a su peón, una sonrisa marca su cara.

Esta noche se va a divertir, necesita saber cosas, también dará un escarmiento a Carmen y Pedro. Los hubiera matado hace tiempo, pero sería poco inteligente, son gente respetada por todos, no necesita que desaparezcan. Solo demostrarles quien es el amo.

Isabel acaba de tomar todo lo necesario para su viaje. Finalmente ha hablado con sus hermanas de los pormenores. Tampoco ha dicho todo lo que va a hacer. Su padre está demasiado tranquilo, sabe que a su progenitor no se le escapa nada. Isabel debe asegurarse de que nadie la sigue. La muchacha se adentrará en la sierra, esperara a ver si alguien la sigue. Intuye que así va a ser. Luego rodeará la sierra y saldrá por otro lugar, un lugar que pocos o nadie conocen. Tiene que estar absolutamente convencida para girar y encaminarse hacia Cádiz.

Isabel ha pedido a sus hermanas que cuiden de Cristina, que la visiten y la protejan.

Es media tarde, Isabel monta a Aroaki y se interna en la montaña. Una silueta la sigue sin perderla de vista. Isabel sonríe, lo sabe.

Van a dar las nueve de la noche. Los hombres de El Lobo están esperando, el patrón se acerca con sigilo.

- ¡Qué! ¿A quién esperáis?– pregunta de improviso El Lobo. Los hombres no se han dado cuenta de que ha llegado.

- ¡Patrón! Lo, lo esperamos a usted, disculpe, no lo oímos llegar–, dice uno de los hombres.

- Bien, atended bien, seguid al pie de la letra mis órdenes. Quiero que más o menos a las diez de la noche sigáis a Cristina, la trabajadora de la cantina. Creo que la conocéis bien, desde que están las chicas, vais muy a menudo a la taberna. Lo sé–, comenta sin mucha trascendencia el patrón.

Los hombres asienten con temor. No saben que les va a proponer el jefe, pero no será nada fácil.

- Bien, la chica saldrá a dar un paseo tú le dirás antes que alguien quiere verla–, dice El Lobo señalando a uno de sus hombres. –Yo y José estaremos esperando en este mismo lugar. Dile a la chica que venga aquí. Lo demás corre de nuestra cuenta. ¿Está claro? Es muy sencillo lo que tienes que hacer. Sé discreto. Ahora ve a hacer el encargo–, termina de hablar El Lobo. El hombre asiente.

- José ¿has traído lo que te pedí? El paño y el cloroformo, es la forma de acallar a la muchacha y hacer lo que queremos–, pregunta el patrón.

- Sí patrón, aquí está, también la manta para envolverla. A las diez ya es de noche, este lugar es poco transitado y no habrá problemas. La choza donde la llevaremos está lista. Patrón, ¿puedo preguntarle algo?– dice con cierto nerviosismo José.

- ¡Claro! Cualquier duda es buena preguntarla porque después puede haber malos entendidos, ¿no José? Y eso no sería bueno–, concluye duramente el patrón.

- Si, patrón, así es. Mi pregunta es si le haremos daño a la chica o simplemente será un susto.

- Será solo un susto pero con la marca de El Lobo. La chica se rebelará y entonces un par de bofetadas o un par de puñetazos no vendrán mal. No te preocupes lo haré yo, quiero que sepa muy bien quien hace esto y lo que les puede ocurrir a todos los integrantes de la cantina si se pasan de listos conmigo. Se acabó la conversación, esperemos tomando un trago en el burdel–, termina El Lobo.

Cristina se siente intrigada de que alguien quiera hablar con ella. Piensa que puede ser una trampa o que Isabel quiere verla en un último momento, o… pueden ser las hermanas. Conoce al hombre que le ha avisado de la cita. Casi todas las noches pasa por allí, nunca se ha metido con ella, siempre la ha respetado. Irá.

Se acerca a Carmen y le dice que va a terminar un poco antes su trabajo, que necesita ir a un recado. Carmen está acostumbrada a los paseos de la muchacha, no sospecha nada.

Avisa también a Lola y Lucia. Éstas piensan que es una cita con Isabel.

Cristina se encamina hacia la Iglesia, la noche ya es cerrada, los pocos candiles que alumbran el lugar hace que la noche se torne algo oscura.

El Lobo y su secuaz están esperando. Se han ocultado en un saliente de la parte de atrás de la Iglesia, no darán lugar a que la chica se alerte. Cristina ha llegado, mira en todas direcciones.

José se acerca por detrás, Cristina se ha parado, la muchacha se ha quedado quieta por un momento, esperando. Unas manos y un pañuelo le han tapado la boca, Cristina se ha dado cuenta demasiado tarde. El cloroformo actúa muy rápidamente. El Lobo envuelve a la chica en la manta, José la carga, los dos hombres se introducen entre los arbustos y pronto buscan un camino poco transitado que los lleva hacia una cabaña. No está lejos, apenas media hora después dejan el cuerpo en un sucio catre. Atan las muñecas de la muchacha a la cama y esperan que se despierte, la cantidad de cloroformo aspirado por la muchacha no ha sido mucho, no tardará en abrir los ojos.

Almudena y Nieves están intranquilas, su padre no ha cenado con ellas, lleva todo el día desaparecido, no ha estado en los campos ni con el ganado, algo trama. Almudena y Nieves han pensado que deben vigilar a las chicas de la cantina, conocen a su padre, urdiría un plan para dar a Carmen y Pedro donde más le duele. Ahora “el éxito de la taberna y la fonda” viene de la mano de sus tres nuevas trabajadoras.

El Lobo lleva demasiados días callado, sin dar señales de violencia ni dureza. Ha estado sonriente, demasiado sonriente después de la “vergüenza sufrida” de manos de su propia hija. El Lobo odia la cantina y a sus dueños.

Almudena y Nieves han decidido salir esa noche, quieren vigilar los pasos de su padre. Isabel se ha ido, no esta para proteger a Cristina ni a las chicas, ellas se encargaran. Pasaran a la acción durante el tiempo que su hermana no este en el pueblo.

Dos siluetas siguen los pasos de El Lobo y su secuaz. Han visto todo lo ocurrido. Cristina ha sido secuestrada y narcotizada. Han reconocido a los culpables. Tienen que tener mucha prudencia para no ser descubiertas.

Almudena y Nieves saben donde llevan a Cristina, la vieja choza fue un lugar de juegos en la infancia.

Esperaran a ver cómo se desarrollan los acontecimientos, solo intervendrán si El Lobo hace daño a Cristina. No van a dudar en pegarle un tiro si es necesario.

En la cabaña un joven cuerpo se mueve, despierta, abre los ojos y se encuentra con dos miradas burlonas.

- ¡Vaya, señorita! Bienvenida a la vida. ¿Esta cómoda? Creo que sí. ¿Se preguntará porqué está aquí? Fácil…..

Continuará….

A 11 de marzo del 2012.

Aroaki.

ISABEL, EXTREMA Y DURA

12.

A Cristina le cuesta aclarar la mente, la cabeza le da vueltas y está en un sopor. La conversación de los hombres la traen poco a poco a la normalidad. Pronto comprende su situación, su mirada se dirige a una alta figura que la observa en silencio. La muchacha toma conciencia de quien es, el miedo aparece sin avisar.

Es El Lobo quien habla.

– No tengas miedo mujer, estás aquí para advertir a tus amos de que no jueguen conmigo, hasta ahora les he permitido hacer lo que quieran. No tienen que olvidar quien es el amo de esta tierra. Quiero que les diga que la próxima vez no seré tan benévolo.

Los dos secuaces sonríen estúpidamente. Levantan a Cristina y la sientan en una silla destartalada y vieja.

Cristina traga todas las palabras del hombre. No ha opuesto resistencia, por ahora.

–¿Estás muda? ¿Cómo te llamas? Sí creo que tú eres Cristina, lindo nombre, y tú no estás nada mal. Yo pensaba, quizás, que por algo de dinero, tendrías la amabilidad de divertirme a mí y a mis hombres. Dime, ¿cuándo dinero necesita una mujer como tú para satisfacer a tres hombres como nosotros? Nadie me tiene por tacaño así que pide por esa boca tan linda.

El Lobo ha dicho estas palabras acercándose peligrosamente a la mujer, le ha levantado la barbilla y la ha mirado con asqueroso deseo a los labios. Cristina mueve la cabeza intentando deshacerse del contacto con el hombre. Sigue sin decir nada.

–¡Vaya! Pero si esta mujer está muda. José trae las tenazas a ver si podemos abrirle la boca y ver si le falta la lengua.

El hombre carcajea sonoramente, coge la tenaza y la pone frente a los ojos de Cristina, la muchacha observa, sus ojos reflejan pánico. No sabe que le van a hacer. Piensa una forma de escapar pero no puede, la tienen bien amarrada a la silla, sus manos atadas, está totalmente indefensa. Dos lágrimas quieren salir de sus bellos ojos, no quiere llorar, eso les mostraría el triunfo a aquellos desalmados.

Otra risa estridente envuelve la vieja cabaña, ahora es El Lobo quien ríe. Le gusta dar miedo, es una de sus especialidades. Nunca ha dudado en usar la fuerza, la compra de voluntades e incluso la muerte para conseguir sus propósitos. ¡No es tan malo! Solo utiliza la muerte cuando ya todo lo demás no le ha dado el resultado apetecido. Nota su triunfo al observar la cara desencajada de la mujer, Cristina tiene miedo.

–Bien, ¿y ahora contestarás a mi propuesta? Seremos complacientes contigo, además te llevarás dinero, considera el complacernos como un trabajo, ¿acaso el buen trabajo no es bien pagado? Pues serás bien pagada–, continúa insistiendo El Lobo.

Un momento de rebeldía asoma a los ojos de Cristina, la propuesta es repugnante. Ella jamás se vendió por dinero. Su cuerpo es de otra persona, su alma también.

–¡Vete a la puta mierda! Ni yo ni mi cuerpo está en venta. Si hacéis algo en contra de mi voluntad comprobaré lo cobardes que sois–, habla con cierta seguridad Cristina.

–¡Vaya la joven habló! Tú lengua resulta exquisita. ¿No quieres dinero por un trabajo agradable? Parece que no te gusta mi propuesta–, dice el patrón con cara de pocos amigos.

Una mano cruza el aire cortándolo, la cara de Cristina recibe toda la virulencia de la bofetada, la misma mano repite la operación. Dos golpes se estrellan contra el hermoso rostro de la joven.

–¿Y ahora? ¿Estás dispuesta a complacernos? Aunque tu cara ya no parece tan agradable, tus labios se hincharán en un rato. No, ¿verdad muchachos? Ya no es tan agradable esta mujer–, habla el Lobo mirando con un desprecio absoluto a Cristina.

Cristina ha encajado las bofetadas y aguantado el dolor. Huele el sabor a sangre que comienza a salir de sus labios. No ha chillado. No ha gritado. No les dará ese placer. Su suerte está echada. Nada puede hacer.

Almudena y Nieves no están lejos pero no pueden ver nada de lo que ocurre en la choza, solo pueden oír. Están situadas en la parte de atrás de la vieja cabaña, no es grande, mil rendijas pueblan sus paredes. Al oír lo acontecido Nieves entra en cólera, agarra su escopeta con determinación. Almudena la para.

–¡Espera Nieves, no te precipites! Solo han sido dos bofetadas y unos cuantos insultos. Padre solo quiere asustar, no la hará mucho más daño. Esperemos–, habla con prudencia Almudena.

–¡Maldito hijo de puta! No, entiendo hermana, no lo entiendo, ¿cómo puede ser nuestro padre? Es un cobarde–, contesta Nieves tragándose sus palabras. Almudena tiene razón, pero su progenitor tiene que recibir un escarmiento, no puede tratar así a las personas, no puede mantener a toda aquella población con el miedo acechando en cada esquina.

En el interior de la desvencijada choza, la situación para Cristina no parece mejorar. El Lobo ha mandado callar a sus hombres que han propinado una sarta de insultos a la joven, no tienen otra forma de imponerse, solo mediante el insulto y el miedo. El Lobo pasea hacia un lado y hacia el otro, a veces, rodea a la muchacha. Cristina ha cerrado los ojos esperando más golpes.

–¡Desátenla!– grita el amo.

–¡Pero patrón! Un par de golpes y un par de insultos. ¿Eso es todo?– José se atreve a hablar. Ha sido su fallo. El puño de El Lobo sale disparado hacia el mentón del esbirro. Toda la rabia acumulada se expresa en ese golpe.

–No aprendes, José, no aprendes. No te tengo que dar ni una sola explicación de mis actos. ¡Ahora desátala!– ordena una vez más.

José se levanta como puede y acata la orden. En unos instantes Cristina está libre de ataduras.

–¡Ponte de pie, mujer!– El Lobo ha dicho estas palabras aproximándose mucho a la muchacha.

Cristina no lo duda y lo encara. Lo mira con total desprecio. Cristina ya no tiene miedo, no le dan miedo los cobardes, el padre de su novia es uno de ellos. Las dos caras están muy próximas, Cristina percibe el aliento del hombre.

–Espero que sepas decir a tus jefes que por esta vez, pasa, no habrá una próxima advertencia. Si no atienden mis demandas pronto tendrán las consecuencias que ellos mismos se han buscado. Y tú no olvides la suerte que has tenido, vuelve a decir no a mis demandas y serás mujer algo más que muerta. ¿Lo has entendido?– remarca El Lobo sus palabras hablando muy bajito. –¡Vámonos muchachos! Es hora de continuar la diversión.

El Lobo se ha apartado un poco de la joven pero vuelve sobre sus pasos y con extremada virulencia sacude con su puño el estómago de Cristina. Ésta se encoge sobre si misma, le falta la respiración, cae al suelo, ahora sí, las lagrimas salen a borbotones de sus ojos, el dolor y la humillación la hace sucumbir al llanto. Mientras los dos esbirros y el patrón salen rápidamente del lugar.

Momentos después cuando los hombres se han alejado de la choza, Almudena y Nieves corren a socorrer y consolar a Cristina.

–¡Dioses! ¡Cristina! ¿Qué te han hecho? ¡Hijo de la gran puta! ¿Cómo es posible ser tan despreciable?– dice Almudena agachándose para ver el estado de la muchacha.

Las dos hermanas levantan a Cristina que casi está desmayada, el último golpe ha sido devastador.

Poco tiempo después, con Cristina un poco recuperada, las muchachas se encaminan hacia el pueblo. El silencio marca el tiempo. Hay momentos en que las palabras sobran. Almudena y Nieves llevan agarrada de la cintura a Cristina.

Es muy tarde. La taberna está cerrada. Nadie ha sospechado nada. Almudena golpea la puerta de atrás de la cantina. La dueña abre un momento después, alarmada por la hora y los golpes.

–¡Dios mío! Cristina ¿qué te ha pasado?– Dice Carmen con una mirada de honda preocupación. –¿Ha sido el Lobo? ¡Maldito! Lo siento no puedo decir otra cosa–. Carmen ha dirigido sus ojos hacia las dos acompañantes. Nieves y Almudena bajan la cara, sienten vergüenza ajena.

Una vez dentro de la estancia, Carmen se afana por limpiar y curar las heridas de Cristina. La joven aún no ha articulado palabra. No hay mucho que hablar, el silencio expresa toda la angustia que sienten.

En la sierra, Isabel juega al despiste con su perseguidor, pronto conseguirá perderlo. Ha dado un rodeo lo suficientemente grande para que el hombre no sepa por donde seguir.

Le ha bastado un par de horas para escabullirse de su perseguidor. Sabe que el hombre dormirá no muy lejos de allí y que esperará un par de días para volver a La Casa Grande. No puede regresar antes pues se expondría a una ira tan fuerte del patrón que le podría costar la vida.

Isabel ha continuado camino toda la noche. Finalmente, al amanecer toma la senda que la conducirá a Cádiz, debe asegurar el día de salida del barco, el precio y preparar todo. Conoce a gente de la ciudad, quiere saber con seguridad la dirección, en Argentina, de las personas que la pueden ayudar allí. Los primeros tiempos serán duros, piensa la muchacha. Continúa su marcha hasta bien entrada la tarde, está cansada pero sus ganas de llegar lo antes posible y regresar para estar con Cristina la hacen sacar fuerzas de donde no hay. Está nerviosa, Isabel intuye que ha pasado o pasará algo, su padre ha estado demasiado tranquilo esos días, se vuelve a repetir, demasiado tranquilo…

La noche ha llegado. Lleva a caballo casi veinticuatro horas, Aroaki está exhausta, ella también. Se hace a un lado del camino y busca un lugar seguro para pasar la noche. La noche de mediados de septiembre aún luce espléndida. Suelta a la yegua. La muchacha dispone una espartana ración de comida y vino. No quiere hacer fuego, por ahora, toda prudencia es poca.

Isabel reposa dentro de su saca, aún no concilia el sueño, muchos pensamientos, demasiada acción en las últimas semanas. Piensa en Cristina, en la primera mirada picarona recibida de la muchacha. La sonrisa casi mágica que la tiene embobada, los ojos que la abrazan descaradamente….Isabel se excita, ¡nunca fue tan feliz! ¡Nunca sintió tanto! ¡Nunca amó así!

El deseo puebla todo su cuerpo, todo su pensamiento es una imagen, la imagen de una hermosa mujer, Cristina. El cuerpo de Isabel responde, sus manos tratan de apaciguar lujuriosos deseos.

La mañana ha llegado. Es muy temprano, apenas la luz del día empieza a vislumbrarse, Isabel ya está montada en su yegua. Aún le quedan 300 kilómetros por recorrer, largas jornadas a caballo. Tres días, ni uno más para llegar a su destino, averiguar y volver. La muchacha está inquieta, la angustia se ha apoderado de ella.

Nieves y Almudena han vuelto a La Casa Grande, su padre aún no ha regresado, habrá dormido, como muchas noches, en el burdel. Las muchachas aprovechan para pasar lo más desapercibidas posible. La Tata no debe darse cuenta de lo que ocurre. Casi está amaneciendo y están agotadas. No se fueron de la cantina hasta no dejar a Cristina lo mejor posible. Volverán al atardecer siguiente. Tienen que trazar un plan. No hay mucho tiempo. En no más de una semana Isabel volverá con la suficiente información para desaparecer de esa Tierra de Lobos junto con Cristina.

Almudena y Nieves pueden sobrevivir en la casa de su padre, saben manejarlo muy bien pero “el problema Isabel” eso es otra cosa. El Lobo solo hará daño si encuentra una rendija donde meter el cuchillo. La debilidad de Isabel es Cristina. El progenitor de las muchachas no debe enterarse. En los próximos días tendrán un solo objetivo: armar la maleta de Isabel, reunir el máximo de dinero y pensar en retener a El Lobo mientras Cristina e Isabel se van camino de Cádiz. Necesitan el tiempo suficiente para que las muchachas embarquen poniendo rumbo a su nueva vida.

Otro problema añadido es la vuelta de Isabel, no debe ver herida a Cristina o su reacción será imprevisible. Las dos hermanas juntas son poderosas, nadie las protegió nunca, solo ellas, las tres forman un tándem completo, casi infranqueable.

Lucia está enfurecida, no entiende nada. Su amiga está herida, humillada, ultrajada y jodida por el padre de su novia. Quiere comprender y no puede ¿como alguien puede albergar tanto odio? Sus dos amigas le enseñaron lo poco que sabe de la amistad y del amor. Su corazón está sufriendo por dos razones. Lucia se ha enamorado, el trabajo está muy bien, quiere quedarse en esa tierra, pero la nueva situación que se plantea echa por tierra todos sus planes. La otra razón es Cristina, ¡la quiere tanto! ¡Han pasado tantas historias juntas! Ahora que han encontrado algo de razón a la existencia de las tres, llega un malparido y lo arruina todo. El Lobo no se saldrá con la suya. Sabe que Cristina debe irse, pero también sabe que aunque Isabel y Cristina se vayan lejos, el problema de El Lobo no terminará. Lo sabe. Quizás se haga vieja luchando contra tal alimaña pero el amo de esa tierra no se saldrá con la suya.

Lola está muy nerviosa, llevan muy poco tiempo en el pueblo, la cantina ha significado mucho para ellas, es un hogar y un sitio cálido lleno de buena gente. Carmen y Pedro las han adoptado como parte de su familia. Ha hablado con ellos, les han dicho que lo que le ha sucedido a Cristina es como advertencia hacia ellos. Están destrozados.

Para Lola no es la primera, ni será la última, vez que se enfrenta a situaciones difíciles. En otras ocasiones salió adelante y no valía demasiado la pena. Ahora tiene una gran razón para luchar y apoyar a Carmen y Pedro. La palabra hogar, comprensión, apoyo, tienen un significado muy poderoso. Lucia y ella tuvieron una larga conversación con una sola conclusión, lucharán hasta el final.

Lola está dispuesta a seguir adelante, solo hay algo que le parte el corazón, tiene que dejar ir a Cristina, la echará mucho de menos. Se consuela sabiendo que Cristina será feliz con Isabel, no tienen ni la menor duda.

Carmen, Pedro, Lucia, Lola, Almudena, Nieves, se afanan por juntar el máximo de dinero para dárselo a Cristina e Isabel.

Lola le ha preparado a Cristina ropa cómoda para el tremendo viaje que hará su amiga. No es mucha carga. Algo práctico y liviano.

Llevan casi una semana preparando la partida. Vigilan muy de cerca los movimientos de El Lobo. No hay movimientos.

Carmen y Pedro tratan de ser algo más afables con los secuaces de su enemigo, tratan de mandarle un mensaje de tranquilidad y buenas maneras. El Lobo es muy receptivo, pensará que el mensaje dado por él a Cristina les ha llegado a los dueños de la cantina. Es una forma de engañar a El Lobo.

Isabel ha llegado a Cádiz. Se ha vestido totalmente como un hombre, trata de disimular su feminidad todo lo posible. Ha contactado rápidamente con un capitán de barco mercante que partirá en un par de semanas hacia el nuevo mundo. No hay lugar para pasajeros en el barco excepto para algunas personas que pagan muy bien su pasaje. Isabel no duda, tienen que tener el máximo de intimidad y protección. Sabe que los camarotes de las personas que viajan en un barco de este calibre están muy apartados de la zona de la tripulación. Muchas personalidades de buen parecer han escapado hacia América en ese tipo de embarcaciones.

La muchacha le ha dado al capitán un adelanto substancioso, el hombre mira con cierta curiosidad al “joven” que pretende comprar un pasaje. Piensa que es un muchacho que va a escapar con su joven esposa o amante. Sonríe. El dinero es contante y sonante, si ayuda además a que una pareja tan joven sea feliz… mejor. El capitán acepta y asiente. Será un placer tener en su mesa a esa pareja y a algunas más. No será ni la primera ni la última vez que ayuda a escapar a alguien de una sociedad poco proclive a admitir ciertos hechos diferentes a los estándares de la época. ¡Claro que, el capitán no sospecha que sean dos mujeres! Ni tiene que sospechar, piensa Isabel. La muchacha sonríe mientras toma el camino de regreso a Tierra de Lobos. Ha conseguido también encontrar a unos amigos que le corroboraron la dirección de contacto en tierras argentinas.

¡Un solo día!, todo le ha llevado un solo día, tres días más y estará en brazos de Cristina. Isabel suspira, ¡la ama, la ama! ¡la desea, la desea! Necesita mirar a sus ojos tanto como respirar cada segundo para vivir.

El Lobo llevaba más de cuatro días sin aparecer por La Casa Grande. Se había marchado a Badajoz. Necesitaba estar lejos y pensar, los últimos acontecimientos en el pueblo lo habían puesto demasiado tenso. La rabia que lo llenaba entero no era buena, mejor tomar cierta distancia, relajarse y actuar después.

Seguía sin saber nada de su hija Isabel, el hombre a quien había mandado para que la siguiera no había dado señales de vida, puede que todavía la siguiera o que hubiera sido despistado y no se atreviese a volver sin ninguna información. Y algo así había sucedido: el hombre, luego de perderla de vista, estuvo buscándola por dos días, finalmente, muerto de miedo, volvió a La Casa Grande sin que nadie le viera, cogió sus pertenencias y se marchó muy lejos. El patrón no hubiera dudado en matarlo.

Cristina lleva sin trabajar desde el ataque sufrido, Lola y Lucia se turnan para acompañarla. La muchacha ha comprendido que solo yéndose con Isabel tienen un futuro juntas. Su pequeña saca está preparada para la partida, ropa ligera y cómoda para surcar el mar y llegar a destino: la Patagonia Argentina. Todo un reto en su vida, pero tiene toda la fuerza de su corazón.

¡Dios la Patagonia! Piensa Cristina, un territorio que no está ni habitado, del que apenas se sabe nada, existe pero nadie lo ha explorado. Una aventura que recorrerá con Isabel, hablará con ella no sea que ese territorio solo sea una invención de mentes portentosas.

–¿Lucia, crees que con un par de vestidos sencillos será suficiente para tanto tiempo en el barco? ¿Es decir un vestido puesto y dos de repuesto?–, pregunta Cristina.

–No te queda otra amiga, no creo que Isabel consiga un camarote para ustedes solas, irán en literas, imagino. Mucho equipaje puede llamar el robo. Yo esperaría a terminar la saca hasta que Isabel traiga la información–, contesta Lucia. –Por cierto ¿has terminado la faldiquera? es muy importante para guardar el dinero y alguna documentación extra –continua diciendo la muchacha.

–¡Claro! Es una de las cosas más importante. ¿Me vais a dar todos vuestros ahorros? Yo…– a Cristina se le ponen los ojos llorosos al recordar las palabras de Lola: “Nuestra intención siempre ha sido apoyarnos, eso nos ha salvado la vida en muchas, muchas ocasiones. La forma que tenemos de apoyarte ahora es con el dinero. ¡Ojala pudiéramos darte más! pero es una buena cantidad para montar un pequeño negocio allá dónde vayáis. No admito ni lloros ni agradecimientos. Quizás nosotras tengamos que seguirte sin tardar mucho y, entonces, Cristina ¿nos darías casa y comida hasta encontrar trabajo? Apuesto a que sí, entonces tómalo como una inversión y para que no te olvides de nosotras, podemos aparecer en cualquier momento, jajjaja.” Cristina recuerda las palabras de su amiga, sonríe, ha tenido mucha suerte dentro de la maldita vida que ha vivido desde pequeña. No recuerda a sus padres, ni a quien la amamantó, solo recuerda golpes y vejaciones. Ahora tiene amigas, una novia a la que ama con delirio, unas cuñadas que la cuidan, un poco de dinero para comenzar…..Vuelve a sonreír y sigue preparando su marcha.

Carmen está pensativa, El Lobo atacará de nuevo y esta vez no tendrán tanta suerte, no quiere hablar con su marido, sería tensar aún más la situación. Sospecha que sus tres chicas están tramando algo, ¿se irán? ¡Dios! Espera que no. En las últimas semanas ha sido muy feliz, no solo el negocio va mucho mejor sino que ha encontrado tres amigas, su calidad de vida ha subido muchos enteros desde que las muchachas están.

Piensa en la valentía de Isabel, parece tener muy buena amistad con Cristina. Aunque las muchachas no se han dado cuenta ella ha observado las miradas que se profesan cuando están cerca. Carmen es una mujer de mundo, en su juventud estuvo en ambientes de la alta alcurnia. Cuando conoció a Pedro su vida cambió, el amor de verdad le hizo ver la mentira que era la vida que llevaba hasta entonces. Carmen sabe. Carmen observa. Los ojos de las dos muchachas no mienten, ahí hay mucho más que amistad. Sabe que Isabel ha desaparecido y aún no ha regresado. Carmen hilvana ideas, está segura que si Isabel se hubiera enterado de lo que le ha ocurrido a Cristina ya habría dado señales de vida. La mujer también se pregunta porqué Nieves y Almudena trajeron a Cristina, ¿cómo sabían lo que le estaba pasando? Irá a ver a las hermanas, pueden confiar en ella. Carmen sabe, Carmen observa.

Isabel está muy cerca de La Casa Grande ha dado un último rodeo para aparentar que viene de la sierra. Llega y deja a Aroaki en la cuadra. Se tiene que ir despidiendo de ella, la dejará salvaje y libre como cuando la encontró muy pequeña y herida. Desde entonces no se han separado, sus últimos días juntas llegan a su fin, la llevará de nuevo hacia tierras gaditanas, la soltará en la amplia sierra andaluza. Aroaki no tardará en liderar una manada de caballos salvajes, lo sabe. ¡Ojala pudiera llevarla con ella, pero sabe que eso es imposible. Entra en la casa. Está muy sucia. La Tata parece estar esperándola.

–Hola Isabel te vi llegar, ¿cómo fue tu estancia en la sierra? Has venido antes de lo previsto. ¿Ocurrió algo?– pregunta La Tata.

–No, no ha ocurrido nada. Está todo bien: las trampas vacías y no he divisado ningún lobo. Nada fuera de lo normal, los animales de la hacienda están seguros.

–¡Claro, no lo dudes Isabel! ¡Teniendo a una protectora como tú no creo que ni un lobo se vuelva a acercar aquí!–, La Tata está de buen humor, no es consciente de todo lo que acontece a sus espaldas, es su forma de vivir dar: la espalda a toda la verdad. –Ve a lavarte, estas sucia y andrajosa–, dice de buen talante.

–¿Mis hermanas, están en la casa?– pregunta la joven.

–Están en el mercado, vendrán en un par de horas. Te dará tiempo a asearte y comer algo, pareces hambrienta–, dice la mujer. Isabel sonríe.

–Sí, así es Tata, no he comido mucho en la sierra. Sabes que como tú cocinas no hay nadie en todo el valle–, responde.

Isabel sin más dilación coge de nuevo su petate y va camino de su habitación, poco después La Tata llega con una criada y preparan la tina.

Isabel está limpia y come despacio en la cocina. Está sola y piensa. En Cádiz le dio tiempo a comprar ropa y lo necesario para la travesía. Ropa masculina para ella, ropa femenina para Cristina. Llevará bigote en su nueva personalidad cara al público. Se cortará el pelo. No quiere dejar nada a la improvisación. Sus nuevas pertenencias están a bien recaudo en casa de sus amigos de Cádiz. Un matrimonio amigo suyo también zarpará el mismo día, a la misma hora, Isabel los conoció en difíciles situaciones, son de las muchas familias que tuvieron que emigrar de Tierra de Lobos por culpa de su padre. Isabel desde que fue consciente de la maldad de su progenitor ha tratado de ayudar lo más posible a sus víctimas. Ángel y Antonia son dos buenos amigos suyos, están casados, en su tiempo tuvieron que huir con su familia hacia tierras andaluzas, Isabel ayudó durante todo el proceso y también después. Son muy amigos, Isabel les ha contado toda la verdad, la ayudaran, siempre es bueno tener a tus amigos al lado en una situación tan delicada y diferente como la que vivirán en menos de quince días. Lo único que no les ha dicho es que Cristina y ella son pareja. Ángel y Antonia han comprendido que si viajaran dos mujeres solas llamarían demasiado la atención, era buena idea que una haga de mujer y otra de hombre, así no levantarían sospechas. También tendrán lista la documentación de la nueva personalidad de ambas. En el barco no hay problema de identidad ya que muchos ni la llevan, prima el pago del pasaje sobre cualquier otra circunstancia. A la llegada a Argentina tampoco habrá problema pero una vez establecidas allí sí deben contar con una forma de documentación que les permita vivir sin ser molestadas. Isabel solo sabe de una forma para que las dejen vivir en paz. Cristina y ella harán de hermanas. Una será viuda de….

Muchos pensamientos embargan la cabeza de Isabel, debe tranquilizarse.

Almudena y Nieves han aprovechado la ausencia de su padre para acercarse a la cantina y estar con Cristina ultimando algunas cosas. Saben que su hermana llegará en un par de días y no debe sospechar que su padre le haya hecho algo a Cristina porque estallaría en cólera y no sabrían como apaciguarla.

Cristina casi está recuperada de los golpes recibidos pero aún tiene la comisura de los labios dañada. Comprende que no debe decir nada a Isabel. Ya verá que le responde. Por ahora lo único que desea es que todo pase y estén embarcadas camino de su nuevo destino.

Isabel está con Aroaki cuando oye llegar a sus hermanas. Sale a su encuentro.

–¡Hermanas, ya es hora, creo que os gusta demasiado el mercado!– grita Isabel.

Las dos muchachas giran a la vez sus cabezas sorprendidas y un poco alarmadas por la llegada tan rápida de Isabel.

–¡Ya estás aquí, ha ocurrido algo!– Almudena baja rápidamente del carruaje y camina deprisa hacia su hermana. Las dos muchachas se abrazan.

–No, nada, tranquila no ha pasado nada solo que terminé pronto de las gestiones que he hecho–, aclara Isabel.

Nieves también se aproxima y envuelve con un cálido abrazo a su hermana. Las tres mujeres entran en la casa y van directamente a la cocina, se aseguran que La Tata no esté por allí. La mujer está adecuando una de las casas de labranza que albergará a las cuadrillas de hombres que vendrán para la vendimia del vino en pocos días. Se ha llevado a todas las sirvientas disponibles. Las tres mujeres están solas.

–Voy a hacer café y nos cuentas–. Nieves pone el puchero de agua en la lumbre y coge el tarro dónde está guardado el café.

–Venga hermana suelta por tu boca todo lo acontecidos estos días.

Las tres mujeres están sentadas en la amplia mesa de la cocina tomando café y unas pastas hechas por La Tata en la mañana, la verdad es que La Tata hace unos postres riquísimos. Isabel cuenta todos los acontecimientos desde la salida de la casa y como tuvo que despistar al hombre que mandó su padre para vigilar sus pasos.

–¡Claro es lo que decía padre que no había venido uno de sus hombres!– comenta Nieves.

–¿No ha llegado ese tipo, no se como se llama? Jajajaja, entonces ya no vendrá, teme lo que le puede hacer padre. Hace bien en no venir. No consiguió su objetivo de vigilarme–, concluye la joven.

Isabel termina de contar todo y dice que en doce días deben estar en Cádiz para embarcar rumbo a su nuevo destino.

–Te nos vas hermana, no volverás, lo sé, ese es tu destino pero estoy contenta porque de otra manera aquí solo te espera el encierro, casarte con quien diga padre o la muerte–. Almudena suspira diciendo estas últimas palabras.

–Lo mejor que te llevas es a una mujer valiente, que te ama sobre todas las cosas y que te hará feliz, hemos conocido un poco más a Cristina y no me extraña que te haya encandilado. Es una gran mujer. Será la mujer de mi hermana, jajajjaja, todavía tengo que hacerme a la idea– concluye Nieves.

Las muchachas ultiman su plan y también piensan en la forma de seguir en contacto sin levantar las sospechas de su de su padre.

La tarde ha llegado sin avisar. Hay muchas cosas que hacer, pero Isabel solo tiene un pensamiento, desea ver a Cristina de inmediato, no la importa que esté trabajando a esa hora, tomará un vino con ella y una tapita, espera poder saludarla y que pase el tiempo rápidamente para que llegue la noche. Sabe que su padre no está en el pueblo, que La Tata tiene mucho que hacer y que la tranquilidad se ha instaurado en la casa y en el pueblo por unos días. La preparación de la vendimia ocupa a la mayor parte de los hombres y mujeres del pueblo, todos trabajarán para la hacienda de El Lobo. Los sueldos serán, como siempre, bajos, pero familias enteras participaran en el evento y, al trabajar todos, ahorran un dinero que les ayudará a pasar el duro invierno de la tierra extremeña. El patrón suele estar en esa época contento, tiene a todo el pueblo a su merced y se siente pletórico de poder. Sus viñas dan uno de los mejores vinos de la comarca aunque la tierra extremeña no es famosa por sus vinos, pero a nivel local sale un vino de uva de pitarra riquísimo, diferente, acorde para comer los quesos y las carnes del lugar.

Isabel ha llegado a la cantina, está nerviosa, una risa bobalicona se le ha instalado en su rostro desde que salió de la casa. Parece una adolescente enamoradiza, la verdad que es la primera vez que se enamora y no sabe como actuar en muchas ocasiones, pero no la importa. Entra en la cantina, aún no hay mucha gente por allí, es media tarde y solo un par de parroquianos toman café y juegan a las cartas.

Lola está dentro de la barra y ve como se aproxima su amiga. Sale a su encuentro entre alarmada y contenta. Alarmada porque sabe que Isabel le preguntará donde está Cristina y espera que no sospeche mucho lo acontecido. Contenta porque ve el rostro de Isabel relajado, y con una sonrisa medio tonta, eso significa que todo está en marcha. Las dos mujeres se abrazan. Lola vuelve hacia dentro de la barra.

–¿Qué quieres tomar? Acabo de hacer unas tapitas riquísimas de morcilla, pan y tomate, ¿gustas?– sugiere Lola.

–¡Claro, con la buena pinta que tienen, ponme un par de tapas y un buen vino!– echaré

de menos estas cosas, piensa para sí Isabel.

–¡Te noto contenta! Todo bien, ¿verdad?– pregunta Lola en voz baja.

–Sí, así es todo bien, Lola, todo va hacia delante. Está todo preparado, solo falta que el barco zarpe con nosotras dentro. Luego te contaré. Ahora dime, ¿está Cristina por algún lugar? Necesito verla–, dice Isabel con un tono seductor.

–Ahh, sí, claro, Cristina, pues sí anda por arriba, pero espera voy a avisarle para que se adecente un poco, me tiene redicho que si apareces que le avise para asearse, seguro que tu vienes limpita y bien perfumada–, comenta sonriendo Lola. Tú bebe ese vino y come que estás un poco escuálida, mucho camino y pocas viandas, ¿verdad?

Lola sube las escaleras de la trastienda y corre a la habitación de Cristina, ¡está endemoniada Isabel! No la esperaban hasta dentro de tres días. Hubiera dado tiempo a que Cristina se curara del todo pero, en fin… habrá que disimular. Lola avisa a Cristina que se desconcierta y un deje de preocupación aparece en su semblante aún un poco demacrado por los últimos acontecimientos.

–¡Vale, vale! Entretenla por lo menos tres cuartos de hora, he de bañarme, cubrir con maquillaje este rostro tan pálido y ¡dios como voy a explicar lo del labio! ¡Ya se me ocurrirá algo! Ve con Isabel, por favor, Lola, no tiene que sospechar nada. Bien, bien Cristina, todo va a salir bien–, se dice a sí misma la muchacha.

Lola vuelve lo más rápidamente que puede con Isabel. La muchacha ha dado buena cuenta del vino y de las tapas.

–¡Vaya parece que te ha gustado mi invento!– comenta Lola.

–Pues sí, están riquísimas estas tapas. Dime, ¿puedo subir a ver a mi nena? ¿O está poniéndose bella para su novia?– pregunta muy bajito y un poco presurosa Isabel.

–Pues lo siento jovencita, su dama está arreglándose ante su imprevista visita, anda un poco andrajosa y mal oliente así que tendrá que tener un poco de paciencia para verla–, comenta.

–¡Vale, vale! De acuerdo, y Lola ¿me harás compañía sentada en una mesa mientras espero a tan exquisito dulce?– dice con cierta sorna Isabel.

–¡Eres incorregible! ¿De donde sacas tanta palabrería? Pues sí, te acompaño, déjame preparar un plato de buen ibérico (jamón ibérico llamado así al jamón curado de cerdo negro criado al aire libre en los campos extremeños, son de patas largas muy similares a los jabalís, su alimentación totalmente natural y salvaje hace que el paladar del jamón curado sean imposible de imitar en ninguna parte del mundo).

Isabel se va hacia una mesa al otro extremo de donde están sentados los parroquianos. Lola lleva el ibérico, una buena jarra de vino y pan. Tratará de entretener lo máximo posible a Isabel. Una animada conversación hace que el tiempo pase muy deprisa.

Casi una hora después Cristina baja las escaleras y observa a Isabel. Ésta aún no se ha dado cuenta que Cristina está muy cerca. Cristina suspira profundamente, ¡cuánto desea abrazarla! La muchacha ha bajado a la cantina para que pase un poco más de tiempo, necesita recomponerse un poco más. Si está en la cantina, Isabel no la devorará todavía. Cristina se acerca a la mesa sigilosamente. Isabel está sentada dando la espalda a la barra, nota unos pasos que se acercan, su corazón se detiene para luego volver a latir mucho más deprisa. Sabe quien se acerca pero no quiere darse la vuelta. Cristina dice

–¡Hola chicas! Isabel ¿cómo tú por aquí?–. La muchacha intenta ser lo más natural posible, no quiere que nadie sospeche nada, al fin y al cabo hay dos parroquianos por allí, que por cierto ¡le vienen muy bien en esos momentos!

–Hola, Cristina–. Isabel hace un movimiento para levantarse pero Lola la frena,

–No, Isabel no te levantes, Cristina siéntate, voy a por algo de comida y bebida para ti. Charlan tranquilas yo tengo que hacer cosas–, interviene rápidamente Lola.

Cristina se sienta frente a Isabel, la mira con ansia, sus ojos expresan lo que su boca tiene que callar.

–Hola, Isabel, ¿qué tal tu viaje, todo bien?–, Cristina hace un esfuerzo por tranquilizarse y no abalanzarse sobre su novia. ¡Maldita sociedad! Por un momento le gustaría avanzar mil años hacia adelante, quizás toda la percepción del amor de dos mujeres sea diferente a la actual.

–Hola, mi amor, sí todo bien, te noto un poco nerviosa. No te preocupes hablaré despacio y lo más bajo posible, ¿vale? Dime, ¿Por qué no me has hecho subir a la habitación?, estaríamos más cómodas y podría hacer lo que deseo: abrazarte y besarte hasta hacerte caer casi desmayada en mis brazos–. A Isabel le han salido las palabras a borbotones, de una sola vez. Sonríe.

Pues estaba haciendo cosas, sucia, necesitaba adecentarme, siempre me mal oliente. Tampoco quiero que nadie se pregunte porque tienes tanta libertad de subir a los aposentos privados de la cantina, hay dos parroquianos que se podrían ir de la lengua y no nos conviene, además es muy temprano para que subas por la ventana y yo todavía tengo cosas que hacer, ¡y no me digas esas cosas porque no respondo de mí!– acierta decir Cristina.

Cristina sonríe. Con su bota, Isabel, debajo de la mesa acaricia la pierna de Cristina, le encanta provocarla, sabe de la pasión que genera en ella.

–¡Puedes parar de hacer esas cosas!– refunfuña Cristina desbordada por la pasión de su novia.

–De acuerdo pero esta noche no te libras de mí, te lo prometo. Ahora escúchame, tengo muchas cosas que contarte. Mis hermanas me han informado que aquí está todo preparado. Quizás tengas que variar algunas cosas en tu cabeza, te cuento…

Isabel cuenta con pelos y detalles todo lo vivido en los últimos días. Cristina se sorprende del buen plan que tienen en mente, se harán pasar por marido y mujer en el barco. Luego serán dos buenas hermanas, una de ellas viuda, compartiendo vida y casa en la Patagonia Argentina. Cristina tiene muy abierto los ojos y la mente, recibe toda la información y la digiere rápidamente. Isabel no debe enterarse de lo que le ha hecho su padre o montará en cólera y puede que el plan se vaya al traste.

La tenue luz que entra por los ventanales de la cantina hace que el rostro de Cristina no esté muy visible a los ojos de Isabel. Eso le ayudará a no tener que dar explicaciones hasta la noche. En un par de horas la noche caerá, Cristina estará hasta entonces con Isabel. Las dos mujeres hablan y atan cabos, en una semana partirán hacia Cádiz.

Como es tiempo de la vendimia, El Lobo estará en los campos, es la única época del año que comparte comida y catre con sus hombres. El Lobo no se suele acercar a la casa casi por una semana. Es una buena oportunidad para que no pregunte donde está Isabel.

Lola habla con Carmen que ha hecho acto de presencia en la cantina, las dos observan a la pareja de mujeres sentada en un discreto rincón del lugar.

–¿Hacen buena pareja verdad Lola?– pregunta a bocajarro Carmen.

–¿Pa, pareja dices? Sí se han hecho muy buenas amigas–, acierta a responder Lola que se ha puesto roja.

–No, no Lola, pa-re-ja. Las dos chicas son pareja, se aman, se quieren, se desean, ¿entiendes? Lo sé todo. No te preocupes estoy muy feliz de que se hayan encontrado. Confía en mí. Y, si vas a preguntar si Pedro sospecha algo… no, nada. Así que tranquila y me tienes que contar todo, con pelos y señales de lo que traman esas dos. Aunque imagino….–, dijo Carmen con gran desparpajo.

–To, todo, ¿sabes todo? ¿Que quieres decir?–, pregunta con azoro Lola.

–Quiero decir que desde que El Lobo atacó a Cristina y me insististeis tanto para que Isabel no se enterase… solo he tenido que atar cabos y comprobar lo que mi instinto me decía. Escucha, esa vez que El Lobo molestaba a Cristina, aquí en la cantina, Isabel salió de la nada para defenderla; yo creo que entró por la ventana porque es muy difícil abrir la puerta de atrás, la que da al callejón, desde afuera. Entró por la ventana y observaba, solo cuando El Lobo y sus secuaces acosaron a Cristina actuó con absoluta determinación. Solo tuve que atar cabos, jajajaja, ¡pero mujer, no pongas esa cara, tranquila! Quiero a esas dos muchachas, Ahora desembucha, cuéntame todo lo que hay. Creo que es mucho, ¡venga, Lola, suelta tu boca!– argumenta Carmen.

Lola se quedó muda por un instante, cuando toma conciencia de la situación se da cuenta que no hay marcha atrás, comienza a contar.

–Creo que como me sigas mirando así no respondo de mí, Isabel, ¿no te puedes aguantar una horita? Ehh, luego seré toda para ti, ¿vale? Te prometo una noche de acción. Ahora ¡deja de mirarme así!– Cristina trata de disimular el calor que le sube por todo el cuerpo ante las insinuaciones pecaminosas de Isabel.

–No quiero, deseo tenerte lo más caliente posible, ¡te deseo, te amo, te quiero, me tienes loca mujer! ¿Qué es lo que no entiendes? Te voy a tener a mi merced más de un mes en un barco y voy a poder pasear contigo del brazo por cubierta, ¿entiendes lo que eso significa? ¡Voy a presumir de ti! ¡De mi amor, de mi esposa! Y todo un mes en un camarote, así de pequeñito (Isabel escenifica con sus dos manos lo pequeño que es el camarote) –. Finalmente Isabel sonríe, casi se le escapa una carcajada al observar las muecas que se dibujan en la cara de su amante.

–Ahora ve a saludar a Carmen, entretente con Lola, yo tengo que terminar cosas arriba. “Cambiar las sábanas y toallas, arreglar la mesa y adecentar algo la habitación y ventilarla, no quiero que Isabel huela el sufrimiento y el miedo que he tenido los últimos días entre esas cuatro paredes esperando quizás la vuelta de El Lobo”, apuntaba mentalmente Cristina mientras se levantaba de la mesa.

–Vale, iré a charlar un rato con ellas, oye ¿Y Lucia, dónde está? No me digas que se ha puedo de novia–, pregunta inocentemente Isabel.

–Pues sí, sale con Pablo. Es un gran chico, y muy amigo tuyo, todo queda en casa, estamos muy contentas. Lucia está loca por contártelo, tú fuiste la que los presentaste y quiere agradecértelo.

–No fue nada complicado, Pablo y yo nos criamos juntos, luego él fue a estudiar y está de vuelta, solo tuve que dar un empujoncito. Se miran como nosotras, ¿no has observado la cara de tontos que ponen los dos?– dice irónica Isabel.

–¡Ya salió la Isabel payasa! ¡De dónde te vendrá ese humor! Jajajaja, en fin me voy para arriba. Y tú ¡ale! Con las chicas. Mira, mira quien entra por ahí.

Es Lucia quien aparece, Pablo la acompaña. Isabel mira de forma cómplice a Pablo mientras que Lucia corre a abrazarla.

–Aja aquí está mi dulce y preferida niña, ¿cómo has estado en mi ausencia?– pregunta sonriente Isabel.

–¿Tú preferida niña? No, no soy tu preferida Jajajjaja. ¡Te quiero mucho Isabel, gracias, muchas gracias, estoy feliz, muy, muy feliz! Ya me contarás que harán ustedes dos.

Isabel ha levantado en brazos a Lucia y la hace girar, casi la marea, Lucia le comenta cerca de la oreja en un instante todas sus sensaciones. Luego deja a Lucia en el suelo sin dejar de carcajearse y abraza a Pablo.

–¡Cuídamela, es una gran mujer!– le dice al muchacho que asiente.

Mientras tanto Cristina ha subido sonriendo por las escaleras y se ha perdido junto con sus pensamientos. Cavila, cavila mucho. “¡Por qué Isabel se ha adelantado! Unos días más y estaría prácticamente sin ninguna señal del ataque en su cuerpo.

La noche ha llegado sin avisar, Cristina espera en su pequeña habitación. La ventana que da al callejón está abierta, sabe quien aparecerá en un instante por ella. Isabel no se hace esperar.

–¿Alguien me está esperando? Espero que algún día pueda entrar por la puerta, me estoy volviendo mayor para estas cosas, ¡claro está que merece la pena por la recompensa que recibiré dentro de un momento!– dice con humor Isabel.

Cristina está poniendo un par de copas de orujo para las dos cuando oye la disertación de Isabel. Sonríe. Mira hacia la ventana y ahí está su amor. Isabel una vez dentro, se dirige inmediatamente hacia Cristina, abre sus brazos y la envuelve. Por un momento todo se detiene, las muchachas disfrutan de la sensación del abrazo, ¡lo necesitaban tanto! Isabel se retira un poco del contacto de su novia, coge el rostro de esta y la mira, desea besarla, Cristina la mira, pone su mano entre sus labios y los de Isabel.

–Espera Isabel, algo ha pasado, mis labios están heridos– comenta la muchacha.

–¿Tus labios heridos? ¿Cómo no entiendo? Espera… ven.

Isabel acerca el rostro de Cristina a la luz de la vela, enciende una más y observa la boca de la joven. Una fea cicatriz aún sin curar surca el labio superior, también parte de la nariz ha sido afectada.

–¿Quién te ha hecho esto? Dime y…

–Para, para Isabel, no me lo ha hecho nadie, te lo tendría que haber dicho antes pero temía tu reacción, aquí te puedo explicar mucho mejor. Tú sabes que en días de trabajo andamos muy alocadas de un lado a otro de la cocina, de la cantina, de la barra, en una de estas idas y venidas me di un golpe con un saliente de un armario de la cocina, con tan mala suerte que me hice daño en buena parte del labio superior y la nariz. Ya está casi curada, quería advertirte que tuvieras cuidado al besarme–. Justifica Cristina.

–No sé, Cristina yo juraría que parece más bien un puñetazo, pero no tengo que dudar de tus palabras. No importa mi amor, deseo besarte pero trataré de comportarme.

Isabel vuelve a envolver en sus brazos a su amante, poco tiempo después las dos mujeres están sentadas frente a frente en la mesa mientras sorben un trago de orujo de sus vasos. Las manos entrelazadas. Isabel mira con total devoción a su chica. Ahora es momento de hilvanar al máximo cada uno de los detalles del viaje. Cristina escucha. Estarán en el barco las dos como marido y mujer. No lo puede creer. Por un lado se le partirá el corazón por dejar a sus amigas, por otro está deseando que llegue el momento ya que será una nueva vida al lado de la mujer que ama. Serán libres en un nuevo mundo, siempre le gustó la aventura, los desafíos, éste es uno más en su vida, ¡no! miente, es el más importante de su vida.

Cristina se levanta, se acerca a Isabel y la rodea con sus brazos, la besa suavemente en el cuello

–¡Te quiero, te amo!– dice muy bajito y remarcando bien las palabras.

Un instante después la muchacha se ha sentado a horcajadas en las piernas de Isabel, no ha podido evitar besarla. Isabel la recibe teniendo cuidado. Cristina no quiere un pequeño beso, profundiza, no le importa si se abre su herida. Ya curara. El aumento de la intensidad del beso no se hace esperar, las caricias son las protagonistas, en un instante la ropa queda esparcida por el suelo, la desnudez de ambas mujeres hacen que sus cuerpos tomen la iniciativa. La ansiedad del amor toma vida.

Es tarde, la noche ha llegado a su cenit, entra brisa por la ventana aún abierta. Las noches de finales de septiembre son frías. Cristina se despierta, observa la suavidad de los rasgos de su novia, cuando Isabel está relajada, la cara es de una ternura indescriptible. Eso es lo que le produce Isabel, ternura, la necesidad de tenerla todo el tiempo entre sus brazos, acunarla y decirle te quiero una y otra vez.

Cristina nota cierta humedad en sus labios, ¡maldita sea, está sangrando! Ha sido el momento de pasión que han tenido. No le importa. Se levanta, va hacia el botiquín y cura su herida. Vuelve a la cama, arropa a Isabel, se acopla a su cuerpo y vuelve al sueño.

Alguien está llamando a la puerta de Cristina. Golpes tenues, sin querer hacer ruido. Cristina se despierta, se levanta, se anuda la bata y abre la puerta.

–Hola nenita, ¿qué tal la noche? Vale, vale no hace falta que me digas nada, ¡estupenda! Vaya, tu labio sigue mal, ¡claro, debido a la noche de pasión, ehh! Jajaja – señala Lola.

La mujer trae una gran bandeja de desayuno.

–¿Puedo entrar o devuelvo a la cocina estos manjares? No, no me mires así, ¡esto pesa! – vuelve a recalcar Lola.

–Pasa, pasa, pero no alces la voz, Isabel sigue durmiendo. Debe estar muy cansada, me apuesto que ha dormido muy poco en todos estos días. No se como aguanta tanto–, dice Cristina.

–Ya, y en vez de descansar viene a cansarse un poco más gracias a su novia, en fin, ¡me hacéis tan feliz! Solo con veros esas caritas. Mira, mira que semblante de relajación y felicidad tiene tu novia. Y tú, mi pequeña amiga, a pesar de la herida pareces estar en el limbo. ¡Vamos reacciona!

–¡Venga, a desayunar algo conmigo mientras se despierta Isabel!

Las dos mujeres se sientan y se ponen café.

–Tengo que decirte algo importante, se trata de Carmen…– comienza a hablar Lola.

–¿Qué le pasa a Carmen, ha tenido más amenazas del Lobo?– pregunta con preocupación Cristina.

–No, no… es otra cosa. Carmen sabe todo, espera, no digas nada. Sabe que Isabel y tú os amáis– refiere Lola.

Lola cuenta su conversación con Carmen. Cristina se queda seria y pensativa. No le preocupa Carmen, pero hay demasiada gente alrededor de ellas dos que pueden salir lastimadas.

–Yo también tengo que advertirte algo, Isabel sospecha que esto no es un golpe sino un puñetazo, a duras penas he conseguido que deje de pensar en mi herida. Espero que no ate cabos o su reacción puede ser impredecible– comenta Cristina.

Alguien se revuelve entre las sábanas.

–¡Qué rico olor a café! Amor me pondrías una gran taza de café– dice desde la cama Isabel que se incorpora dejando al aire sus senos. No se ha dado cuenta de la presencia de Lola.

–¡Dios qué mujer! Buenos días Isabel, no me extraña que mi amiga se haya enamorado perdidamente de ti. A ver si yo me voy a volver de la otra acera– exclama Lola sonriendo ante la escena.

Cristina mira y suelta una carcajada. Isabel busca inmediatamente la bata. Finalmente se levanta. Es una más en la mesa del desayuno de ese día. Es una bonita mañana.

El Lobo ha regresado y está enfrascado en la vendimia, son días en que su figura poderosa cabalga por entre los viñedos dirigiendo a sus hombres. Se siente bien, en su salsa, ordenando, mandando. Sus ojos escudriñan cada uno de los parajes del lugar. Pronto comenzarán a pisar las uvas, es un buen año y la cosecha es abundante.

Está preocupado, el hombre que mando tras los pasos de Isabel no ha regresado eso significa que no consiguió su objetivo. Piensa, está intranquilo. Volverá mañana en la noche a La Casa Grande, apenas ha visto a sus hijas, estuvo en la ciudad por unos días después del “asunto”, luego comenzó la vendimia y se fue directamente al campo, con sus peones. No le gusta estar demasiado fuera de La Casa Grande, hay cierto descontrol últimamente. No sabe que están haciendo sus hijas, aunque la única que le preocupa es Isabel. Irá a la casa mañana en la noche.

Todos los preparativos para la marcha de Isabel y Cristina están ultimados. En dos días partirán. Esa noche se ha cerrado la cantina, hay una cena de despedida de las dos muchachas. Pablo y Pedro, junto con Lola y Lucia más las hermanas de Isabel son las invitadas.

El Lobo ha llegado a La Casa Grande, busca a La Tata y le pregunta donde están sus hijas. La Tata responde que tenían un evento, que no sabe exactamente, parece que es la despedida de alguien que se marcha. No sabe que decirle.

–¡Maldita seas Tata, te estás volviendo vieja! Mis hijas hacen lo que quieren de ti, ya no las controlas lo más mínimo, no puedo ausentarme.

El Lobo se lava, se viste y sale hacia el pueblo, seguro que sus hijas están en la taberna. Hacia ella se dirige.

La cantina está esa noche a oscuras. El Lobo no entiende nada ¿Se les habrá metido el miedo en el cuerpo a Carmen y Pedro después del “aviso”? El hombre sonríe placidamente. A él le abrirán.

Todos los comensales están en los postres. Los vítores y el deseo de suerte para la pareja de chicas se suceden. Todos sonríen. A la mañana siguiente partirán.

Isabel está algo preocupada, le preocupa la reacción que tendrá su padre hacia sus hermanas. Tendría que darle un escarmiento antes de irse, también está el tema de la herida de Cristina, para nada se ha creído que haya sido un simple golpe. Hay gato encerrado y ella lo va a descubrir aunque, quizás, sea mejor dejar todo como está. Mañana será su partida y es mejor no tentar al destino.

Pero el destino a veces se cruza en el camino y precipita los acontecimientos, la verdad sale a borbotones y se hace dueño del tiempo.

Unos golpes se oyen en la estancia, Carmen manda callar a todos, Pedro se levanta y empuña la escopeta. Isabel acaba de ir a la habitación, los regalos que quiere dar a las chicas se le han olvidado.

–¿Quién puede ser, Pedro?– pregunta algo alarmada Carmen, la cantina está cerrada, no es demasiado tarde pero los lugareños ya estaban avisados que se cerraba esa noche. –¿Quién será?– pregunta nuevamente la mujer.

Pedro no contesta, con una mirada alude que va a ir a ver quien es. El silencio se ha instaurado en la estancia. Nieves y Almudena temen lo peor. Lola y Cristina se miran preguntándose. Lucia y Pablo se han puesto de pie, las manos las tienen bien entrelazadas.

–¿Quién va? La cantina está cerrada– vocifera Pedro.

–¡Abre, abre, solo será un momento!– La voz de El Lobo paraliza a todos. ¿Quién le habrá dicho que están allí?

Pedro abre la puerta, encara a El Lobo. No lo deja pasar del escalón de la puerta.

–¿Tienes cerrada la cantina? Pedro, ¿qué pasa?, ¿tan mal van las cosas o al revés te van tan bien que puedes cerrar un día? Quería preguntarte por mis hijas. ¿Están aquí? Sé que a veces vienen a charlar con Carmen y, no me refiero a mi hija Isabel, que ya sabemos todos cuando viene. ¡Déjame pasar e invítame a un trago ya que estoy aquí, además tengo algo que decirte!– El Lobo aparta de un empujón al dueño de la taberna y entra sin más.

El hombre queda paralizado ante la escena que ven sus ojos. Reacciona rápidamente y la cólera se refleja por todos su poros. No hay cosa que le ponga más furioso ver a sus hijas comer con el enemigo.

Pedro cierra la puerta y empuña la escopeta.

–¡Qué escena más bonita, todo el mundo cenando en buena armonía! Mis hijas aquí. Almudena, Nieves, ¿por qué no me habéis pedido permiso? Ya sabéis que Carmen y Pedro no son de mi devoción, os tengo dicho que aquí estéis lo menos posible. Pero ¿qué es lo que me encuentro? mis hijas cenando con estos dos–. El Lobo ha dicho sus últimas palabras señalando despectivamente a Carmen y Pedro.

Pablo da un paso al frente.

–¡Quieto jovencito, un paso mas y eres hombre muerto! Y ¿quién más está aquí? Las nuevas putas de la cantina.

–¡Maldito hijos de perra! Tú a mí no me llamas puta, porque estás faltando a la verdad, el único puto aquí eres tú, mal-nacido–. Habla Lola levantándose y fijando su mirada en el provocador.

–Jajajajajajaja, ¿Me quieres meter miedo mujer? Ha llegado el momento de darte la última advertencia, Pedro, voy a olvidar las palabras de…

El Lobo calla de pronto, su mirada se fija en la cara de la otra mujer. Reconoce a Cristina.

–¡Cuánta sorpresa junta hoy! Cristina, tú también en la misma mesa que mis hijas.

–¡Padre ya basta, solo estamos cenando! No tienes derecho a decir nada, ¡márchate, déjanos en paz!– Almudena ha dado un paso al frente, tiene que parar a su padre de alguna forma.

El Lobo enfrenta a su hija y la alza la mano.

–¡Una palabra más y no querrás haber nacido! ¡Esto no es asunto tuyo, simplemente no tenéis que venir aquí para nada! Ahora siéntate– ordena El Lobo.

El reloj está dando las diez de la noche, cada segundo incrementa la tensión. La rabia de El Lobo ha paralizado la mente de cada uno de los asistentes a la cena. La maldad de sus vibraciones llena la estancia. El odio de años sale a relucir finalmente por la boca del hombre.

–¡Ya os mande un aviso! Os dije que en cualquier momento la cosa podría ir a peor, y qué me encuentro, ¡mis hijas con vosotros! ¡Algo que me fastidia mucho! ¡Se acabó! Carmen, Pedro, es el comienzo de vuestro fin.

El Lobo ha vociferado una vez más, imponiéndose, amenazando, desplegando todo su poder con el miedo. El hombre sabedor de que domina la situación fija su atención nuevamente en Cristina.

–¡Cristina! ¿Cómo estás? ¿Ya has curado tus heridas? ¡Qué mujer más fuerte! A ver, déjame ver tu labio…

–Ni se te ocurra tocar un solo cabello a la muchacha. Ahora sal de aquí. Reniego de tu paternidad.

Alguien habla con tranquilidad, modelando cada una de sus palabras. Es Isabel que parece ausentarse cada vez que llega El Lobo y aparece cuando menos se lo espera éste. La muchacha ha cogido en su mano el látigo, lo oculta en su espalda. Tratará de ahuyentar a su padre con palabras, está vez no va a retroceder ni un milímetro.

Isabel sospechó desde un principio que algo había tenido que ver su padre en la herida de su novia. Eso no se lo va a permitir, pero tampoco va a dejar a sus hermanas, a las chicas y a Carmen y Pedro con el yugo de la venganza de su padre cuando ellas se vayan.

La única solución que conoce El Lobo es la humillación, la sangre, la amenaza y el miedo:

–¡La que faltaba!, la defensora de mujeres y animales ¡Ya salió el macho defectuoso! Isabel llevo muchos días sin verte. ¿Desde cuando eres tan amiga de Cristina que te lleva a enfrentar a tu propio padre? Ahh, llevo sospechando hace rato que hay algo más… para completar tu historia masculina te tenías que enamorar de una mujer. ¿Es eso?, ¿te has enamorado de Cristina? No me extraña es una mujer impresionante? Sabes por algo no consintió en complacernos a mis hombres y a mí, y mira que le ofrecí dinero… en cambio lo despreció. ¡Claro está que recibió lo suyo!

El Lobo habla deprisa, se ha puesto algo nervioso. Eso le lleva a cometer el primer fallo, conforme termina de hablar y dada su proximidad con Cristina, le vuelve a soltar una bofetada, esta vez no es un puñetazo, pero la bofetada vuelve a reabrir la herida.

Isabel ha mantenido la distancia con su padre. Ve toda la escena, oye cada una de las palabras, ahora sabe que ocurrió. El Lobo, según acaba de abofetear a Cristina se vuelve para enfrentar a su hija, pero no le da tiempo. Una ráfaga de viento helado le cruza la cara, otro silbido le corta la otra parte de la cara, empieza a sangrar abundantemente.

–¡Quietas, hermanas! Esta vez no voy a consentir que ese mal-nacido se salga con la suya. Nunca le he tenido miedo, ahora su cobardía me da asco. Es un ser repugnante.

Isabel ha paralizado la acción de Pedro que estaba a punto de disparar. Pablo y Lucia han socorrido a Cristina.

El Lobo sorprendido por la acción de su hija, se para en seco, saca el pañuelo de su bolsillo y se lo lleva a la cara. La humillación que siente hace estremecer su largo cuerpo de vergüenza, ya no hay marcha atrás, echa mano al bolsillo de su chaqueta y saca la pistola. Son los últimos instantes de su hija, así escarmentará a todos.

No le da tiempo, Isabel no le ha quitado los ojos de encima. Se acerca a su padre rápidamente y con la parte de la fusta del látigo golpea sin piedad la mano asesina de El Lobo, luego el estómago. El hombre se retuerce de dolor. Otro golpe más y cae de rodillas. Isabel da un último golpe a su padre con la fusta que finalmente le tumba en el suelo, El Lobo ha caído, pierde el conocimiento.

La escena ha sido muy rápida. Nadie ha podido reaccionar. Almudena y Nieves se acercan a su padre. Isabel con determinación ordena a sus hermanas:

–¡Sacadlo de aquí, llevadlo a la casa y mandad llamar a un médico! Tardará un tiempo en recuperarse. Sacad mis cosas de mi habitación y traédmelas por favor, es hora de que me vaya–. Isabel no ha mirado ni una sola vez a Cristina. No quiere. Primero tiene que solucionar lo de su padre y hermanas.

–Un momento hermanas…

Almudena y Nieves se aseguran que su padre sigue vivo. Solo sangra, realmente no mucho, pero los golpes finales le han dejado sin conocimiento y alguna costilla tiene rota, la cara está cruzada en ambos sentidos por una cruz, esa herida será siempre visible.

–… lo siento hermanas, no me quedó otra, este hombre no podía seguir amenazando. Jamás nadie le hizo frente, así se hizo más fuerte, el miedo era su arma más afilada. Ahora ya no. Espero que no arremeta contra vosotras, aunque creo que siente tanta vergüenza que cuando se entere que me he ido para siempre querrá pasar página y os dejará en paz. También a Pedro, Carmen y las chicas. Sino es así, sé que lo solucionaréis. El Lobo tenía intención de acabar conmigo esta noche. Ahora id hermanas. Pablo, Pedro por favor, ayudad a las chicas para llevar a este cobarde a la casa. Carmen avisa al médico para que vaya para allá, esta noche va a tener trabajo–manda Isabel.

Isabel ha reaccionado con la rapidez que le da el no tener miedo y conocer muy bien a su progenitor. Finalmente todo el mundo se ha puesto en marcha. Lucia y Lola está cosiendo la herida de Cristina. A Isabel jamás se le olvidará que el golpe que recibió Cristina le sobrecogió el corazón, pero también le hizo reaccionar.

La muchacha se acerca a Cristina, ésta se levanta, las dos mujeres se abrazan. Isabel por fin llora, Cristina la sostiene.

–¡Te tengo, te tengo. Llora, mi amor, llora!–. Ahora es Cristina quien toma las riendas de la situación, Isabel se ha venido abajo por unos instantes, la tensión acumulada durante tanto tiempo acaba de salir.

–Vamos Lucia deja a las chicas un momento, vamos por sus cosas y preparemos el carruaje. Pablo traerá a Aroaki y nosotras vamos preparando el otro caballo–, dice Lola llevándose a Lucia que ha quedado medio paralizada ante la acción de la Isabel.

Instantes después Isabel está más calmada. Toma un largo trago de vino que le ofrece Cristina quien se sienta junto a ella y la toma de la mano. Isabel no se ha atrevido todavía a mirar a su novia, está llena de vergüenza por lo que le ha hecho su padre. Cristina la obliga a mirarla.

–Lo siento, lo siento. Siento todo lo que te ha hecho mi padre por mi culpa. Te ha podido ir la vida en ello y yo estaba lejos de aquí. Soy una mala compañía para ti– dice con lágrimas en sus ojos la bella muchacha.

–Tú no tienes ninguna culpa, óyeme bien, tu padre me hizo lo que me hizo pero se lo hubiera hecho a Lola o a Lucia, su intención era hacer daño a Carmen y Pedro. Es a ti a quien hubiera matado esta noche al darse cuenta que yo significaba algo más para ti que una amistad. Ten eso claro. Está noche le has dado a tu padre una lección que no olvidará, quizás era la única forma para que deje en paz a Carmen, Pedro y tus hermanas, y con ello a mis amigas– diserta largamente Cristina.

–Probablemente El Lobo no tomará represalias contra tus hermanas, pero a ti, te buscará y va a tratar de matarte por todos los medios, no lo olvides. Eres la causante de la vergüenza sufrida y con ello la humillación que significa la vulnerabilidad de El Lobo. Nunca mejor dicho El Lobo tiene el rabo entre las piernas. Ahora es tiempo de irse mi amor– continua Cristina.

Isabel se ha calmado, poco a poco se recupera y, finalmente, mira a la cara de Cristina. Acerca despacio su mano a los labios de la mujer. Observa la herida infringida por su padre a la mujer que ama, ¡maldito cobarde! Intuye que fue algo más lo que hizo su padre, pero ya llegará el momento de que Cristina le cuente todo, ahora es momento de la despedida y la marcha.

Un par de horas después todo está preparado. Pablo acaba de llegar con las pertenencias de Isabel y con Aroaki.

–En un rato, vendrán tus hermanas a despedirse. Tu padre no corre peligro pero quedará bastante desfigurado y tardará en tiempo en soldar las cuatro costillas rotas y el mentón desencajado, el médico ha tenido que colocarlo, aún no ha recobrado la conciencia–cuenta Pablo.

Las dos muchachas están preparadas para la partida. Lucia y Lola tratan de controlar su llanto, se les va alguien a la que aman y aprecian. Quizás en un tiempo vayan para allá. La vida nunca se sabe la vueltas que da, por ahora se tendrán que conformar con las cartas.

Palabras de comprensión, palabras de aprecio. Abrazos de amistad. Cristina se marcha. Lucia, Lola, Carmen, Pablo y Pedro ya se han despedido. Momentos después llegan las hermanas, departen largamente con Isabel, la abrazan y le dan los últimos consejos. No tiene que temer por la reacción de su padre, ha quedado en un lugar muy bajo como para que en una temporada haga alguna de las suyas. Quizás no vuelva a ser el que fue antes de la paliza de su propia hija.

–No te olvides nunca que te queremos. Manda las cartas sin dirección, padre ni La Tata la deben saber nunca. Ya sabes que si las mandas al puesto de correo de Badajoz nosotras una vez al mes iremos allí y las recogeremos. Será suficiente saber que eres feliz y que estáis bien– argumenta finalmente Almudena.

–Hermana no se te olvide ponerte el bigote cuando haya luz del día. Sabes, eres el chico más atractivo que he conocido–, dice Nieves abrazando a su hermana. Todos ríen.

Son casi las dos de la mañana cuando un carruaje, sin hacer apenas ruido, encara el camino hacia Cádiz. Dos caballos tiran de una carreta donde no hay demasiado equipaje. Dos mujeres, una vestida de hombre y otra con vestido de viaje han comenzado un largo viaje que las llevará a un nuevo destino.

Tres días de viaje apenas sin descansar. Llegan a Cádiz, piden una habitación para descansar esa tarde-noche y asearse. En la madrugada embarcaran en el barco mercante que surcará las aguas que las llevará al otro lado del mundo.

Isabel y Cristina han estado casi sin hablar durante el tiempo que ha durado el viaje hasta Cádiz. Han estado muy juntas, sus manos apenas se han separado, mil besos se han dado, otro sin fin de abrazos, reconociéndose, apoyándose. Miradas que lo dicen todo, sabiendo que nadie las va a separar.

El bigote de Isabel es cómico ¡que bien le queda a la jodia! piensa Cristina. Es el marido más lindo y tierno que conoce, también el más intrépido y valiente de los mortales.

Avisaron a Ángel y Antonia, sus compañeros de viaje, que ya estaban en Cádiz y solo les quedaba esperar subir al barco y encontrase con ellos. Luego, las dos mujeres se dirigieron a la fonda donde se alojaron. Allí se bañaron y pidieron que le sirvan la cena. Tenían bastante hambre, la comida del camino había sido escasa. Solo dormirían unas pocas horas antes de que su nuevo destino llame a la puerta y embarquen.

–¿Los caballos?, ¿Aroaki? ¿La dejarás libre o hay algún plan?– pregunta Cristina, Isabel está demasiado muda.

–Bueno, Pablo me sugirió la solución… en pocos días hay otro barco que transporta ganado y animales a América. Tienen una escala en el puerto de Buenos Aires. Parece que tratan bien a los caballos… aunque Aroaki sufrirá porque no podrá trotar en un mes. Suelen dar bastantes vueltas a la cubierta al día, suficiente para que los músculos de los animales no se agarroten demasiado. Espero que llegue en buenas condiciones–, explica finalmente Isabel.

–Muy buena idea, no me hago a la idea que no estés con tu yegua. Aún no tiene tres años, está en su plenitud, puede que incluso nos de muchas Aroakis–, continua la charla Cristina.

–Cristina… estos días no he sido la mejor compañía, pero en cuanto embarque y zarpemos se me pasará. Mira, sabes que no hay marcha atrás, aún estás a tiempo de…

–Shhhhhhh cállate, hasta ahora no he tenido dudas, menos ahora, he elegido estar contigo y esa es mi decisión. Solo con tu presencia ya me haces feliz, los planes de futuro son muy agradables, las dificultades se reparten mejor si es de a dos–, sentencia Cristina.

La cena ha terminado con esas palabras, la mujer se levanta y como es su costumbre se sienta a horcajadas en las piernas de su novia y la mira. Coge entre sus manos la cara de Isabel y la da mil pequeños besos, hasta que profundiza en uno de ellos de forma muy suave, el maldito labio aún no está al cien por cien.

–Espera, quiero que se cure tu labio– advierte con comprensión Isabel.

–Tienes razón. Será mejor que durmamos algo, le dije al dueño de la fonda que nos despertase sobre las dos y media de la mañana, tenemos unas cuatro horas para descansar–, comenta Cristina.

No hay muchas más palabras, las dos mujeres se desnudan, se abrazan, se acoplan la una en la otra. Solo esperan que llegue la hora.

Los cuatro amigos están juntos, Isabel ha presentado a Cristina a Ángel y Antonia. Cristina y Antonia han congeniado inmediatamente, las dos, buenas conversadoras, se entretienen con su conversación.

–Aquí soy Julio, no lo olvides, te tienes que acostumbrar amigo mío–, dice con una sonrisa la muchacha.

–Pues sí, ¿estás muy logrado, compañero? Ese bigote te da un aire magnífico y los anteojos un tono de empollón increíble. Buen disfraz.

–Realmente no sabía de la posibilidad de viajar en un barco mercante, alojados en camarote y con zonas medio privadas–, comenta Isabel a su amigo.

–Es una costumbre que tiene ya sus años, date cuenta que muchas familias han tenido que huir, bien por temas políticos, de cárcel o el deseo de intentar una nueva vida. Quien ha ahorrado o ha tenido el suficiente dinero para pagarse este tipo de pasaje, viajaran más cómodos que en los barcos que se dedican a llevar pasajeros, hacinados en barracones. No son muchos pero es raro el viaje que no lleva dos o tres parejas en la misma situación que estamos nosotros. A veces incluso familias enteras, ves no hay más de tres camarotes, más bien pequeños. Y la salita de estar para estirar las piernas y leer, también minúscula. Comeremos con el capitán y los oficiales. Toda la tripulación sabe que viajamos con ellos, tienen orden de no mezclarse mucho con los viajeros, pero eso ya veremos. La verdad compañero es que somos unos privilegiados viajando así, el dinero pagado es mucho pero merece la pena–, explica concienzudamente Ángel.

Los cuatro viajeros están en la cabina del capitán Han sido invitados a ver las maniobras de salida del barco. Se oye una sirena en el embarcadero, la tripulación se moviliza, las amarras son quitadas, el barco se mueve. Cristina se coge del brazo de su marido. El capitán explica los pormenores de la partida. Un mes de travesía.

El barco se aleja de la costa, encara las olas y se precipita dentro de alta mar.

Los cuatro viajeros desayunan con el capitán. Su primer desayuno, de su primer día de libertad. Más tarde pasean por una parte de la cubierta. Isabel y Cristina pasean cogidas de la mano, en un rellano, aprovechan para besarse. A Cristina le cuesta acostumbrarse al bigote pero no puede evitar besar a Isabel al aire libre, sin esconderse, es una sensación de libertad única.

El primer día pasa sin ninguna novedad. La noche cae rápidamente. Es bueno tener la compañía de Ángel y Antonia. Se despiden y las mujeres se dirigen a su pequeño camarote.

Las dos jóvenes se asean, Isabel cepilla el pelo de Cristina, el suyo es fácil de peinar, Cristina se lo cortó a conciencia en el camino hacia Cádiz. La tensión de los últimos días va desapareciendo poco a poco del cuerpo de Isabel. Hace muchos días que no está de forma íntima con su chica. La hecha de menos.

–¿Cómo está tu labio, Cris?–, pregunta Isabel mientras se acerca y observa la evolución del labio de su amada.

–Casi perfecto, a pesar de todos los inconvenientes apenas me dejará una pequeña huella–, afirma la muchacha. –¿Lo dices por algo? Ven aquí, siéntate enfrente mío, hay poco espacio, pero esta pequeña mesa será suficiente. Mira nos han provisto de vino y algunas galletitas. El capitán nos ha mandado esto con una nota, “para una joven pareja que comienza una nueva vida, para que brinden por ustedes”. Es champán, del bueno. Está frío, aquí están las copas.

Cristina sirve dos copas de champán. Atrae hacia ella a su novia y entrelazando sus brazos brindan, sorben un poco del líquido y un beso sella la noche.

–Isabel, ¡qué púdica estás! ¡Con el pijama y todo! Aquí no tienes que disimular quien eres, quítate inmediatamente ese pijama, quiero ver tu cuerpo, ¿has pensado cuantos días hace que no estamos juntas?, ¡necesito hacer el amor contigo, me tienes abandonada!

Isabel sonríe, se quita el pijama y deja al descubierto su magnifico cuerpo, Cristina quita la copa de Isabel y junto con la suya, las deja a un lado. Se desabrocha la bata y la deja caer. Se acerca a su amante, la sienta en la pequeña cama, besa su cara, sus manos, su cuello, mil caricias caen sobre el cuerpo de una Isabel absolutamente entregada. Suspiros de placer salen a borbotones de la garganta de ambas mujeres, es su primera noche de libertad, nada tienen que esconder, nada tienen que ocultar.

El barco navega suavemente, dos jóvenes no han podido dormir esa noche y han salido a pasear. La brisa arropa sus rostros, se detienen en un extremo de la cubierta, se miran. Las estrellas se esconden y vuelven a salir en el firmamento. Dos labios se juntan, profundizan, se unen.

Posdata: En la época en que se desarrolla la historia de Isabel y Cristina La Patagonia argentina solo estaba habitada en la costa. Cristina e Isabel podrían ser denominadas “pioneras” en un tiempo en que las mujeres se quedaban en casa junto a sus maridos, pero esa ya es otra historia.

FIN

A 8 de abril del 2012

Aroaki.